Copa América | Un templo del fútbol
"Di Stéfano era Gardel con botines"
Un café fundado por un asturiano se ha convertido en un templo futbolístico en el corazón del barrio de Almagro. Lo regenta un socio histórico de River: Mario, el Millonario.
En el barrio de Almagro, "gloria de los guapos, lugar de idilios y poesía" confluyen dos arterias empedradas, Guardia Vieja y Billinghurst. Esquina custodiada por un viejo boliche. El Asturiano, abierto el 15 de noviembre de 1923 por Justo Riesco, natural de Cangas de Narcea, se convirtió en El Banderín en 1929.
Al entrar un bandoneón desgrana un tango. Nos recibe Silvio, nieto del fundador. "Los banderines los traen amigos, clientes que les gusta y nos envían por correo...". Aparece don Mario, "el Millonario. No es por la plata, es que soy fana de River desde pibe. 65 años de socio". Mario trabaja de noche "porque me gusta hablar con los pibes. Por la mañana vienen los fijos, por la tarde los taxistas y por la noche los pibes".
La especialidad de la casa son las picaditas (tapas porteñas). "La picada común acá es el cantimpalo, la longaniza, queso con aceituna, chambota, morrones... Mercadería de primera. Y el fiambre cortado en la ladera (en la barra), que cambia el gusto. Un plato típico de boliche. Quien viene repite", apunta orgulloso Mario, que nació entre estas paredes hace 75 años. ¿Y de beber? "Cinzano con Ferné, pero servido como se debe".
La 'Máquina'. Suena Aníbal Troilo y Mario hace memoria. "Yo iba a la cancha de River con su ahijado. Hay un cuadro de La Máquina que los presos de Devoto regalaron a Pichuco y su ahijado me lo dio para colgarlo acá". Mario andaba kilómetros para ir a los entrenamientos. "Al final Carrizo ponía tres pelotas encima del larguero, que antes eran cuadrados, se iba al borde del área y disparaba hasta tirarlas. Las que se le iban fuera, se las alcanzaba yo. Ahora los pibes llegan a la línea y ¡no saben ni centrar!". Habla con la nostalgia de quien vivió años mejores. "Vi jugar a La Máquina". Ralentiza la cadencia de su habla, sus ojos vidriosos miran al techo antes de recitar la eterna letanía: "Muñoz... Moreno... Pedernera... Labruna.. Loustau. Nunca hubo nada igual en un campo de fútbol. ¿Sabe que se silbaban para echarse la pelota? Nadie les quitaba la bola, como al Barcelona ahora. Le llamaban Los Caballeros de la Angustia porque no cerraban hasta el final los partidos. Y luego, a ver a Troilo. Bellos tiempos". La Máquina, bautizada por el legendario cronista de El Gráfico Borocotó en 1942, sólo jugó 17 partidos junta. "Eran años felices para River. Salían del vestuario y acariciaban la cabeza a los pibes -comenta mientras pasea la mano por su lustrosa calva-. Eso compensaba todo. Ahora ni miran a los pibes. ¡Qué pelotudos!". Mario da un trago corto a su café antes de seguir el paseo por la historia de River. "¿Y qué me dicen de Alfredo? Di Stéfano era Gardel con botines. ¡Mamita!", exclama preso del entusiasmo. "Me reuní con don Santiago Bernabéu cuando vino a Buenos Aires a ver cómo funcionaba River. Nos llamaban la Casa Blanca y Bernabéu lo exportó al Madrid. Un señor, les digo".
Hora de dejar los años dorados y adentrarnos en la cruda realidad. "Pasarella nos sacará de ahí. Él se plantó ante Grondona y lo pagamos, pero a esto nos llevó Aguilar, a quien ahora don Julio manda a representarle por el mundo. ¿Cómo se puede ser tan boludo? O estás con ellos o...", resigna. Habla con devoción de Pasarella, admiración que hizo pública un programa de televisión que llevó al Capitán a El Banderín. Mario sacó aquel día "un vermut que guardé 50 años para una ocasión excepcional. Y vaya si lo fue".
Le escuece menos la albiceleste. "Son tantos años. Como cantaba Gardel, 'lo mismo un burro que un gran profesor'. Sin dirección y jugadores que no dan un pase al pie. Si los pilla Pipo Rossi, que pedía una escalera cuando le daban un pase alto... ¡Y discutimos a Messi! Somos tan argentiiiinos...", tensa amargamente el gentilicio.
No es optimista respecto al fútbol argentino: "Lo peor es que Humbertito (hijo de Grondona) quiere suceder al viejo. ¡Y es tan mala noticia!". Algo que contrasta con el vitalismo que envuelve su lenguaje corporal. Una gata negra, y celosa, se sube a sus piernas cuando la conversación toca a su fín. Es Pedernera. Don Mario, dicharachero, nos tira el guante. "¿Y fueron a ver tango? Pasen por acá el sábado y al cerrar los llevo a un templo porteño. ¿Las argentinas les habrán tratado bien? Ustedes acá siempre son bienvenidos", sonríe cómplice. Un apretón de manos en la puerta del boliche sella la visita. El Banderín, Guardia Viaje y Billinghurst. Buenos Aires. Pasen. Allí la vida se toma un respiro.