Dos meses en fútbol equivalen a dos vidas. A Calleja le ha servido todo este tiempo para ser despedido por los malos resultados, para analizar desde el paro sus errores y para regresar al Villarreal como salvavidas tras las ineficaces maniobras de reanimación de Luis García. Su mérito para Roig es que conoce como nadie los problemas. A Rubi, por su parte, le han valido estos días para olvidarse de los halagos que le auparon y para poner en riesgo su cargo. Mandan los resultados en estos caminos contrapuestos. Así, ambos técnicos se enfrentan compartiendo esperanzas y temores. Pese a que el Submarino parece hundido, sólo les separan seis puntos.
Si en su día condenó a Calleja poner a un lateral que no era (Pedraza), tirar de un rombo en medio campo que se resquebrajaba y olvidarse de los dos delanteros, ahora está obligado a demostrar que ha aprendido esa lección heredando una defensa en cuadro, un centro del campo donde no se sabe de qué juega Iborra y un Chukwueze en la nevera. Su pócima es una incógnita: no ha exigido fichajes y ha hecho de los entrenamientos sesiones de clausura. Funes Mori volverá a la defensa, Cáseres podría recuperar el centro y Bacca, tener la oportunidad que el pueblo reclama.
Rubi sí podría dar otro aire a su proyecto. Le han dado tres fichajes (Wu Lei y Ferreyra están en la lista) y le obsesiona que no pase factura la prórroga de la Copa. El 4-3-3 parece innegociable para un equipo que, paradójicamente, sigue echando de menos a Gerard, decepción en el Villarreal, que hasta pone ojitos de cara al futuro de Víctor Ruiz, baja hoy en un Submarino donde ha ido a menos, y que de poder no dudaría en tirar hoy, ante las bajas, de otro ex que no arranca de amarillo como Javi Fuego. Fútbol, bendita locura.