Café, copa y puro | Iñaki Gabilondo
“El mundo entero acepta un mismo reglamento en el fútbol”
Escuchar a Iñaki Gabilondo hablar de Di Stéfano luchando, cercado en el viejo campo de Atocha, te reconcilia con el fútbol que a menudo transita entre la frivolidad y el escándalo.
—¿El fútbol vive ajeno a la realidad de un país en crisis y con graves problemas?
—El fútbol vive aparte, pero por eso mismo funciona como una especie de antídoto. Se parece mucho a lo que ha sido históricamente la religión. Los estadios se parecen a las catedrales, los fervores se parecen mucho a los antiguos. Todo es irreal, los salarios, las entradas. Es una irrealidad en la que vivimos todos mágicamente atrapados.
—¿Qué le parece la decisión de la Comisión Europea de investigar las ayudas a determinados clubes?
—No sé dónde llegará. La Comisión suele empezar muchas cosas que luego no termina. Son temas muy técnicos y no tengo la más remota idea de dónde puede llegar ni qué efectos puede traer.
—Al tiempo algo turbio parece rodear al Barcelona. Se habla del caso Neymar o asuntos raros en el entorno de Messi, ¿cómo observa todo esto?
—El fútbol vive en un territorio virtual y en cuanto se aproxima a la realidad hay una fricción grande. A mí me da la impresión de que el mundo del fútbol debe estar lleno de excepcionalidades. Por eso digo que el fútbol se parece a Eurovegas, un territorio lleno de excepcionalidades y creo que como se le someta a un foco intenso, puede venirse abajo.
—Lo que parece extraño es que no exista más control sobre un mundo tan opaco como el fútbol.
—¡El primero que no tiene el control es la sociedad! A mí me contó algo Florentino que me hizo mucha gracia: estaba Roberto Carlos en polémica con el club por un aumento de salario que no se le daba. Y cuenta que saliendo un día del estadio se le acercó un grupo de operarios y uno de ellos le dijo: “Presi no seas tan agarrado y resuélvele el caso a la criatura”. Esa extraña solidaridad, al margen de la lógica social, está muy metida en la gente. No digo que acepten irregularidades, pero las excepcionales cantidades que se manejan la sociedad las digiere con gran naturalidad.
—Le decía lo del control porque hay mucha gente que se queja del trato deferente que se tiene con el mundo del fútbol en el tema del IVA.
—No tiene ni pies ni cabeza. El fútbol dispone de una particular situación por su privilegiada relación con la gente. Es un disparate difícil de racionalizar, porque está metido en un territorio mágico-religioso-místico, que creo debería secularizarse.
—¿Qué papel juega un presidente como Florentino en esta realidad del fútbol?
—Quizá es la persona que mejor lo encarna. Preside el Madrid convencido de que es una fuerza simbólica poderosísima. Es una marca mundial como el Vaticano. Dirige esta empresa de una manera diferente de cómo dirige el resto de sus empresas. Aquello va a cartabón, peo el mundo del fútbol tiene otra mística, otra aureola. Ser presidente del Real Madrid es ser más que siete ministros juntos.
—Bajemos al pasto, como diría don Alfredo. ¿Le ha decepcionado el paso fugaz de la Real en esta edición de la Champions?
—Para los txuriurdines de bautizo como yo, la victoria de las dos ligas fue algo glorioso y excepcional. Yo me moriré observando con asombro aquellos éxitos y mirando siempre con preocupación la parte baja de la tabla. Estar en Europa ya me ha parecido bien. La Real es lo que es y estoy contento de que sea así, sin ilusiones chinas. Me gustaría que hubiera llegado más lejos, pero no es fácil. Es otro club en el que los buenos jugadores se marchan.
—¿Cuál cree que fue la clave de que irrumpiera aquella Real tan competitiva capaz de ganar dos ligas?
—Entonces no existía la ley Bosman y la Real tenía un equipo de cantera que llegó a su punto exacto de maduración con gente como Arconada, López Ufarte, Zamora, Satrústegui, etc. Ahora ya no se puede. La ley Bosman hizo algo laboralmente justo, pero al mismo tiempo le quitó a los equipos de cantera la posibilidad de sostener a su gente.
—¿Y le parece mejor o peor?
—No me parece ni bien ni mal. Es así.
—¿La desaparición del viejo estadio de Atocha desnaturalizó un poco el fútbol en San Sebastian?
—Atocha era un campo inglés en el que tenías al lado a los jugadores. No lo idealizo. El fútbol de ahora es mucho más brillante, pero la diferencia es que antes los partidos no eran todos iguales. Ahora todos los equipos hacen lo mismo. Antes sólo jugaban al cerrojo los equipos modestos y los insultaban y ahora todos juegan así.
—Incluso el Madrid de Mourinho llegó a practicarlo.
—Ver al Madrid jugarle al cerrojo al Barcelona en el Bernabéu es algo que nunca olvidaré. Yo soy de la Real y nos hemos tirado toda la vida escuchando reproches cuando intentábamos defendernos de los grandes. Y que el público de un grande asistiera a ello con naturalidad a mí me dejó aturdido. Mourinho inventó el balonmano con los pies para buscarle el antídoto al juego de Guardiola. Y luego todos le han imitado. Todos encerrados y el atacante va de izquierda a derecha. Y cuando se mete un gol, los equipos se abren y entonces ya se parece al fútbol de antes.
—¿Iñaki jugó al fútbol?
—Sí, y además pienso que habría podido ser bastante bueno. Jugaba de medio izquierdo, con el número seis. Adorábamos el fútbol. Siempre he sido socio de la Real y ahora también soy accionista. Aunque soy un socio raro porque debo ser el único que no le tiene manía al Athletic, cosa que la gente de Donosti no entiende. Ni siquiera mis hermanos.
—La manía que no le tiene al Athletic se la tiene al Madrid.
—Los de San Sebastián venimos de fábrica antimadridistas. Luego unos se convierten a otras religiones y otros nos mantenemos en una región templada. No vivo un antimadridismo militante.
—Sin embargo en el Centenario al equipo que se invita es al Real Madrid.
—Porque ese antimadridismo se vive con admiración. Y me explico. El mejor jugador que he visto en mi vida ha sido Alfredo Di Stéfano con mucha diferencia. Nosotros le teníamos una manía terrible al Madrid, pero también admirábamos a los Di Stéfano, Puskas, Gento. Pasaba que el Madrid jugando al fútbol te ganaba, pero a leches también. Lo más impresionante que tenía aquel Madrid es que no le podías acoquinar de ninguna manera. Se defendían colgándose del travesaño y mordiendo como si les fuera la vida en ello. Alfredo desataba una furia imparable. Era un equipo tremendo. Jugando al fútbol te volvía loco, pero en el barro también.
—Entonces nadie se quejaba de los árbitros.
—Mire, cuando he visto al Madrid quejándose de los árbitros me tenía que frotar los ojos. Cuando oigo que se siente perseguido, me agarro la tripa de la risa. El Madrid de entonces, ese Madrid bravo, jamás habría permitido que alguien se compadeciese de ellos por una mala actuación arbitral. Se lo habrían comido por los pies.
—¿Pasaba lo mismo con el Barça?
—No, el Barça nos caía mejor, pero en nuestro campo le achantábamos. Y eso que Kubala era un genio y el talento de Luisito Suárez era enorme, pero nada comparable con el ansia de ganar que imponía Di Stéfano. No se podía con ellos de ninguna de las maneras. Di Stéfano tiene el Tambor de Oro de San Sebastián que es la mayor distinción que se otorga en mi tierra.
—¿Se ha perdido esa tradición en el Madrid?
—Durante años la mantuvieron gente como Pirri o Camacho. Jugadores que veías con profunda admiración. También Raúl ha sido un futbolista sorprendente que además tenía el mérito de que careciendo de las cualidades de los grandes, sin embargo batía récords de goles. Tardé mucho en darme cuenta de su valor. Ahora se ha perdido mucho el estilo. Por citar a uno, me quedo con Xabi Alonso.
—Esos valores parece que los ha recuperado el Atleti.
—El Atlético ha sido un grande siempre. Nunca entendí por qué hace unos años cayó en esa especie de victimismo macarra. ¿Por qué se acunaron en esa tontería? Supongo que también influyó la presencia de algunos presidentes extravagantes como Cabeza o Gil. Para mí el Atlético de Madrid siempre fue un equipo grande. Cuando venía a San Sebastián hacíamos el día del club. Me gusta que ahora vuelva a ser lo que yo siempre he creído que era.
—¿Le ve con opciones?
—En la Champions muchas. Más que en la Liga. Porque en la Liga tengo la impresión de que con el paso de los meses le va a ser complicado resistir, pero a doble partido puede ser un rival temible.
—¿En algunos clubes se está perdiendo el amor a los colores?
—Para empezar, ¿qué son los colores si en cada partido juegan con una camiseta diferente? Aquí va a pasar igual que en el basket, que le ha quitado el nombre a los equipos y lo ha sustituido por el del patrocinador. Los únicos que mantienen el misticismo son los aficionados, que le ponen el corazón y ese candor que hace que el fútbol siga siendo algo mágico. Mientras tanto el fútbol va por su cuenta abandonando un montón de símbolos. Los jugadores se marchan. Llegará un día que los ficharan para determinados partidos. Luego dicen que la gente va al Bernabéu como a la ópera. ¿Y cómo quieres que vayan si han traído a los mejores tenores del mundo?
—En estos tiempos convulsos, ¿llegará un día a desaparecer el fútbol?
—No. Solamente el mundo acepta un reglamento de convivencia y es en el deporte. Es el más gigantesco pacto de adhesión que se conoce en el planeta. Ni siquiera la ONU ha conseguido lo que ha conseguido el fútbol. Una actividad en la que miles de millones de personas aceptan un mismo código de reglamento, un pacto de acuerdo compartido. Es un milagro de tal calibre que le da al fútbol una solidez por encima de cualquier otra cosa y lo convierte en eterno.