El Metropolitano se ganó la final
1-0 fue el resultado del partido de vuelta de las semifinales de la Europa League entre el Atlético de Madrid y el Arsenal en el Metropolitano. San Luis – Atlético de Madrid en vivo: Amistoso Internacional
Los estadios no se construyen de cemento aunque eso sea lo que llene sus cimientos. Los estadios son partidos, la cuenta de las grandes noches en ellos. El Calderón tuvo muchas, el Metropolitano ayer vivió su primera. Una noche de acongojar desde antes del silbido inicial. De empequeñecer al rival con el rugir de unas bufandas que son tambores y avisan guerra, como las gargantas, a capella. Muchas habían perdido la voz antes de empezar. El Atleeeti, Atleeeti. El fútbol era hoy, era ahora. Era este equipo, el del hombre de negro, cuya historia sigue leyéndose en mayúsculas. Cuatro letras tiene la última. Lyon, dice.
Salió a abrazarlo desde el inicio. El Arsenal temblaba como hoja al viento. El Atleti era el de las grandes noches en Europa. Aquellas del Bayern o Barça en el Calderón, ayer ante el Arsenal, ayer ya del Metropolitano. Avasalló desde el primer minuto. Le robó el balón al Arsenal, Lyon parecía cuestión de minutos. No había llegado el cinco cuando Costa se puso el reloj en la muñeca y corría hacia Ospina con el césped aullando bajo sus pies. Al llegar al área se le hizo de noche. Pero ahí quedaba su aviso. La hierba que hervía allá donde ponía los pies.
El Arsenal sólo había sido una carrera de Lacazette cuando su capitán Koscielny, de pronto, cayó al suelo. Sus golpes en la hierba gritaban lesión grave, quizá talón de aquiles. Otro tortazo para Wenger en su triste bajar el telón a 22 años de Arsenal. La parada del partido espabiló a su equipo, sin embargo. Se decidió a hacer eso que mejor sabe, jugar el balón. A su alrededor creció. Sumó ocasiones, minutos y metros mientras Simeone ya tenía la voz al borde de la afonía en el palco, donde se removía como león enjaulado. En los barrotes quedarán para siempre las marcas de sus dedos.
Regaba Griezmann la hierba con su sangre, tras un codazo de Chambers, en los peores minutos del Atleti en la primera parte. Justo después de que a Costa se le volviera a hacer de noche frente a Ospina. Justo cuando al Arsenal se le había ido el gesto tembloroso del inicio. Y acechaba, con Monreal siempre a un pase de conectar con Lacazette.
Pero terminó por dormir demasiado el balón. El Atleti le puso púas. Ese latigazo de Thomas invalidado por falta de Godín. Esa genialidad de Griezmann a la media vuelta. El Arsenal volvió a soltar la pelota y se perdió. Welbeck no tenía ni desborde ni recorte, a Lacazette le faltaban uñas, a Özil, amigos. Lo inevitable sólo podía tardar unos minutos. Asomaba el descanso, cuando Griezmann levantó los ojos y, en una contra, vio el pase al hueco entre Mustafi y Bellerín y allá le filtró un balón a Costa que decía: "Lyon, Lyon, Lyon".
Ya no era de noche en el área de Ospina. Ya no. Retumbó el cemento del campo cuando Costa se fue hacia el portero apartando a Bellerín con un brazo. Ospina se venció antes del tiempo, el balón le superó por alto, sólo entonces Costa se dejó caer: llevaba el gooool en la boca. También Lyon. Un socavón a los pies de Wenger.
Golpes
Su Arsenal intentó ser otro al regreso de la caseta. Se había mirado la ropa. Sólo una herida, aún en pie. Seguía de Lyon a un gol de distancia. Un gol y empate, un gol y prórroga. Los equipos se convirtieron en dos púgiles intercambiando golpes. A un lado, Özil hacía un pasillo de la espalda de Thomas y Xhaka obligaba a Oblak a su única parada. Todo lo demás lo frenó Godín, multiplicado: la edad sólo es un número en el bolsillo, nada que ver con su piel, infinita.
La de Costa es fuego: una y otra vez se lanzaba contra Ospina para volver a toparse con sus guantes. Mustafi evitaba remate a bocajarro de Griezmann. Wenger lanzaba al partido su última carta: Mkhitaryan. En la primera jugada envió sobre el travesaño de Oblak un disparo que se fue a un palmo. El Metropolitano olió el peligro. Subió la voz. Ale, ale, aleee. La orquesta del baile
El partido iba y venía entre la taquicardia y el alambre. También el susto: Costa pidió el cambio. Un calambre. Antes le dejaría un último disparo a los guantes de Ospina. Entró Torres, rugió el Metropolitano. Otra vez esas bufandas sonando como tambores: cuatro minutos para el final, cuatro minutos para Lyon. Y Griezmann se inventaba una maravilla desde el córner de las flores de Margarita. Y Ospina paraba a Torres. Y el Arsenal que atacaba a la desesperada pero ya se sabía derrotado. Sólo tenía que mirar alrededor. El Metropolitano levitaba, el pálpito de 64.000 personas a la vez, como si por un segundo hubiera olvidado que sólo es cemento y hormigón, en ésta, la primera gran alegría de su historia.
Su hierba ya conoce la bendita locura. Se presentó ayer. Esto es el Atleti. Algo diferente que no puede explicarse. Sólo sentirse, vivirse. Con afonía en la garganta. Ahí asoma Lyon. Abrazado a esta noche. La suya, ayer. Ale, ale, aleeee.