Almeyda reconcilia al Sevilla con el Sánchez-Pizjuán

Como si de una ceremonia se tratara, Matías Almeyda ha oficiado la reconciliación definitiva entre el Ramón Sánchez-Pizjuán y el Sevilla. Lo que se venía barruntando en los tres primeros encuentros como local de la temporada, en la que no se había ganado pero las sensaciones sí habían cambiado, se confirmó contra el Barcelona. Nervión cambió su semblante mustio y volvió a parecer aquel manicomio que hace poco más de dos años llevaba al equipo a otro título europeo.

¿Y cómo lo ha hecho Almeyda? Recurriendo a la simpleza. Decía Bilardo que el fútbol es tan sencillo como pasarle la pelota al que viste igual que tú y marcar en la portería en la que está el portero que no tomó café con el equipo antes del partido. Pues Almeyda ha recurrido a la receta que siempre gustó en Nervión, la del equipo aguerrido que no da una pelota por perdida y que es un reflejo en el césped de su gente en la grada. Un equipo de hombres y no de nombres que recuerda al que hace 25 años Caparrós devolvió a la élite en una época en la que, como ahora, no había ni para balones.

Nervión fue una fiesta. Los jugadores acudieron a Gol Norte al final del encuentro a cantar con los Biris en lugar de ir a pedir perdón como se había vuelto costumbre en los últimos dos años. El Sánchez-Pizjuán ha sido una bicoca para los rivales en los últimos tiempos, pero el viento parece que ha empezado a cambiar.

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