Robert Griffin III llena Cleveland de babas
El quarterback mejoró la exhibición del primer partido de pretemporada, con dos pases de touchdowns y varias arrancadas eléctricas contra los Falcons.
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¡Viva el ‘moneyball’, Paul DePodesta, la invasión de los ultracuerpos y las segundas oportunidades! Solo hay que ver cómo se echaba las manos a la cabeza la afición de los Cleveland Browns en la grada durante los dos primeros cuartos entre su equipo y los Falcons. No se lo habían pasado tan bien desde hace muchos años, ni siquiera con las locuras de Johnny Manziel. Pero esta vez no es el jolgorio de lo imprevisible, sino la alegría de la esperanza. La sensación de que han dejado de ser la charlotada para soñar con convertirse en cabezas de cartel.
Cuando las estadísticas beisboleras del cerebro de los Athletics llegaron a la NFL, todos pensamos que habíamos topado con Haslam y sus ocurrencias. Otra idea peregrina del equipo que nunca hace lo que debe. Pero a estas alturas, y sin saber si la bombilla se le encendió a DePodesta o de Hue Jackson, el fichaje de Robert Giffin III parece la mejor idea de la humanidad desde el invento de la fregona.
Insisto, la prueba del algodón no está sobre el emparrillado, sino en la grada. Miradas incrédulas, manos a la cabeza, baba resbalando y brazos al cielo con los puños cerrados. Los Reyes Magos, Santa o quien sea, de paseo por Cleveland en agosto, regalando alegría. Una grada que parece haber recuperado la ilusión, mientras Hue Jackson sonríe en la banda y asiente satisfecho, porque le gusta lo que ve sobre el campo.
Eso no significa que los Browns vayan a ser aspirantes a playoffs, que ni de coña, pero sí empieza a quedar más que claro que este proyecto huele que alimenta. Y no creo que lo que escribo sea una sobrerreacción, después de haber visto dos cuartos de un partido de pretemporada de pie e incapaz de sentarme, asombrado frente a la pantalla, como si estuviera en enero y en plenos playoffs.
Porque, ¡qué narices! RGIII tiene talento de gran estrella, físico de estatua griega y ganas de comerse el mundo. Y yo no sé si esa actitud altiva que le llevó a destruir su relación con el resto del vestuario en Washington puede reproducirse. Tiempo habrá para verlo. Pero sí estoy seguro de que ha aprendido, y mucho, de sus errores pasados. Y en cada snap demuestra que ha estudiado más que bien la lección, aunque haya sido a base de jarabe de palo.
No me sorprenden sus dos pases de touchdown majestuosos, el primero de 50 yardas a Pryor destrozando las leyes de la física… Pero el segundo, ¡Ay el segundo!, enhebrando la aguja imposible y poniendo el balón como un niño en brazos de Barnidge, como si fuera un triple de 29 yardas que no toca el aro. En serio, no me asombró por eso, hace mucho que sé que Griffin sabe hacerlo.
Lo que me pareció sorprendente, lo que me hace creer que esta vez sí, que las cuentas de Moneyball son perfectas y hay vida después de la muerte, fue ver a Robert Griffin III, el hombre que se estampaba contra los defensas, deslizarse sobre el césped con dos 'slides' majestuosos, como el aterrizaje de una superfortaleza volante. Griffin ha aprendido a correr como un quarterback, a medir el riesgo y cuidar su salud. Y para mí esa es la prueba definitiva de que ha vuelto para quedarse.
Ahora solo hace falta que Hue Jackson le fabrique un traje en el que se sienta a gusto. Y creo que el sastre ofensivo del momento ya ha dado con la tecla. Griffin y Crowell bailaron felices en una option que desconcertó hasta a los cámaras de televisión y provocó un run run constante de satisfacción que flotaba sobre las gradas del FirstEnergy Stadium.
La gente se preguntaba, mientras se echaba las manos a la cabeza: “¿Y si con estos tipos se produce por fin el milagro?”