Un año para cambiar el futuro
Fue el 7 de junio de 2015, hace casi ocho años. Un gol de cabeza del defensa de Osasuna Javi Flaño en el 90′ en la Nova Creu Alta, en Sabadell. Aquel gol, que supuso el 2-2 y la salvación del equipo navarro condenó al Racing, que lloraba en Albacete al descenso a Segunda B. Aquel tanto cambió la historia de Osasuna y la del Racing. Aquel día ambos clubes estaban entrampados, con líos económicos, deportivos y judiciales por tierra, mar y aire. Ambos con riesgo cierto de liquidación. Desde ese cabezazo los navarros suman cinco temporadas en Primera y tres en Segunda, gracias a lo cual han saneado sus cuentas, han convertido su estadio en una maravilla, sueñan con Europa y han jugado la final de la Copa del Rey. El Racing, por su parte, han penado seis años en Segunda B y un par, este incluido, en Segunda, tiene su estadio con goteras por arriba y humedades por abajo, y se ha tenido que conformar con levantar la Copa de campeón de Primera RFEF, algo es algo. El gol de Íñigo Vicente entre las piernas de Luca Zidane a lo peor no llega a significar lo que aquel cabezazo de Flaño, pero es un paso en la dirección adecuada, la de la consolidación en el fútbol profesional. Ahí está el sitio que le corresponde por historia al Racing y ahí está el dinero. Ahora solo falta una buena gestión. Que, visto lo visto, no debe ser fácil.
Dos colosos
El partido frente al Eibar fue el peor de la era José Alberto en El Sardinero, casi a la par que el que perpetró en Mendizorroza contra el Alavés. Los nervios por la presión de lo que había en juego y la calidad del rival hicieron que los jugadores del ovetense fueran absolutamente superados en todo por los de Gaizka Garitano. Incapaces de dar dos pases seguidos, comidos por la presión en campo racinguista de los vitorianos y sin saber, ni siquiera con balones en largo, como aprovechar los espacios que dejaban los eibarreses en su campo. Pero se ganó. Entre otras cosas porque el Eibar genera poco peligro para el volumen de juego que administra cerca del área rival, también porque Jokin Ezkieta paró todo lo que tenía que parar y porque los dos centrales, centrales por accidente (por las lesiones de Germán y Rubén Alves) estuvieron colosales: Álvaro Mantilla y Pol Moreno. Se lo merecen. Hicieron un partido soberbio, mejor el catalán en el primer tiempo y el camargués en el segundo, y se reivindicaron ante José Alberto de cara al futuro. Un detalle: vuelvan a ver en el vídeo el balón que Mantilla le quita, por velocidad, por intensidad y por atención, a Jon Bautista en el segundo tiempo en la frontal del área pequeña. Con el 90% de los centrales hubiera sido gol o gol. Tener un central tan rápido es como tener dinero en el banco. Lo que le falta, con el balón o de colocación en según qué jugadas, se puede aprender. Si se lo enseñan.