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Serpas: así son los ilustres desconocidos del Himalaya

Estos personajes secundarios han sido esenciales para incorporar esa parte de la geografía del planeta al conocimiento geográfico y alpino del mundo moderno.

Serpas: así son los ilustres desconocidos del Himalaya

Hay veces que el trazo grueso de la Historia nos hace olvidar a personajes secundarios que jugaron un papel fundamental en la misma, estando, al menos, a la altura de los héroes que hoy recuerdan las estatuas y los libros. Pero sin esos ilustres desconocidos, ni Alejandro hubiera alcanzado el río Indo ni Cortés habría derrotado a los aztecas, tras la debacle de ‘la noche triste’, ni Juan Sebastián Elcano hubiera podido regresar a Sevilla tras haber realizado la primera circunnavegación del planeta. Igual sucedió con los serpas que acompañaron a los pioneros en la exploración del Himalaya y en las primeras conquistas de las montañas más altas del mundo.

Muy pocas personas recordarán a ninguno de esos serpas –con la excepción, quizás, de Tenzing Norgay, el compañero de Edmund Hillar y en la cima del Everest– que fueron esenciales para incorporar esa parte de la geografía del planeta al conocimiento geográfico y alpino del mundo moderno. En los últimos tiempos, algunos de los serpas del valle del Khumbu han dado un salto cualitativo al monopolizar las expediciones comerciales al Everest, a las cuales ya me he referido aquí –en episodios no especialmente ejemplarizantes– alguna vez, y gracias a ellas algunos hombres como Apa Sherpa han logrado el récord de 21 ascensiones al Everest, un título por otra parte bastante disminuido en los tiempos masificados que corren.

Más impresionante fue el malogrado Babu Chiri, inmortalizado hasta en un sello de correos en Nepal; uno de los himalayistas más fuertes en su momento, que había logrado ascender al Everest en menos de 17 horas e incluso permanecer en su cima casi 24 horas sin utilizar botellas de oxígeno. En esa misma montaña perdería la vida en un accidente tonto al salir a hacer fotos al atardecer y caer en una grieta. Por entonces ya había subido 10 veces al Everest, seis veces al Cho Oyu, dos veces al Shisha Pangma, así como al Kanchenjunga y Dhaulagiri.

Sebastián Álvaro con uno de los porteadores en una de las torres del Karakorum.
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Sebastián Álvaro con uno de los porteadores en una de las torres del Karakorum.

Pero estos serpas ya son representativos de los nuevos tiempos más comerciales, competitivos y deportivos que han alcanzado algunas montañas del Himalaya. Hay otra clase de serpas, cuya memoria se ha perdido entre los anaqueles de los libros antiguos, cuya vida me parece edificante y merece ser rescatada como ejemplo de esfuerzo y solidaridad, valores asociados a los tiempos en los que conocimiento y aventura iban indisolublemente unidos a la exploración y al alpinismo. Eran años donde, además, apenas había medios de comunicación, donde todo se hacía a pie y los equipos eran muy diferentes a los que contamos ahora mismo. De esta forma hay que juzgarlos en el contexto de su época donde, muchas veces, simplemente llegar al pie de las montañas que se querían escalar eran ejercicios de gran incertidumbre y dureza que requerían determinación, valentía y un grado de sacrificio que hoy no podemos ni siquiera imaginar.

Como Angtharkay, uno de los mejores sirdar (jefe de serpas) que han existido, en palabras del ilustre alpinista británico Eric Shipton, al que acompañó en dos legendarias exploraciones: la del santuario del Nanda Devi y la del valle del río Shaksgam, en la vertiente nor te del Karakorum, una de las zonas de montañas menos conocida todavía hoy. Angtharkay jugaría un papel importante en la exploración de 1951, buscando la ruta de acceso al Everest por su cara sur. Pero mucho más decisivo fue su papel en el rescate de Maurice Herzog y Louis Lachenal en el dramático descenso del Annapurna un año antes.

O el ejemplar comportamiento del serpa Gay Lay durante la expedición alemana al Nanga Parbat en 1934 que lideraba el conocido alpinista Willy Merkl. Buena parte del equipo de punta fue atrapado muy cerca de la cumbre por una violenta tormenta que fue acabando con la vida de los que descendían, mientras abrían huella con nieve por la cintura. Merkl y su serpa Gay Lay nunca se rindieron y siguieron luchando hasta el final. Todos los intentos de rescate de sus compañeros en los campamentos se vieron frustrados por la cantidad de nieve y la violencia de la tempestad. Cuatro años más tarde se encontraron los cuerpos de Merkl y Gay Lay acurrucados el uno contra el otro. El serpa no había querido abandonar a Merkl. En las laderas del Nanga Parbat se había perdido la mejor generación de alpinistas germanos, probablemente envenenados por la ideología nacionalista que había convertido la conquista de esta montaña en una prueba de la superioridad de la raza aria. Sin embargo aquella trágica expedición, en la que seis serpas habían muerto al lado de sus tres ‘sahibs’, fue la prueba de que la solidaridad en momentos decisivos une a personas de muy diferentes etnias, condición y extracción social.

Pero si hay un ilustre desconocido entre los serpas de aquella época dorada que merece ser rescatado es Pasang Dawa Lama Sherpa. Pasang cambió su condición de lama, maestro de las enseñanzas budistas, por las de porteador de altura y con tan sólo 25 años ya había realizado la primera ascensión del Chomolhari, una difícil montaña sagrada de Bhutan de 7.326 metros de altitud, acompañando al inglés Freddie Spencer. Tan sólo dos años después, en 1939, mientras en el mundo se iniciaba la segunda gran guerra, se encuentra en la otra punta de la gran cordillera para intentar la primera ascensión de la montaña más prestigiosa, el K2. Junto a Fritz Wiessner, un alemán nacionalizado americano, lograría alcanzar los 8.400 metros, el final de las dificultades de la montaña, y tener la cima al alcance de la mano. Pero eran las seis de la tarde y el serpa se dio cuenta de que lo más seguro es que se convirtieran en los primeros seres humanos en alcanzar la cima del K2, pero probablemente no regresarían con vida. Prudentemente le dijo a su compañero que aquellas horas no eran aconsejables, que “los dioses de la montaña” no aprobarían su conducta si llegaban de noche a la cumbre. Probablemente su instinto y experiencia le aconsejaron aquella sugerencia que su formación budista dio forma. Los acontecimientos posteriores le darían la razón porque el descenso fue dramático y en aquella expedición se producirían las cuatro primeras víctimas del K2.

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Tras la Segunda Guerra Mundial, cuando se retoma la actividad expedicionaria, Pasang vuelve a las altas montañas y en la primavera de 1954 por poco no alcanza la cima del Dhaulagiri (8.167m) dentro de una expedición argentina, al quedarse a 7.900m. No contento con esa expedición, participa en otoño con una pequeña expedición austríaca al Cho Oyu (8.201m). Es una expedición curiosa porque el líder, Herbert Tichy, es más un aventurero que un alpinista experimentado; un tipo curioso que ha viajado en moto por la India, Afganistán y el Tíbet. En un primer ataque a la cumbre, la tormenta les hace retirarse y provoca congelaciones a Tichy. Además se han quedado sin provisiones para un nuevo intento. Se retiran al campo base y justo en ese momento llega una expedición suiza con la pretensión de disputarles la gloria de la primera ascensión a este ochomil. Entonces Pasang se baja corriendo a abastecerse de comida al punto más cercano, la aldea de Namche Bazar, a 3.400 m de altitud y a unos 40 kilómetros del campo base.

Pasang no sólo cumpliría con diligencia el mandato de los austríacos, sino que además, ya de paso, cierra una curiosa apuesta con su futuro suegro para ahorrarse la dote de la mujer que ha elegido como compañera. Se apuestan 1.000 rupias en caso de no subir a la cumbre, una suma considerable por entonces, o una boda sin tener que pagar nada por su futura mujer si llega a la cima inviolada del Cho Oyu. Quizás por ello Pasang sube literalmente como un tiro desde Namche a la cumbre. En un día alcanza el campo base, al día siguiente se reúne con sus amigos en el campo tres, a 6.600 metros, para al día siguiente alcanzar la cima, salvando más de 4.800 metros de desnivel en tan sólo dos días y medio. No es extraño que junto a sus amigos de expedición calificaran como “días felices”, aquellos días en los que no sólo logró la primera ascensión al Cho Oyu, sino que además se casó sin pagar la dote y trasegaron buenas cantidades de alcohol. Según cuenta Herbert Tichy, aquel fue un matrimonio feliz, que no impidió a Pasang seguir siendo un alpinista de élite, pues en 1958 volvería a subir al Cho Oyu, con una expedición india, y un año después volver a intentar el Dhaulagiri, aunque nuevamente se quedaría muy cerca de la cumbre.

Pasang, Angtharkay, Gay Lay, Tenzing, y muchos otros, son el símbolo de otros tiempos, cuando los serpas eran esforzados y solidarios, los alpinistas pioneros ilustrados y el Himalaya era un gran espacio en blanco en los mapas que había que rellenar. Eran otros tiempos… felices.