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Béisbol | Escuela de Madrid

A la integración racial por el bate

Emigrantes de Centroamérica y sus hijos encuentran acomodo en la competición española, sobre todo en la Escuela de Madrid.

Actualizado a

La memoria viva del campo de La Elipa rememora el tiempo del exilio cubano y de la presencia de los americanos de la base de Torrejón en la Liga. Los alegres sesenta, del Piratas campeón de Europa, e incluso los setenta, con el Johnson and Johnson o el Condepols impartiendo magisterio. Los más viejos dicen que estuvieron en aquel partido en que se llenó Chamartín. Frente al pasado emerge la realidad de una competición casi clandestina, aunque los más optimistas vislumbran un buen futuro gracias a la nueva emigración.

En el club Escuela de Madrid se vive en plural esta llegada masiva de Centroamérica, formando posiblemente uno de los equipos españoles más variopintos. "Sólo en nuestro equipo, tercero en la Liga Nacional, se da la circunstancia de que actúan a alto nivel padre e hijo", señala Higinio Gutiérrez, el creador del club hace más de 20 años, con el nombre de San Blas.

El padre es Robinson Martínez, un dominicano que lleva diez años en España: "Yo era boxeador y disputé unos Panamericanos como aficionado y luego pase al campo profesional como peso ligero. Fueron cinco años, hasta que vine a Madrid; empecé a engordar y me dio por el béisbol, que es a lo que todos juegan en mi país". El juvenil es Marcos Arqueyada, uno de los hijos de la mujer de Robinson, una española que regenta una agencia de viajes.

El cubano Pedro Pérez es la estrella porque el año pasado estuvo a prueba en Estados Unidos (Tampa Bay, Filadelfia y Atlanta), pero no dio el nivel y regresó a Madrid, donde trabaja de camarero. A su lado se sienta en el vestuario un español nacido en Cuba y formado en Moscú, Emilio Pérez, ingeniero jefe en Valdemingómez y uno más en los entrenamientos nocturnos en La Elipa. Isidro Reyes, un nicaragüense que hace tiempo que sopló sus cuarenta velas, es uno de los lanzadores del plantel.

Miguel Ángel Pariente, internacional español y que llegó a jugar como profesional en Suecia, es el entrenador, de lo que se sirve para mantener la titularidad en su novena, hasta que le quiten el puesto los juveniles: "Tengo más de cien chicos en la Escuela, y ahí se está formando un gran futuro para España. Muchos son hijos de emigrantes, pero con su carné de identidad español".

Entre esos hijos de emigrantes hay uno que es la joya del club: Sánder Cuevas, jugador polivalente y estrella de la selección juvenil española, flamante subcampeona de Europa. Hijo de dominicanos y de raza negra, con un físico envidiable para sus 17 años, fue el que más robos de base hizo en el Europeo, bateando por encima de 0,500 de promedio, magnífico para ser un pitcher, y capaz de sacar la bola en el reformado campo de La Elipa más allá de cien metros.

La Escuela de Madrid no paga a sus jugadores, pero tampoco les cobra. Pide, ante todo, formalidad. Sabe que tiene una importante cantera entre sus propios jugadores y entre todos los que participan en las ligas que organizan algunas discotecas madrileñas de clientela eminentemente caribeña.