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Empatar fue epatar

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Curvilíneo, soso, trabado, físico, cerocerista y todo, el Sevilla-Betis fue un derby que acabó en asombro: el resultado (justo, además). Nadie daba un duro por los verdiblancos, la banda de Halloween que recibió las calabazas de Lopera, Denilson y siete bajas más... Y, contra pronóstico, favoritismos e historia (nunca se había producido antes un 0-0 en Nervión), sacaron un punto que les sabe a gloria. Más que empatar, lo que hicieron Capi y compañía fue epatar.

Sí, son las cosas del lenguaje. Quitarle la m (de mujeres, miedo y Manué, entre otras cosas) al resultado del encuentro es dar con su significado final: epata, asombra, sorprende, sobre todo por su marcador indeciso. El diccionario está lleno de casualidades, pero quédense con el panorama postderby: en el Betis callan (casi todos), en el Sevilla largan (su mayoría): que si es el peor derby, que si el espectáculo fue pobre, que si vinieron a empatar...

Que sí, que suena cínico, incluso impertinente, hablar de asombro al calor del quizá derby menos artesano de todos los tiempos. Bueno, más que al calor, al frío. Horas después no ha habido motivos para el cashondeo ni la sevillanía, no se han escuchado risas ni gritos de agonía. No ha sonado ni a Feria ni a Semana Santa. El empate no ha dejado vencedores ni vencidos, sino epatados.