Simeone tiene ángel: Correa
El argentino salió del banquillo para rescatar otra vez en el 74' a un Atleti que sufría ante el Betis. Kalinic, que fue titular, gustó y remató al poste.
Uno lleva violín. Otro hace tangos con grilletes. Dos entrenadores depositan sus estilos sobre el tapete en el Metropolitano a la hora del café. Simeone, sin Costa, apuesta por Kalinic, hombre por hombre para afrentar esa defensa que tanto le cuesta, la de los tres centrales. Setién lo hace por lo de siempre, por la pelota. Tiene cuatro cuerdas para la música: Guardado, Canales, Lo Celso y Joaquín. En el 5', la primera, el mexicano, dejaba en una jugada solo a Loren ante Oblak. Había ido el balón de portería a portería sin barreras por la hierba. Lo lanzó fuera pero ahí quedaba el aviso. Trató de espantarlo en Atleti en los minutos que siguieron.
Su presión era como una marea alta, de esas que ahogan, para robar muy arriba. El Betis tenía la pelota como si fuera suya. Ponía los platos, los vasos y el mantel en la casa del Cholo. Hasta que a Setién se le rompió una de las cuerdas, Guardado, y con Carvalho no fue igual. Cambiaría el partido. Setién siguió tocando pero sin verticalidad. A Carvalho, lentísimo, sólo le faltaban intermitentes para avisar de hacia dónde iría: el Betis vería el área de Oblak sólo con prismáticos. Desde el inicio del partido así miraba el Atleti la portería de Pau.
Las pizarras de los entrenadores crujían al toparse sobre la hierba, como dos placas tectónicas, una frente a otra, sin poder avanzar hacia ningún lugar. Sin ocasiones, sin áreas, sin más emoción que ver pasar los minutos en el marcador y esperar que pasara algo. Griezmann era muy poco y aún menos era Lemar. El mapa de calor de Kalinic en ese momento más bien daba frío.
Le faltaba al partido, con mucha falta, mucho silbido del árbitro parando, eso que levanta del asiento, eso que deja afonía y puntos, los goles, las ocasiones. A la media hora aquel aviso de Loren a Oblak era ya pieza de museo, por extraño, por único. El Betis seguía teniendo el balón, pero cada vez que atacaba lo hacía como pidiendo perdón, ahogado en esa marea alta de la libreta del Cholo. Las áreas seguían intuyéndose, sólo allá a lo lejos. El partido era difícil de ver y aún peor de tragar. El Atleti invitaba más a la siesta que al liderato. Los sistemas de tres centrales siguen siendo al Cholo como la digestión de un cocido de domingo, tan pesada.
Del descanso regresó el partido que se esperaba una hora antes: los dos equipos lanzados a la portería contraria. El Atleti se desató tras un balón a la madera de Kalinic, mucho mejor, convertido por arte del Cholo de nada en punzón. Lemar robaba, Rodrigo cortaba y templaba. El violín del Betis se había quedado sin cuerda alguna. Ni robaba ni interrumpía ni aparecía ni tocaba. La única música en el Metropolitano eran esa que anunciaban los grilletes, clac, clac, cerrándose sus fauces metálicas cada vez más cerca de Pau. Las botas de Kalinic tenían hambre. Después de ese zapatazo al poste volvió a obligar al portero del Betis, que le sacó con apuros otro balón raso. Rodrigo también se toparía con su guante.
A Setién ya no le duraba la pelota. Y menos después de que Simeone diera un golpe de banquillo, Thomas por Kalinic, Thomas arriba, con Griezmann. Hacía ya un rato que había introducido a Correa, para que el talento asomara entre el centrocampismo y las pizarras. Siempre hay resquicios. Lo encontró Correa, en campo contrario. Robó a Junior, corrió, conectó con Thomas y de un derechazo batiría a Pau. Intentaría empatarlo Mandi, intentaría ampliarlo Godín, lo buscaría Canales echándose todo su equipo en la pierna. Pero ya era tarde. El Atleti protegería su gol ante un Betis a la desesperada. Con música de tango, coro de grilletes y liderato momentáneo, al menos a esa hora de la tarde de domingo, tras el cocido y el café.
(Adelantarían luego Sevilla y Barça, uno por un punto, otro por los goles marcados, tan cerca todo, tan diferente del otro parón).