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AS COLOR Nª127

La jungla rugió con Ali y Foreman

El 30 de octubre de 1974, en el Estadio 20 de Mayo, en Kinshasa, Muhammad Ali noqueó a George Foreman.

Ali contra Foreman.
DIARIO AS

Rugido, estruendo en  la jungla. Engaño y encantamiento en las cuerdas. El miércoles 30 de octubre de 1974, en el Estadio 20 de Mayo de Kinshasa (entonces Zaire, hoy República Democrática del Congo), Muhammad Ali, ex Cassius Clay, y George Edward Foreman, hasta ahí campeón mundial indiscutido de los pesos pesados, dieron vida al combate que, todo con todo, es quizá el más célebre en la historia del boxeo. Ese combate terminó con la victoria de Ali (‘El Más Grande’) por KO en el octavo asalto. Fue con una derecha a la mandíbula de Foreman que Norman Mailer iba a describir como “un gran proyectil… el golpe que encerraba todo el conocimiento y sabiduría de la carrera de Ali”. En agosto de 1974, Richard Milhous Nixon había abandonado la presidencia de EE UU, acorralado por el ‘Caso Watergate’. En julio, el General Franco había sufrido un proceso de flebotrombosis o flebitis, del que fue tratado en la habitación 609 de la Clínica de la Paz. “A la habitación de Franco no entra ni Dios” eran las instrucciones que recibieron los policías armados que hacían guardia en la puerta de la habitación 609…

El 30 de octubre, el Ali-Foreman, el combate tocado por los dioses, formaba parte de una velada que comenzó a las 04:30 horas de la madrugada del 30 de octubre en Kinshasa, horario para captar el ‘prime time’ en las televisiones de América: que eran por circuito cerrado. El mundo acabaría conociéndolo como ‘The Rope a Dope’ (Engaño, Trampa o Encantamiento en las Cuerdas), por la estrategia desplegada por Ali) o ‘The Rumble in the Jungle’, el rugido, fragor estruendo en la jungla. Pero pocos recuerdan el eslogan inicial de los primeros pósters y carteles que mandó imprimir el promotor Don King: ‘From the slave ship… To the Championship’. ‘Del barco de esclavos al Campeonato’. King, que había pasado cuatro años en prisión por un homicidio, explicó que así quería recordar a los “12 millones de africanos que fueron secuestrados y hechos esclavos en América”.

Pero King no podía anticipar el disgusto de Mobutu Sese Seko, el presidente-dictador de Zaire que financió el combate al aportar la parte esencial de los diez millones de dólares a repar tir equitativamente entre ambos boxeadores. Cuando Mobutu vio los pósters ya con el eslogan impreso, el déspota congoleño ordenó la destrucción de esos car teles y la censura inmediata del eslogan. Los que hoy quedan por alguna parte son considerados reliquias de coleccionista y se pagan a precio de oro.

No hubo jamás (no lo habrá, no es posible) ningún evento de boxeo (ni de otro deporte) capaz de concitar en torno a su foco semejante cantidad de estrellas místicas del deporte y la literatura. Pese al resplandor de los duelos colosales entre Ali y Frazier (dos), Foreman y Frazier… o Ali y Ken Norton, todos entre 1971 y 1974, el magnetismo que emitía el Ali-Foreman en el corazón de África era incomparable, inigualable: Foreman, campeón olímpico en 1968, llegaba con 40 victorias en 40 combates. Y sólo la negativa de Ali al reclutamiento militar, que le impidió combatir entre 1967 y 1970, pudo poner algún plomo en las alas de Muhammad: campeón olímpico en 1960 cuando aún respondía por Cassius Marcellus Clay y volaba o danzaba como una mariposa. Tras regresar a los cuadriláteros, en 1970, Ali (44-2 en 1974) había perdido el halo de invencibilidad al caer en su primer cruce con Frazier (‘El Combate del Siglo’, en el Madison Square Garden de Nueva York)… antes de perder otra tremenda y casi homicida batalla con Norton, en 1973, en San Diego.

En este escenario y deslumbrados por la magnética, salvaje luz que emitía el duelo entre Ali y Foreman, a Kinshasa acudieron y del combate escribieron, comentaron o participaron varias estrellas de la literatura y el periodismo: Norman Mailer, Hunter S. Thompson, George Plimpton, Mark Kram, Gene Kilroy, David Frost… el propio Joe Frazier comentó el combate para la televisión, siempre con palabras llenas de rencor hacia Ali: que ya le había llamado “ignorante” y “Tío Tom”, términos muy parecidos a los que Muhammad iba a dirigir después a Foreman. Por ejemplo: “He visto a George Foreman boxeando con su sombra… y ganó la sombra”. Más de Ali, ya un ferviente ‘Musulmán Negro’: “Un hombre jamás debería comer guarro. Foreman come chuletas de cerdo, no puedo dejarle que gane”. Jim Brown, la leyenda del fútbol americano que también actuó en películas como ‘Doce del Patíbulo’ acompañó a Frazier en los micrófonos, con comentarios más ponderados y menos rencorosos que los de ‘Smokin Joe’.

En España se ocupaban del boxeo firmas tan formidables como Fernando Vadillo (AS) y Manuel Alcántara (Marca). En los entornos o ‘camps’ de Ali y Foreman se registraban nombres de llenos de aura y prestigio: Angelo Dundee (preparador), Bundini Brown (asistente) y Ferdie Pacheco (médico) daban escolta a Ali. ‘El Lord del Sello Privado de Ali’: así llamaba Mailer a Dundee. Con Foreman militaban su preparador, Dick Sadler; Charles ‘Doc Broadus’, su ‘gurú’ y descubridor en Houston… y un asesor del calibre de Archie Moore, excampeón mundial de los semipesados: el único hombre en toda la historia que pudo medir personalmente los puños de Rocky Marciano, Floyd Patterson y el propio Ali, cuando aún era Cassius Clay: todo, entre 1952 y 1962. “El boxeo son sílabas que hay que aprender”, filosofaba Moore, antes y después de ir a Kinshasa. “Si gano, seré el ‘Kissinger negro’, no solamente un boxeador, sino una figura mundial”, reflexionaba Muhammad Ali entre todos los preparativos. El combate sólo comenzó cuando terminaron los rituales en los vestuarios del 20 de Mayo: Broadus y Paeheco fueron admitidos a los  preparativos de Ali y Foreman, en calidad de supervisores por parte del rival. Por divergencias con el batín a elegir, Ali discutió severamente con Bundini, al que Muhammad abofeteó dos veces. Explotó la frase sacramental de Ali: “Are we gonna da-ance? (¿Vamos a bailar?)”. “Di a tu hombre que más le vale que esté listo, listo para bailar”, espetó Muhammad a Broadus. “George no baila”, soltó Broadus. “El hombre de George Foreman dice que George no puede bailar. George no puede venir al baile (‘cant’t come to the da-ance’)”, estalló Ali (y cuenta Mailer): casi como en un sollozo. En el vestuario de Foreman, su equipo le tenía enteramente recubierto con toallas. La humedad de la noche tropical era increíble, insoportable... Foreman rezó junto a Archie Moore, Dick y Sandy Saddler. George Plimpton escribió de su viejo amigo Archie: “Moore me dijo que estaba rezando con toda sinceridad para que George no matase a Ali. Lo veía como una posibilidad”. Todo eso imponía el 40-0 de Foreman (25 años ahí, 1,91 de altura, 100 kilogramos, 208 cms. de envergadura): cuyos mazazos habían alzado del suelo a Joe Frazier en su pelea de Kingston, con el título en juego.

Mientras, ‘El Más Grande’, Muhammad Ali (32 años, 1,91, 98 kilogramos, 198 de envergadura) recorría el camino hasta el ‘ring’ (protegido por una toldilla) entre el frenesí de los 60.000 espectadores: que habían tomado partido, el partidode Ali, a quien cantaban en lenguaje ‘lingala’: “Ali, Boma Ye”, “Ali, Mátalo”. Muhammad les seguía y saludaba, con acompañamiento gestual, rítmico: “War, war, war…”: “Guerra, guerra, guerra”. Angelo Dundee, el preparador de Miami y de Ali, portaba una pequeña bolsa de deportes de la que extrajo llave inglesa, varillas de radios y alicates. A la vista de todos, y sin que nadie dijera palabra, Dundee operó metódica y rápidamente sobre todos los postes tensores de las cuerdas (‘ropes’) del ‘ring’, cuya tensión rebajó con las herramientas. Ali esperó a Foreman ya junto al árbitro, el reputado Zack Clayon, afroamericano. Las iniciales ‘GF’, ‘George Foreman, Great Fighter’ iban bordadas en blanco sobre los calzones de terciopelo rojo (con banda blanca) que Foreman vestía. Los de Ali eran  blancos, con banda negra. Ya en el centro del ‘ring’, cuando Clayton les reunió para las instrucciones, Ali lanzó a Foreman unas hipnóticas, orgullosas palabras: “Desde que eras joven has oido hablar de mí y me has ido siguiendo: desde que eras un chiquillo. Ahora te toca encontrarte conmigo, con tu maestro”. Foreman: que era ignorante por completo de la maniobra de Dundee con la tensión de las cuerdas. De vuelta a los rincones, Ali rezó a Alá Todopoderoso. Foreman se agarró a las cuerdas y flexionó sus nalgas, de espaldas a Muhammad: y sonó la campana.

Ya en el puente de mando mental, Muhammad Ali tomó el control estratégico de la acción mediante una mezcla de engaños e iniciativa: no bailaba, no danzaba, se desplazaba lateralmente como en busca de una oportunidad, amagó con la izquierda… y, lo inesperado, alcanzó de salida a Foreman con un monumental ‘crochet’ de derecha, cuyo sonido retumbó como el estallido de un melón de agua. Era lo nunca visto: los campeones que no son zurdos siempre mantienen la guardia con la derecha, los campeones nunca se descubren con la derecha, y menos ante un ominoso, oscuro mastodonte del calibre de Foreman. Peor aún… los campeones como Foreman nunca se dejan alcanzar por series de derecha, aunque las tire Cassius Clay o Muhammad Ali.

Pero la mano derecha de Ali golpeaba a Foreman una y otra vez. Y al momento y tras los impactos, Muhammad colocaba todo el antebrazo derecho tras la nuca de Foreman y hacía ‘clinch’ con el guante izquierdo en el flanco derecho del mamut de Houston. Exasperado, Foreman se arrancó con todo, exactamente igual que un toro. “El toro es más fuerte, pero el matador es más inteligente”, había dicho a veces Muhammad Ali. Y a los 30 segundos de combate, Muhammad Ali olvidaba los arabescos de esgrima y sus ‘shuffles’ o pasos de baile: y reculaba ante Foreman, se retiraba hacia las cuerdas privadas de tensión por las herramientas de Dundee. Allí, el llamado ‘Loco de Louisville’ (para nada loco) comenzó a atascar las cargas de Foreman entre ‘clinches’ y ocasionales combinaciones izquierda-derecha. Hacía más de tres años que Foreman no superaba los cinco asaltos de acción en un combate: desde que el argentino Goyo Peralta le extendiera a diez ‘rounds’ (por segunda vez) en 1971. Ali y Angelo Dundee lo sabían, por supuesto que lo sabían. Las andanadas de Foreman parecían acorralar a Ali, a quien su hermano Rachman y Bundini reclamaban para que saliera de las cuerdas. “¿Estás loco? Saca el c… de esas cuerdas”. “Callaos, sé lo que estoy haciendo”, gritaba Ali, braceando entre el oleaje de las monstruosas embestidas de Foreman, de las que se protegía con guantes y codos: desde mediados del segundo asalto, Muhammad pasó a recostarse en las cuerdas en un ángulo que oscilaba entre diez y veinte grados. “Demuéstrale quién eres”, decían a Foreman desde su rincón. “¿Es esto todo lo que tienes, no puedes pelear más duro? Pensaba que eras el campeón y que tenías más golpes, me habían dicho que pegabas tan duro como Joe Louis”, voceaba Ali en el ojo del tifón y en pleno tímpano de Foreman. Hacia el fin del cuarto ‘round’, en el eje del asalto, en la zona de guerra, Foreman puntuó con un excelente ‘uppercut’ justo antes de la campana y ya no pudo contenerse: “¿Cómo ha sido ese…?”.

George está castigando el cuerpo, ahí hace daño. Ali necesita moverse y salir de las cuerdas. ¿Por qué razón está ahí?”, analizaba y se preguntaba Joe Frazier. “Yo veo que Ali está castigando a Foreman incluso aunque esté en las cuerdas. Le está metiendo golpes tremendos y llegará un punto en que eso va a notarse”, observaba Jim Brown. Foreman seguía atacando como un camión… sólo que la velocidad del camión se ralentizaba poco a poco, un poco más cada asalto. Y en Kinshasa, la ex Leopoldville de las novelas, la humedad de la noche tropi-cal era abrumadora, sólo apta para cazadores de la jungla.

Entre los asaltos quinto y sexto, Foreman vació el cargador con toda su alma, igual que un acorazado descarga sus baterías pesadas. En el quinto, Ali recibió, como metralla, una serie de seis impactos entre cabeza y plexo solar. Pero reaccionó con palabrería y sonrisa inauditas: “No me han hecho el menor daño”, canturreó… antes de acribillar a Foreman con una combinación de cuatro golpes, incluido un gancho de izquierda que hizo girar la cabeza de George a través de 90 grados. “No me lo creo, de verdad que no me lo creo: pensaba que estaba tocado en el cuerpo y ha alcanzado de lleno a Foreman. Y me ha hecho un guiño… a mí. Este hombre no es real”, alucinaba Jim Brown. En el frenesí, Rachman Ali aullaba a su amigo Henry Clark, instalado en el rincón de Foreman: “Tu boxeador es tontito… es un ‘amateur’, mi hermano le está demostrando quién es, lo está matando”.

Al final del séptimo asalto, cuando el lenguaje corporal de Foreman ya daba muestras de agonía, Joe Frazier rindió armas con amarga, irónica acidez: “Ahora mismo no diría que es mi hombre quien va ganando (…) Tengo la sensación de que George no va a poder con esto”. Ya todo se encaminaba a lo que Mailer llamó ‘La Canción del Verdugo'. Al acabar el séptimo asalto, el espeso aire de la noche congoleña se hacía más y más irrespirable, el aire que tanto necesitaba George Foreman: “En el séptimo le alcancé en la mandíbula de un modo que hubiera puesto KO a cualquier otro. Cuando vi que no era así y que ya estábamos en ese asalto, ahí empecé a pensar que esto no era lo que yo había pensado”, admitiría el propio Foreman.

Al comienzo del octavo asalto, la ofensiva de Foreman se había vaciado de contenido, poder y potencia. Era el peaje pasado al cobro por el esfuerzo del ataque salvaje y los golpes descontrolados contra el aire o contra el blindaje de Ali: recostado en las cuerdas. Y a falta de 20 segundos para el fin del asalto, el superclase Ali, lleno de reflejos, vio la ocasión ante sus ojos. Reaccionó con el instinto de un gato o un felino ante una presa fatigada, lenta. Ante la enésima carga del ralentizado Foreman, Muhammad Ali salió de las cuerdas y cor tó la salida a Foreman. Al fin, la avispa acorraló al oso. El ‘Más Grande’ atacó con toda la fuerza, gracia, elegancia y sabiduría de dos décadas sobre los ‘rings’. Llovieron ganchos cortos de derecha sobre el despavorido Foreman. Siguió una combinación de cinco estallidos directos. Un gancho de izquierda fijó la cara del desencajado Foreman. Y otra derecha durísima, mortal, el epílogo de ‘La Canción del Verdugo’, hizo explosión en la cara de George, quien se fue a la lona como un paracaidista derribado. Muhammad Ali le seguía con la mano montada para rematarle. Era innecesario: Foreman se alzó a la cuenta de nueve, pero Zack Clayton ya iba deteniendo la pelea… cuando sólo quedaban dos segundos de ese histórico, octavo asalto. Ahí Clayton guió a los dos boxeadores hacia los rincones. Ali parecía pensativo y dejó escapar un amago de pasos de baile, el famoso ‘Ali Shuffle’, como en disculpa por no haber danzado en Kinshasa: él, que danzaba y volaba como una mariposa y picaba como una avispa… cuando era Cassius Marcellus Clay.

Cuando Clayton llevó al destronado Foreman ante su equipo, Archie Moore le preguntó si estaba bien. “Yeah”, gruñó George. “Si estás bien, no te preocupes. El resto es historia. Todas las cosas irán arreglándose por sí mismas”. Así consoló Dick Sadler a George. Sentado en su banqueta, Muhammad Ali se mareó y sufrió un desmayo como de una decena de segundos. En unos minutos, la tormenta ecuatorial descargó sobre el Estadio 20 de Mayo, como un mensaje mortal (‘N’Golo’) de los dioses africanos. De nuevo campeón, Ali, ponía proa hacia otro  memorable escenario de angustia tropical: el devastador, tórrido ‘Thrilla In Manila’ de 1975 ante Joe Frazier. Nunca hubo una revancha con Foreman, quien, rota la motivación, se retiró en 1977. En 1978, un Ali ya crepuscular perdió y reganó el título (en lo que fue un récord histórico) ante Leon Spinks. En 1981, tras la infamante derrota ante Trevor Berbick, Muhammad dio por su concluida su maravillosa carrera. Foreman aún regresó para causar sensación. A los 20 años de la noche de Kinshasa, en noviembre de 1994, ya con 45 años, George se convirtió en el campeón más veterano en la historia del boxeo, al derribar en Las Vegas a Michael Moorer. Los guantes y el batín que Ali calzó y vistió en Kinshasa se hallan en el Museo Nacional de Historia Americana, en el Smithsonian Institute.

Muhammad Ali es todo lo que América debería ser”, reconoce aún hoy George Edward Foreman: aún hoy, cuando ya han muer to Franco, Nixon, Frazier, Mailer, Hunter Thompson,  Plimpton, Vadillo, Dundee, Bundini, Broadus, Archie Moore, Dick Sadler y hasta el propio Berbick.

Ali: el más apasionante y espectacular campeón del siglo XX. Y, tras la última gran batalla del siglo… quizá la última gran estrella del boxeo”. Así lo describió Fernando Vadillo en el Diario AS. Así rugió la jungla.