Torres, el niño del deporte español que brilló en Nápoles
El nadador, que fue el participante más joven en unos Juegos Olímpicos hasta 2008, explica las andanzas de Santana y el resto del equipo español en Italia.
Miquel Torres (Sabadell, 1946) aún recuerda los “malabarismos” que hacían los napolitanos al volante de sus coches en una caótica ciudad, sede de los Juegos Mediterráneos de 1963. Nápoles había estrenado cuatro años antes el estadio San Paoli, donde Diego Maradona convertirá el fútbol en una religión 25 años después, y fue el epicentro de una competición “de buen recuerdo” para este pionero de la natación española, que con apenas 14 años y seis meses participó en los Juegos Olímpicos de Roma, de 1960. Un récord de precocidad mundial que perduró hasta Pekín 2008, cuando el saltador inglés Tom Daley se lo arrebató por solo “una semana”.
Después de aquella aventura romana, en la que Torres cogió por primera vez un avión y acudió a la recepción oficial del Papa Juan XXIII (“lo teníamos colgado en la pared de nuestra clase del colegio. Todos me llamaban niño en aquella aventura y caminaba con la boca abierta”), Nápoles significó éxito. El nadador ganó el oro en los 1.500 libre después de estudiar bien a sus rivales y recibir la arenga de Juan Antonio Samaranch. También participó en el bronce del relevo 4x200 libre.
En la ceremonia de inauguración 3.000 palomas alzaron el vuelo en el caluroso septiembre napolitano y 1.057 deportistas de 17 países diferentes tomaron parte en unos Juegos aún sin presencia femenina. Torres fue el representante español, la cara visible de un deporte aún aletargado. No fue una gran competición para la delegación española, donde también destacaba un Manolo Santana que ya apuntaba a ser un auténtico maestro de la raqueta. “Recuerdo que Manolo era un bromista y le dijo a Samaranch que no ganaría el torneo si no le pagaban 200.000 pesetas. Tenía mucha confianza en sí mismo y era un referente”. Era una guasa, pero tampoco lo logró el madrileño, quien fue plata en la primera edición en la que se incorporó el tenis.
Torres recuerda a algunos deportistas como unos gamberros, sin demasiada disciplina salvo los que luego triunfaron y ganaron medallas gracias en parte a su cultura deportiva. Al nadador de Sabadell, que también era internacional con la selección de waterpolo, le impactó excesivamente el encuentro internacional de Zurich, en 1961, cuando con 15 años veía como todos los veteranos querían dormir con él para poder salir plácidamente por las noches y que alguien ocupara la habitación. Una nimiedad comparado con otras pillerías, como la de hacer “guerras de pistolas de agua”, o incluso maldades malolientes, como “cagarse en la cama nada más llegar y avisar a recepción diciendo que se habían encontrado ese regalo sobre las sábanas”.
La carrera deportiva de Torres finalizó en los 70, después de comprobar la “globalidad” del deporte en Tokio 64 y de llegar lesionado a México 68, donde perdió una gran oportunidad. Unos Juegos donde nunca olvidará los saltos de Fosbury y de Beamon, y la protesta del Black Power. Abandonó la competición pero nunca el deporte, pues pasó por distintos cargos y vivió momentos únicos, como cuando aconsejó al actual Rey Felipe VI a cómo debía aprender a nadar cuando era responsable acuático en Madrid o cómo cuando compartía tertulias con el General Perote, delegado del equipo de pentatlón, quien con el tiempo se hizo público que era el mayor espía español, del CSID. Luego se ligó a los Juegos de Barcelona, fue director del Museo Olímpico de la misma ciudad y presidente del CN Sabadell. Una vida en bañador o traje, pero con la fragancia del cloro de cualquier piscina.