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Atletismo | Máquina de los récords

La cámara que fabrica campeones

Paula Radcliffe duerme en una tienda que aumenta la producción de glóbulos rojos en sangre y mejora de forma considerable el rendimiento

<b>LA TIENDA MILAGROSA.</B> Piero Galilea, fisiólogo del CAR de Sant Cugat, con uno de los deportistas que duermen en las cámaras de hipoxia.
rodolfo molina

El récord que batió el domingo Paula Radcliffe (2h 15:25) en el maratón de Londres es tan estratosférico que exige casi sin quererlo una explicación de altura. Y la tiene. Porque la británica es una adicta a las concentraciones en la alta montaña y a dormir en cámaras de hipoxia. Dicen quienes han pernoctado en una de ellas que dentro te sientes como si estuvieras en una burbuja y que cuando entrenas fuera, vuelas.

Cada vez son más los deportistas abonados a las cámaras de hipoxia, una especie de tiendas de campaña, que, a base de introducir un aire con menor concentración de oxígeno, simula los efectos que produce en el cuerpo humano permanecer a miles de metros de altura. El cuádruple campeón del Tour, Lance Armstrong, confía en este método que, de forma natural, produce los mismos efectos que la EPO: estimular la eritropoyesis para aumentar la producción de glóbulos rojos, fundamentales para los deportistas de fondo.

En España, el CAR de Sant Cugat adquirió en julio de 2002 dos de estas cámaras por un precio de unos 7.000 euros cada una. Tras varios meses en pruebas, los fisiólogos del CAR han empezado a utilizarlas para preparar a sus deportistas de cara a sus competiciones. Las últimas en hacerlo han sido algunas de las nadadoras que el pasado fin de semana lograron sus mínimas para el Mundial: Erika Villaecija y Roser Vives, entre otras.

Piero Galilea, fisiólogo del CAR, explica los beneficios de estas cámaras: "Estudios muy contrastados desvelan que se consiguen mejores resultados viviendo en altura y entrenando a bajas cotas, porque en altura no se puede entrenar con la misma intensidad que al nivel del mar".

El plan dura cuatro semanas y acaba entre siete y diez días antes de la competición. "Empiezan durmiendo a 2.000 metros y la última semana lo hacen a 3.500", aclara Galilea.

"A veces cuesta respirar, pero lo peor para mí y para las pobres que han dormido conmigo es lo mucho que roncaba ahí dentro. Aunque por la mañana era una gozada porque volaba dentro del agua", recuerda Roser Vives. Su compañera Erika Villaecija coincide con Roser: "Al principio padeces algunas molestias como dolor de cabeza o náuseas, pero entrenando te sientes con alas".