Real Madrid - Barcelona | La contracrónica desde el lado culé

El pez sediento

Dirán cualquier otra cosa, en Madrid, en Barcelona, pero el Barça ganó porque en su conjunto juega Messi, que es como un pez sediento, un pez que se mueve como los ángeles hasta que dispara sin piedad y sin miedo.

Juan Cruz

Afellay. El mérito es de Messi; él quería ganar el partido, y se escurrió de tal manera, también cuando no intervenía en el juego, que dio una lección a los suyos sobre el fútbol secreto, que maneja como si fuera un crío que le esconde el balón a sus propios compañeros para sorprenderlos con la riqueza de sus registros; desde la nada hace cualquier cosa, y lo hizo, hasta que llegó Afellay. Cuando entró en el campo el joven delantero alguien me dijo en la grada: "Fíjate en sus correrías". Cuando me fijé ya le estaba poniendo a Messi el primer gol en las botas.

La guinda. Pero este pez secreto que juega en el Barça y que anoche reivindicó a su entrenador en la particular riña de la que ahora no quiero acordarme, no podía participar en este juego sin parecerse a sí mismo. Hay en él como una voluntad de estilo, que no es exactamente la voluntad de estilo del Barça. A veces el Barça (lo escuché en el graderío, donde estuve rodeado de gente muy notable, que sabe mucho de fútbol) aburre a las ovejas, pero lo importante es que aburre en primer lugar a sus adversarios. Y en el letargo que produce interviene de pronto el argentino bajito, se adentra como si viviera a dos velocidades por delante y actúa como poseído por una misión que él cree posible. Así vino el segundo gol, que dejó boquiabierto al graderío.

La afición. La afición del Madrid es notable; siguió animando al equipo, aunque hubo alguna destemplanza. Independientemente de los gritos contra el Barça, que están en la nómina del griterío, me sorprendió con qué rapidez le volvieron la espalda a algún jugador propio. La decepción no puede ser tan mezquina. Dicho esto, digamos lo más serio: apoyó a su equipo con un denuedo digno, en efecto, de mejor causa. Lo que a mí me sorprende como espectador directo del lance es cómo se puede resistir sin que se te rompan los tímpanos semejante presión, tal griterío. Ahí se confirma la enorme profesionalidad de los futbolistas, que tocan y tocan, o se desesperan mientras el otro toca, como si estuvieran metidos en medio de una sinfonía de silencio.

Los incidentes. Compañeros hay que dicen que la expulsión de Pepe fue excesiva; el graderío pensó eso, pero lo debió reconsiderar pronto, porque los pitidos duraron menos que la reacción del Madrid, que se dispuso a ser heroico ya que no podía ser táctico. Vi al graderío más disconforme en seguida con la expulsión de Mourinho. Quitarle a Mourinho es como quitarle la palabra al Madrid; el entrenador ha querido convertirse en el cuerpo místico de su equipo, y a mi parecer se equivoca, pues su ausencia (la ausencia de su palabra desde el banquillo) parece que dejó desconcertado de tal manera a los suyos que parecía que el partido les pesaba más de la cuenta.

El enfrentamiento. Es desgraciado que sobre el resultado haya ahora la sombra de estos rifirrafes. Si me dejan asomar el color de mi camiseta debo decir que me alegro por el Barça, pero respeto muchísimo al Madrid. Vi anoche a aficionados verdaderamente contritos, que hubieran querido un resultado menos decepcionante. A mi juicio la expectativa tronante de su entrenador no beneficia a las expectativas razonables de la afición, y el graderío no merece, no necesita, de excitaciones sobrevenidas. Pero, en fin, cada maestrito tiene su librito, y algunos maestritos tienen a Messi, que es un pez cuya sed no tiene fin, y que además se excita cuando le tocan el flequillo, como pasaba en los patios de tierra donde aún cree estar jugando.

Lo más visto

Más noticias