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Que viva Benjamín Sarandonga

Eran las cuatro la mañana en Simón Verde. Era miércoles, Halloween y belleza a raudales. Ná del otro mundo, nada para un plebiscito público... En un chalesito de esos adosados sonaba la rumbita "Sarandonga, nos vamo a comé, Sarandonga, un arroz con bacalao...". Pero entraba Lopera y se rallaba de repente el disco. "Sarandonga, Saran, Sa...". Joder, Don Manuel.

Zarandona, Benjamín, no sabía que le iban a romper los cristales y el alma. Ni yo. No se me caen los anillos que no tengo (él tampoco) por decir que me encantan la juerga y el pitorreo. Estoy (estamos) en la edad, en ese cuarto de siglo (25) en el que se suele pedir cuarto y mitad de todo, es decir, abusar un poquito. Lo confieso: cuando Lopera lo trincó, me sentí trincado yo también. Qué demonios: era miércoles, Halloween, y cualquiera, aunque sea futbolista, tiene derecho a echar una canita al aire. Benjamín cambió el Zarandona de su apellido para ponerle música al cashondeo con esa mágica estrofa de Peret, otra vez: "Sarandonga..." Y la cagó.

Por eso digo: Bacalao no, un pimiento es lo que se van a comé er Beti y su afición si siguen rompiendo a pedrada limpia las ventanas de sus jugadores. Es tirar piedras contra su propio tejado, cascar del todo un vestuario al que el sufrimiento ha convertido en cristal. Además, no debe ser tan malo er cashondeo. Fíjense en el Benjamín contra el Rayo, pura fuerza, estilo y alegría. Tanto como para convertir los pitos y las pedradas en una jartá de aplausos. Ahí, tirando la camiseta al público, Zarandona estuvo mágico, como la rumba: "Sarandonga...". Por favor, que siga la fiesta.