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CULTURAL LEONESA - REAL MADRID

Raúl Álvarez: “A Di Stéfano sólo con grilletes podías pararle”

El 2 de febrero de 1956 quedó para siempre en la memoria de León. Aquel día jugó el Madrid en la ciudad: el de Di Stéfano, el de la primera Copa de Europa. Sólo un futbolista de aquellos vive, Raúl Álvarez. Entonces tenía 18. Hoy son 80. Recuerda para AS.
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Raúl Álvarez.
H. Garrido

Sólo una vez la Cultural jugó en Primera en su historia. Fue en la 1955-56. De aquel equipo sólo usted queda vivo. ¿Cómo era para León aquello?

Una cosa alucinante. Hablamos de hace 60 años. No es lo de ahora. ¡Ni tele había! Yo con 18 años jugué en Primera y no había visto un partido de Primera en la vida.

¿Y cómo llegó?

Empecé en un equipito de barrio, el Numancia. Teníamos camisetas, lo malo era el campo, con mucho barro. Con 16 años fui internacional juvenil y con 17 jugué en el Júpiter, filial de la Cultu, e hice 42 goles. ¡Matías Prats, padre, me apodó el Zarra leonés! Con 18 subí a Primera.

Empezaron aquella Liga bien. Ganando al Alavés...

Sí (ríe) pero porque el Alavés era como nosotros... También ganamos al Celta 4-1 y empatamos al Valencia. Pero al Real Madrid no, por ejemplo.

Un Madrid que jugó en León el 2 de febrero de 1956. ¿Qué supuso aquello para la ciudad?

Una conmoción. Venían autocares, venían trenes, venía gente de todas partes. Todos querían ver a la Leonesa contra el Madrid, ver a los monstruos aquellos. Como creo que será ahora. Está todo el mundo revolucionado con el partido de la Copa.

¿Y puede ganarle esta Cultural a este Madrid de ahora?

Eso sería una utopía si tenemos los pies sobre el suelo. Lógicamente un partido de fútbol es un partido de futbol, pero creo que sería un milagro. Eso sí, si yo tengo que rezar un Padre Nuestro o un Ave María lo rezaré... (sonríe).

Ustedes no lo lograron…

El Madrid era infinitamente superior, con dinero y un estadio fenomenal. ¿Cómo iba a equipararse la Leonesa? ¡En nada! Nosotros sólo teníamos una equipación. Gracias que entonces no te agarraban, si no hubiéramos tenido que jugar con nuestras propias camisas... ¡Si aquel año de Primera usamos cuatro balones en toda la temporada! ¡Cuatro! ¡Fíjese!

¿Cuánto costó aquel partido? ¿Lo recuerda?

40 o 50 pesetas. Ya era un dinero, eh. El campo se llenó.

-Aquel Madrid, luego, ganaría la primera Copa de Europa. ¿Le sorprendió cuando lo hizo?

¡Nada! En aquel Madrid jugaban Gento, Muñoz, Di Stéfano... E irradiaban algo. Yo no sé decirte qué es. Pero así era.

Di Stéfano. ¿Imponía jugar contra él?

¡Cómo no! Era el súmmum, un iluminado. No jugaba en punta, lo hacía en todas partes. Por eso le llamaban la Saeta Rubia. Tenía una velocidad... Yo me acuerdo, aquel día, me quedé mirándole, extasiado, y pensé: “Este paisano es de otra galaxia...”. Lo era. Él cambió el fútbol en España.

¿Qué había que hacer para marcarle?

Nada. No se le podía marcar. O le ponías grilletes o un perro gorilero detrás todo el partido o imposible. Volvía loco a todos. Y eso que al jugar en la Puentecilla partíamos con una ligera ventaja.

¿Cuál?

¡El frío de León! Mire la foto, mire... Ellos estaban ateridos.

¿Tanto frío había en el estadio?

Siempre. En invierno, a las botas, había que meterles algodón encendido en alcohol para poder ponértelas...

Nada que ver con ahora.

¡Nada! De aquellas, la ducha no tenía agua caliente y el jabón era Lagarto. Geles no había. Y quitarte el barro... ¡Bah! Y luego los balones... Los nuestros cogían agua, barro, te daban en la cabeza ¡y te quitaban el sentido!

Los viajes también serían muy diferentes...

¡El equipo del madrugón nos llamaban a nosotros!

¿Por?

Porque para jugar en Les Corts, en Barcelona, salíamos el viernes de aquí, dormíamos en Zaragoza y llegábamos día y medio después. ¡Al bajarte casi ni podías andar! El autocar no tenía calefacción, además. Teníamos que ponerle unas latas con alcohol en el pasillo y encenderlo para que diera un poco de calor.

¿Qué estadio le impresionó más de todos los que jugó?

El Bernabeú. Y Mestalla, fíjese. Recuerdo verlo y decirle a mis compañeros: “¡Nosotros aquí, en este prao, no vamos a saber jugar!”.

¿Por qué?

Yo no supe lo que era jugar en la hierba hasta que no tuve ya casi 18 años. La primera vez que pisé el campo nuevo de la Cultural lo dije: “Yo aquí hubiera sido internacional...”. Sí, sí. Yo y mucha gente de León.

Internacional como César. Aquel año de la Cultural en Primera jugaron juntos...

Aquí en León si no hubiera sido por César no habría nadie del Barça. Era increíble. Aquel año en Primera, en la Cultural, yo fui su suplente hasta que, después, yo fui el titular. Y me busqué alguna complicación con el entrenador, Galarraga, porque yo, siendo el más joven, le debatía que no nos pusiera a los dos.

¿Por qué?

César había sido un rematador tremendo, pero entonces tenía ya 35 o 36 años y no era aquel punta que fue, pero jugaba a la pelota divino. Recuerdo que en los partidos de entrenamiento de los jueves, jugábamos la delantera titular y una media de suplentes donde estaba él y yo siempre metía tres o cuatro goles de los balones al hueco que me ponía. Tantos años con Kubala... Aprendió mucho de él.

¿Qué es para usted haber compartido vestuario con él?

Muchas cosas. César, además, fue quien pudo cambiarme la vida porque fue él quien me llevó a mí al Barça...

¿Estuvo en el Barcelona?

Sí. El año siguiente de la Cultural en Primera. Cuatro meses. Probando. Pero yo era amateur y aquel año la Federación se sacó una norma que, para hacer profesional a un futbolista, había que pagar 250.000 pesetas. Un dineral. Tuve esa mala suerte. Además, yo miraba aquella delantera, Basora, Luisito Suárez, Kubala, Eulogio Martínez, y pensaba: “¡Para jugar aquí hay que envenenar a alguno!” (ríe). Al año siguiente esa norma ya no estaba, pero yo ya había regresado a León.

¿No tuvo la posibilidad de fichar por otros equipos?

En dos ocasiones estuve montado en el coche de don Antonio Amilivia, el presidente entonces, preparado para llevarme donde fuera, pero la directiva pensó que daban poco dinero por mí, se echó para atrás y ahí se me pasó el tren.

¿Qué equipos le querían?

Uno era el Valencia, me dijo Galarraga. Otro el Atlético. Y el Celta. Jugando aquí le metí tres goles y debieron de pensar en mí (sonríe).

¿Cuál fue el mejor futbolista al que usted se midió?

Los dos mejores que yo he visto en mi vida han sido Di Stéfano y Kubala. Porque Kubala era otro monstruo. Yo le he visto coger la pelota y dar la vuelta a Les Corts, pam, pam, sin que se le cayera el balón al suelo. Le daba con el hombro, la cabeza, se sentaba... Un malabarista. ¡Es que había unos jugadores entonces...! Eran más técnicos. Fíjese cómo le daba Puskas al balón con la izquierda. Con aquellos balones, pesados, durísimos, tremendos... ¿Qué haría con los de ahora entonces? ¡Rompería las porterías!

¿Y el defensa más duro?

Campanal, del Sevilla, ¡recordman nacional de 100 metros! Medía 1,80 y debía hacer pesas y tal ya porque tenía unos bíceps… Llegó a ser internacional. Saltaba, atajaba... Y, además, contundente. De aquellas no había ni tarjetas y el balón pasaba pero tú no. Cada partido era la guerra.

Pues con Marquitos peleó mucho cuando el Madrid jugó en León...

¡Vaya si peleé! La de encontronazos que tuvimos. Trataba de coaccionarme. Me decía: “¡Si eres un niño...!”. ¿Pero yo qué hacía? Entrar más fuerte. No le tenía miedo a nadie. Si le cuento lo de Amancio...

Cuente, cuente...

Fue en Riazor, en Segunda. Empatábamos 2-2 a cinco minutos del final. Falta al borde del área, yo coloco el balón, es gol. El partido acaba y, como yo era un descarado, grité: “Ala, ahí os queda el recao”. Amancio vino y me pegó un tortazo. Yo eché a correr detrás de él y, mira que era rápido, pues le eché mano y le metí dos castañazos... Se me echó toda la gente encima. Al llegar a la caseta me esperaban 20 personas para pegarme. Me dejaron desnudo. Me arrancaron camiseta, pantalón... Pero sólo uno logró darme una patada, en la rabadilla: estuve un mes sin poder sentarme.

¿Qué referentes tenía usted a la hora de jugar a fútbol?

Nadie. Yo era muy burro, con un juego muy personal. Sí creo que jugué en un tiempo equivocado. Yo veía al delantero saliendo, buscando desmarques y entonces eso no podía ser: jugar un balón atrás no estaba bien visto. El público pitaba y el entrenador te enviaba al banquillo.

¿Algún futbolista de ahora le recuerda a usted?

Costa. Porque pelea y no tiene miedo. Yo era el Diego Costa de los años 50. Eso sí, yo jugaba mejor la pelota.

Usted se retiró a los 26. ¿Por qué?

Estaba cansado del fútbol. Y veía que mis compañeros terminaban sus carreras y los pobres no tenían donde caerse muertos.

¿Cuánto se cobraba entonces?


Unas 200.000 pesetas en Primera. Luego, ya en Segunda, 40.000, que ya era dinero, eh, no se ganaba por ahí.

¿Por qué la Cultural no ha vuelto a Primera?

Creo que fue por los gestores, que no supieron dirigirla hasta que ahora llegó Felipe Llamazares. Aunque hubo otra Cultural gloriosa. Y mejor que la mía. Aquella de Segunda con Marianín, Ovalle, Villafañe... Cómo jugaba.

De la suya, usted es el último vivo...

¡El último baluarte! Miche fue el penúltimo. Murió hace dos años. Y eso es triste para mí. Porque eran grandes amigos y por la edad que tengo... Estoy finiquitado, ya me queda poco. Pero oiga, yo aún no pienso en el jardín. Me queda guerra por dar. Como la que daba en la hierba...