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ATLÉTICO

La brillante madurez de Morata

El delantero se erige como héroe en el derbi con un doblete y un discurso impecable después, en la sala de prensa, al hablar de salud mental, desde el fútbol... Y la persona.

Actualizado a
Álvaro Morata corre celebrando su primer gol al Madrid en el derbi. Madurez.
ISABEL INFANTESREUTERS

Álvaro Morata ocupa la silla ante el escritorio en la sala de prensa vestido ya con el chándal azul del Atleti y el gesto sereno. Hace apenas veinte minutos que el derbi ha finalizado rendido a sus pies. O a su cabeza más bien. Esa de la que el delantero que, con los dos de esa noche suma ya cinco goles en Liga para acodarse en lo más alto de la lista de pichichis con Bellingham y Lewandowski, habla nada más sentarse, ante la segunda pregunta. “¿Cómo se siente a nivel personal?”. Traga, habla el Morata futbolista pero sobre todo el Morata persona, ese que cuando se apagan los focos, los partidos se terminan y los estadios se cierran, sigue existiendo, a menudo envuelto en runrún. “Si en algo he mejorado con el paso del tiempo es que estoy más preparado mentalmente”. Más fuerte, con armadura para dejar de escuchar esas críticas que a veces se cuelan tan dentro que son capaces incluso de entorpecer los pies. Suspiro: “Y es una pena que cuando estamos preparados, con la madurez mental necesaria, es casi cuando nos tenemos que retirar”. Las botas de fútbol colgadas alcanzadas por ese oxímoron: el cuerpo ‘viejo’ en la plenitud de la cabeza.

Niño del Calderón, Morata creció en el Cerro del Espino antes de irse a Getafe y recalar en el Real Madrid donde brilló pero no se quedó. Su camino continuaría en Italia, la Juve, e Inglaterra, el Chelsea, desvíos antes de regresar a donde todo había comenzado en enero de 2018: el Atleti. Su frase en la presentación de que ese era “su sueño de niño” enseguida se hizo viral por la similitud con lo que había expresado al fichar por el Chelsea, la Juve, al hablar del Madrid. Morata, el nueve de España, el delantero de Luis Enrique inamovible, como para Allegri en la Juve cuando en 2020 regresó tras no enraizar en el Atleti con un Cholo que se decantaba por Diego Costa en los días importantes. Morata, el que quería Xavi Hernández para su Barça cuando llegó al banquillo azulgrana, como carne de meme en las redes sociales, sin que muchos terminaran de valorar todos sus goles, todo su trabajo de espaldas, cómo fija centrales, cómo abre espacios a los demás, qué importante es para el equipo y el grupo.

Este verano estuvo muy cerca de irse del Atleti. Por su cabeza pasó, incluso, que ni comenzaría la pretemporada en Los Ángeles de San Rafael porque su equipo sería ya otro porque Simeone parecía tener por delante a Memphis. Pero llegó Segovia y primero el Milan, y luego la Juve, y más tarde la Roma e incluso el Inter no pudieron pagar lo que el Atleti pedía por su traspaso (veinte millones), y, después, su sueldo (alrededor de los cinco). Pero llegó Segovia y Morata estaba en el Atleti. Y llamó a Arabia de manera insistente, con altos cargos del Gobierno saudí al otro lado del teléfono incluso, o de las llamadas de Teams, prometiéndole vestirle de oro, y no se movió. Pero llegó la gira de la vuelta al mundo y mientras su representante, Juanma López, se hacía un tour por equipos de la Serie A que le pretendían, el Cholo, con Gustavo López, se reunía con él en Corea para trasladarle lo que quería: que no se moviera, que era su delantero, que podía llegar a los veinte goles. Y Morata lo hizo. Quedarse.

Otros tres con España

Además de los cinco goles que lleva ya en LaLiga en el parón de septiembre hizo otros tres con España. Son ya ocho. Ocho en septiembre. Su tope en el Atleti son 16 (2019-20). Su tope en su carrera son 20 (en el Madrid en la 2016-17 y en la Juventus en la 2020-21. Pero es que algo ha cambiado. Ese Morata que se mira desde lejos y habla con esa claridad sobre la salud mental, como Giménez unos días antes en una entrevista con la periodista Belén Sánchez para Jugones (LaSexta).

“Quizá ahora me siento más importante de lo que me sentía en el pasado aquí”, asume y la pregunta sale sola, como hace un rato los goles al Madrid de su cabeza en el derbi. “¿Por qué? ¿Qué ha cambiado para que se sienta así?”. De nuevo contesta el Morata futbolista desde el corazón del Morata persona, ese que siente y padece, las críticas, los malos días, como Enrique Urquijo al bajarse de cada escenario. “Quizá soy más mayor, tengo más madurez, mis compañeros me ven de una manera diferente… No te lo sé decir, son sensaciones. Pero es que sobre todo al final soy persona y me afecta. La gente que me conoce sabe lo que yo he pasado toda mi vida, lo que pasé por venir al Atleti, y cada vez noto más el apoyo de la gente, de la afición, y eso me ayuda para hacer mejor mi trabajo”, expresa Morata con una serenidad que apabulla.

Este Morata que destrozó al Madrid en dos cabezazos lejos de los fuera de juego, los memes en redes sociales y el Morata ofuscado de la temporada pasada, al que los árbitros no pitaban sus caídas en el área como penaltis, aunque en efecto muchos lo fueran. Ese Morata lejos de aquel Morata, reconciliado, que corre más libre, más ligero y liviano (y es que... cuánto pesa la cabeza cuando pesa). Uno de los mejores tipos a nivel humano en un vestuario donde hay más (Koke, por ejemplo, el capitán, el primero) y con los que hace piña. Un tipo que, en el fútbol, por mucho dinero que se haya movido en sus traspasos, no lo ha tenido fácil, siempre obligado a demostrar que vale, que es el hombre y el delantero, que merece ser titular, la confianza. Y ahora Morata la tiene, a sus treinta y un años, al borde los treinta y dos y cuatro hijos, con los cocos de la mente expulsados de debajo de la cama. “El estado de tu vida no es más que un reflejo del estado de tu mente”, que decía un psicólogo y escritor de libros de autoayuda estadounidense, Wayne Dyer. En el fútbol también.