El país de las arenas infernales
Un desierto dentro de un desierto. La aridez dentro de la aridez, el infierno dentro del infierno. Caminamos por una extensión inabarcable en la que sólo habita la brutal desolación de la aridez extrema. Será por los cientos de kilómetros que ya llevamos en las piernas o porque el sol del desierto nos ha calcinado la sesera, pero el caso es que nos sentimos bien, con la cabeza libre. Ajenos a los avatares de la Liga o de la Copa Davis, preferimos disfrutar de las fabulosas noches estrelladas de las que hablaba Almásy y de las historias, legendarias o reales, que yacen bajo estas arenas.
Como la del ejército del rey persa Cambisses sepultado por una tormenta de arena cuando se dirigía a destruir el oráculo de Amón, en el oasis de Siwa, por entonces el más importante del mundo, junto con el de Tebas. De aquel desastre, real o imaginario, dio cuenta el historiador Herodoto, dejándonos uno de los primeros testimonios de este infierno bautizado, sin mucha imaginación, como el Gran Mar de arena. Todavía hoy algunos arqueólogos, y cazadores de tesoros, siguen buscando los restos de aquellos 50.000 hombres engullidos por el desierto. Nosotros caminamos tras las huellas de un explorador alemán, Gerard Rohlfs. Es hasta el momento el único que ha atravesado este desierto.
Ocurrió en 1874 y a punto estuvo de no poder salir de este laberinto de dunas. En realidad lo que se proponía era unir el oasis de Dakhla con el de Kufra, ahora en territorio de Libia. Pero al llegar a un punto, que denominaría como Regenfeld, una lluvia torrencial le hizo desistir y dirigirse hacia el norte, hacia el oasis de Siwa, su única salvación posible. No deja de ser paradójico -otra de las muchas que rodean esta historia- que en un lugar donde puede llover una vez cada cien años, a Rohlfs le detuviera una tormenta, si bien le permitió reponer sus reservas de agua. Lograría llegar a su objetivo, aunque se dejó varios camellos en el camino.
De aquello hace 130 años. Nadie se había atrevido a repetir este itinerario. Ahora, además, es más difícil encontrar camellos y beduinos para intentarlo. Los todo terreno han sustituido a los camellos y las antiguas caravanas han ido desapareciendo. Los beduinos dan paseos a los turistas por los alrededores de los oasis y la vieja cultura del desierto se ha perdido. Pero Juan Luis Romero, un profesor de literatura española en un instituto bilbaíno, se puso a trabajar en la idea. Y nos la contó. Nos pareció muy difícil, pero no imposible. Y, cinco años más tarde, aquí estamos.
Somos doce náufragos en este océano de arena, en busca de un oasis donde recuperar el agua, el verdor, la sombra, la caricia de una mirada. Hasta los camellos protestan vehemente contra nuestra pretensión de cruzar la enésima cadena de dunas que se yergue como un obstáculo en nuestro camino. La verdad es que ellos protestan por sistema, pero ahora ya llevan siete días sin beber ni una gota de agua y no pueden aguantar mucho más. Pero, invariablemente, nuestra brújula nos marca esa dirección.
Sebastián Álvaro es director del programa Al filo de lo Imposible de Televisión Española.