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Ciclismo | Clásicas París-Roubaix

El Infierno cumple hoy su Centenario

Hoy es un día especial para el ciclismo: la París-Roubaix cumple cien ediciones, que no cien años, pues se disputó por primera vez en 1896. Por sí sola ya es todo un acontecimiento en el pelotón. Es una carrera distinta a todas. Algunos corredores sostienen que ni siquiera es ciclismo.

Y llevan su punto de razón. No es fácil rodar por los 26 tramos de pavés (49,1 km en total) que se incluyen en los 261 km de recorrido. Hay que verlo. No tienen nada que ver con las calles adoquinadas del mundo civilizado. Son carreteras antiquísimas, de siglos, por donde ya sólo circulan tractores y ganado. Son estrechas (unos tres metros), la hierba crece entre los adoquines, que están abombados en el centro, por lo que los ciclistas tienen que circular en fila india por los bordes. Salvo cuando llueve y el barro les obliga a ir por el centro de esas calzadas superdeslizantes, que se conservan como si fueran un patrimonio nacional para que sigan sirviendo de escenario a esta clásica.

El Infierno del Norte, la llaman acertadamente. Cada año hay cerca de cincuenta caídas, de las que una decena terminan en lesiones importantes. En 1998 Johan Museeuw estuvo a punto de perder una pierna al infectársele la herida de la rodilla con un escremento de caballo en el famoso Bosque de Arenberg. Dos años más tarde volvió para ganar.

Los ciclistas ponen amortiguadores en la horquilla delantera de sus bicis para contrarrestar el traqueteo y tubulares grandes (25 pulgadas), que tampoco impiden los innumerables pinchazos. Es algo distinto a todo. Es la París Roubaix.