España cambió la historia conquistando el Mundial

Eran las 22:56 de la noche. Las calles de Madrid, Barcelona, Sevilla, Zaragoza, de todas las ciudades españolas en general, esperaban desiertas un desenlace feliz. A más de 8.000 kilómetros de distancia, dentro del ultramoderno Soccer City de Johannesburgo, la tensión cortaba, el bullicio se apagaba, el Mundial buscaba campeón mediante una prórroga que llegaba a su fin. Y el campeón fue España. Sí, en esta ocasión fue España. Por primera vez en su historia. Casi como premio al conglomerado humano y de estrellas que había construido Del Bosque. La consecuencia lógica del gran juego con el que venía conviviendo la Selección desde varios años atrás.

Un gol de Iniesta en esos instantes previos a los fatídicos penaltis propició lo imposible, al menos hasta ahora. Alrededor de 16 millones de españoles observaban entonces la final por televisión, casi el 86% de los telespectadores, la emisión más seguida de siempre. Ver a Casillas levantar la Copa, esa Copa dorada con la que tanto soñaba el fútbol español, no fue sólo un hito deportivo, sino también social.

La gente dejó atrás sus problemas cotidianos para celebrar el triunfo junta. Se vivieron gestos de unidad poco habituales, impensables en muchos casos. Como abrazos entre políticos de diferente partido. O entre culés y madridistas. O entre trabajadores y jefes. O entre amigos enfrentados. Esos 23 jugadores españoles que entraron al cielo por la puerta grande jamás pensaron lo que traería consigo su honorable victoria en tierras sudafricanas. España no sólo logró romper la historia y proclamarse campeona del mundo en su deporte fetiche. Fue mucho más. Fue unir, por unos días, a todo un país entero.