RUGBY | VI NACIONES | ESCOCIA 34 - ITALIA 10
Escocia descubre la electricidad
La combinación de su agresiva defensa y el vuelo de Visser, Laidlaw, Scott y Hogg desarbolan a Italia en Murrayfield.
Escocia le reventó a Italia el globo antes de que el equipo de Jacques Brunel pudiera echarlo a volar en Murrayfield. En el rugby escocés aún queda orgullo y, lo que es más importante, jugadores para defenderlo. Y el Seis Naciones vuelve a recordar su condición impredecible: es un torneo repleto de implicaciones emocionales, aparte de las deportivas, en los equipos. Escocia sabía que no podía tomarse a la ligera al conjunto capitaneado por Parisse. Hizo exactamente eso: atacarlo con la defensa y golpearlo con carreras en líneas muy bien abiertas por sus hombres más rápidos. El excelente trabajo defensivo de todo el grupo de Scott Johnson, cerrando vías en las fases de conquista y sus alrededores, levantando la presión una y otra vez para no dejar pensar a los italianos ni que fluyera el balón a partir de Orquera, lo coronaron los ensayos de Visser, Scott, Hogg y Sean Lamont. Italia llegó tarde a casi todo en Murrayfield. Escocia persiguió cada balón hasta la victoria.
Los flujos varían de manera dramática de un partido a otro, de una semana a otra, en un torneo tan mercurial como éste. Para felicidad del espectador neutral, desde luego. Casi todo lo que hace una semana pudimos ponderar de Italia en su imponente victoria en el Olímpico ante Francia, sirve ahora para glosar el juego escocés. Italia no encontró a Orquera, que fallaría además su primer golpe de castigo a palos, lo que pudo significar un augurio. En realidad, Orquera tuvo para crear juego parecidas dificultades a las que el otro día encontró Michalak. Salvo en el último cuarto del encuentro, cuando Escocia ya había dejado el partido de su lado de manera definitiva, no fluyó el juego en continuidad de los italianos, que defendieron su honor con un ensayo en el minuto 73 del flanker Zanni. Se levantó de la melé a cinco Parisse, fijó a dos defensas en su viaje diagonal y coló por debajo de la axila un pase revertido a la entrada de Zanni por el interior.
El nervio de Escocia, sin embargo, había resuelto ya la contienda. El partido, y el resultado, unieron elementos suficientes para algo de júbilo en Murrayfield. Aunque la acción comenzó con cierto vuelo por parte de los dos, enseguida se fue cerrando al juego subterráneo y la fontanería especializada. Hamilton, colándose por cualquier lado en un maul italiano, había concedido el primer intento a Orquera, que lo estrelló contra un palo. El marcador lo abriría Laidlaw en el minuto 15, y durante mucho rato los dos equipos escenificaron una vigorosa pelea de perros entre las dos líneas de 40, sin amenazarse demasiado en territorios hostiles y tratando de guardar el balón y construir a través de laboriosas fases de juego. Había bastante tráfico pesado y poca chispa.
En un partido así de sombrío, iban a ser los escoceses los que descubrieran la electricidad. Fue Visser, después de otro golpe anotado por Laidlaw, el que atravesó la defensa para posar sobre la esquina el primer ensayo. Jackson, el apertura escocés, ganó la pelota y creó la superioridad que aprovechó para su marca el tulipán escocés. Italia enseñaba grietas. Escocia las dinamitaba enseguida. Cada balón residual, y hubo unos cuantos, los alcanzó antes Escocia, tomada por una convicción notable. Poco antes, Botes había tenido que hacer un placaje providencial en la esquina para evitar el ensayo de Scott, el primer centro, un martillo en el medio campo local, tras un error grosero con el pie de Venditti. Escocia había guardado la pelota, y seguiría haciéndolo, cuidando su posesión, golpeando duro en los contactos, mostrando disciplina y agresividad; ahora, además, se afilaba ante las concesiones italianas. Conforme los azzurri perdían el paso del encuentro, empezaron a hacer concesiones que no les vimos contra Francia. Avanzaban con problemas y sólo Orquera, con otro golpe, mantenía sus constantes.
Ese problema tuvo su manifestación más clara en el arranque del segundo periodo, cuando Escocia puso la directa al triunfo. Scott aprovechó una descarga de Maitland, a la salida de una touche en ataque de los escoceses, y estiró la cuenta hasta el 18-6. Y, poco después, el zaguero Stuart Hogg robaría una pelota a Orquera, anticipando su pase en la última cobertura, y con el balón embolsado cruzó de lado a lado el rectángulo de Murrayfield para posar en el otro extremo del mundo el balón que iba a certificar la incontestable victoria del conjunto del Cardo. Italia se desangró ahí: la jugada de Orquera, que había dado continuidad a un buen ataque italiano en la 22 escocesa, tenía el aroma anticipatorio del ensayo. El robo de Hogg y su extraordinaria carrera, agarrando en un contrapié colectivo a los italianos, fue el último martillazo. A Italia le quedaba el orgullo, pero poco más. Zanni anotó. Escocia no abandonó la presa hasta el final. Aún tuvo un ensayo desautorizado por pase adelantado y, en la última jugada, Maitland persiguió una última patada a seguir que hubo de tapar, con fastidiosa agonía, el apertura italiano, Burton. Orquera, epítome del gran triunfo italiano una semana antes, ya se había ido. Simbolizaba el cambio absoluto de la fortuna. El Seis Naciones es una rueda imparable. Ayer giró impulsada por Escocia y el equipo del Cardo se llevó una victoria que sirve, o debería, para mucho más que lamerse las heridas.