Griezmann se corona en Lyon
El delantero francés condujo al Atlético con su doblete a la consecución de una nueva Europa League en Lyon tras sufrir demasiado en el inicio. Gabi sentenció a un Marsella que se vino abajo sin Payet.
Clic, clic, clic. De pronto eso llena la noche en Lyon. Un clic, clic, clic como de vieja Olivetti. Sale de decenas de cámaras de fotos. Porque el Atleti ha vuelto a ser campeón de Europa. Sí, otra vez. Tercera Europa League en sus vitrinas. Tres de tres. Y todos los flashes buscan a Torres. El capitán Gabi va a levantar la Copa. Antes le ha mirado y con los ojos le ha pedido que lo haga con él, alzarla. Es mucho más que plata, 15 kilos de peso o 65 centímetros de alto. Es una vida soñándola. Es el momento. La foto de Torres en la que quedarse a vivir. Los clic, clic, clic se convierten en estruendo.
Costó mucho, costó lo indecible. Porque el Marsella, como el Atleti, también es un tributo a la obstinación. Pero en Lyon se topó con un muro. “Mi grandeza no reside en no haber caído nunca, sino en haberme levantado siempre”. La frase es de Napoleón y Simeone se ha hecho un traje negro con ella para definir a un equipo, un escudo, una afición y una forma de vida. Ayer le tocó volver a ser hincha. El TAS no levantó la sanción. Lo vivió desde el palco, no desde el banco, y desde allá arriba lo vio. Cómo sus chicos volvieron a derramar el himno sobre la hierba, todo coraje y corazón. Sobre todo, Griezmann. Sin él hubiese sido imposible la foto. Pero jugaba en Lyon, ante esa grada que una vez le rechazó. Su final fue la venganza perfecta.
El silbato del árbitro había caído sobre el partido como una campanada de ring entre la niebla, el rojo bengala de la grada francesa. El Marsella pronto trasladó su fuego a la hierba. Entendía que Lyon era su historia y se abalanzó sobre ella borrando al Atleti. Con presión alta feroz y agarrado a una bota, la de Payet, que pronto enseñó los dientes con un pase impecable a Germain. Éste, solo ante Oblak, lo mandó alto. El Atlético, si había saltado nervioso, ya estaba incomodísimo. Mandaba Payet, disparaba Sarr, remataba otra ocasión alta Rami. Ay, ay, ay.
Pero si hay un equipo que sabe sufrir ese es el Atleti. Es su esencia: porque nada sabe mejor que aquello que cuesta. Y cuando el partido más apretaba, apareció un rojiblanco para doblar ese destino que parecía escribir la final en marsellés: Griezmann. Minuto 21, con un error rival le bastaría. Fue de Zambo al controlar mal un pase de Mandanda. Gabi recuperó y buscó al francés, que batió al portero por bajo mientras Lyon se frotaba los ojos ante ese talento al que un día dijo no. Hoy es uno de esos futbolistas que nunca fallan, que siempre están, incansables. Él y su capa. El Ale, ale, aleeee atronó por primera vez en la noche.
Diez minutos después Payet se llevaba la mano atrás: había dolor, imposible seguir. Si al saltar al campo había tocado el trofeo, en el minuto 30 lo abandonaba, entre lágrimas. Fue el golpe definitivo al Marsella, aunque no subiera al marcador. La épica se desinfló, se iría convirtiendo en resignación.
El reposo devolvió a ese mismo Atleti que se había ido al descanso, un equipo cada vez más sólido y mandón. Sostenían la firmeza de Godín, las agallas de Gabi, la linterna de Koke, que Lucas hacía de Thauvin un jugador invisible. Vrsaljko, con amarilla, por si acaso, por si Londres, se quedaba en la ducha. Juanfran entraba en el jardín de Griezmann. Porque lo era, ya todo suyo. Cada pase, cada centro, cada genialidad sobre el césped llevaba su apellido. También el 0-2, a los tres minutos de la segunda parte. Comenzó en un robo de Saúl, siguió en Koke y terminó con el francés corriendo hacia Mandanda. El portero sólo pudo mirarle y sentirse como aquel personaje de García Márquez, Aureliano Buendía, frente al pelotón de fusilamiento. Esta vez el balón le superó por alto.
El Marsella boqueaba, agarrado a López como un náufrago a un tablón en el mar. Mitroglu fue la última carta de Rudi García. Pero el partido ya eran del Atleti y de Grizi, como la final, y su cabezazo picado se estampó en el palo mientras Gabi recogía un balón de Koke para hacer el tercero. Minuto 89 decía el reloj. Y la pelota la empujaba el capitán y también todo un equipo, aquel Atleti de 1986 que perdió una Recopa en Lyon. Los Julio Prieto, Tomás o Marina. O el mismo Arteche desde el tercer anfiteatro. Con Luis, claro, y su ganar, ganar y ganar.
En el noventa, el Parc OL rompió a aplaudir. Franceses, rojiblancos. Se iba Griezmann y, mientras lo hacía, le pedía al Mono Burgos un nombre. "Torres, Torres". Entraría El Niño, claro, para su foto. Era injusto que le recordara para siempre la memoria pero no las vitrinas. Pero ya está ahí, grabado, su punto y final. Éste, el soñado, en la última oportunidad. Gracias a Griezmann, al Cholo, a este Atleti que no se cansa de historia, un 16 de mayo.
Clic, clic, clic.