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Hagamos un ejercicio de memoria. Situémonos en aquel Madrid hegemónico de finales de los 80 que ganaba las Ligas con la facilidad con la que se fríen un par de huevos. En la grada del Bernabéu siempre se escuchaba este tipo de estribillo antes de que el Buitre, Hugo, Míchel o Gordillo dibujasen sus sinfonías futbolísticas: "Tío, la parada de Buyo en la primera parte ha sido clave. ¡Qué balón le ha sacado a Calderé...".

Con Casillas sucede algo parecido. Iker lleva ya cuatro temporadas en ese horno crematorio que fue la portería del Madrid para arqueros en edad de mili como Agustín, Ochotorena, Lopetegui o Cañizares. La presión del Bernabéu y la falta de oportunidades les obligaron a emigrar con sus guantes a otro nido. Pero con Casillas no puede (ni podrá) nadie. Es una roca, vuela como un felino, no tiene igual en el uno contra uno y hasta ha rasurado sus defectos en el juego aéreo.

Casillas es un lujo para el Madrid. Es de casa, blanco desde que llevaba chupete, llora en la victoria, grita de rabia en la derrota y cuando le condenan al banquillo no raja ni una palabra en la prensa. Esa que dicen que le apoya interesadamente. Argumento burdo por una razón. En el Madrid sólo triunfan los grandes, los mejores, los ganadores... Como Iker Casillas.