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Jornada 16 | La Liga al microscopio

El carrusel

Barça y Madrid continúan con esa carrera de galgos que endulza una Liga a la que sólo el Villarreal se apunta. Ver jugar a los de Guardiola hace zanjar cualquier debate, pero siempre aparece después el Madrid para sujetarse como puede a la lucha por el título. Así ganó ayer al Sevilla, con bravura y orgullo. Y también vale.

Di María

Un gol a infancia, amigos, familia...

El Valencia se llevó los puntos de San Sebastián con un gol postrero de un donostiarra, Aritz Aduriz. Destino caprichoso, sin duda. Cosas que pasan, que dirían los puristas. El caso es que marcar ante el club de tu ciudad con un equipo de fuera no es habitual. Tal es la rareza que uno no sabe cómo celebrarlo si lo logra. No existe un vínculo profesional a un escudo, como ocurre con los ex equipos, sino mucho más. Familia y amigos te deben mirar raro por hacerlo. Pero Aduriz siempre llevó una carrera paralela a la Real. Destacó como juvenil en el Antiguoko y pasó por Aurrerá, Athletic, Burgos, Valladolid y Mallorca. Todo demasiado lejos de casa. Todo antinatural.

Borja Valero: el Xavi que perdió el Madrid

Decir que Xavi es quien ha impregnado de ese peculiar y aromático tiqui-taca al juego del Barça y de la Selección es algo que no se discute ni en las más agitadas tabernas. Quizá Cesc se pueda equiparar a él en el Arsenal. Pues bien, el Villarreal se agiganta esta campaña gracias a Borja Valero, otro ideólogo del fútbol, líder de un puñado de locos bajitos cuyo partido ante el Mallorca volvió a ser sublime. Borja es el maquinista perfecto para una locomotora amarilla que avanza humeante. Eso debe escocer al Madrid y su afición, que vieron hacerle las maletas sin apenas oportunidades de mostrarse. Años después, su doctrina retumba. Pero lo hace lejos del Bernabéu.

Sólo los que las escriben son capaces de cambiar la Historia

Entre bufidos y lamentos de la apasionada afición del Espanyol hubo hueco para una ovación emotiva, distinta a todas las que últimamente ha recibido Iniesta por los diferentes estadios. El país le reconoce su gol en la final del Mundial y seguramente lo haga eternamente. Hasta ahí bien. Lo que es más difícil de conseguir es que ese consenso llegue por parte del público que históricamente ha sido su acérrimo rival. El de Fuentealbilla lo ha hecho. Y lo ha hecho por su capacidad de caer bien a todo el mundo, sin más miras que ser un buen jugador de fútbol y una mejor persona. Esa humildad, ese sentirse igual que los que pagan por verle, se plasmó con su dedicatoria a Jarque en Sudáfrica. El Espanyol se apoyó en ello para aplaudirle por muchas más cosas.

Sentirse liberado al partir del Calderón

Quique potenció el mediocampo y su equipo lo agradeció. Fue más serio, más compacto, más sólido. El Atlético anotó esta vez sus tres goles a balón parado, demostrando una gran eficacia en una suerte que desnivela más encuentros de los que parece. De hecho, el club ganó un doblete en su día en buena parte por la importancia de tener a Pantic. Sin ser ni mucho menos el serbio, Simao también ha cuajado un papel destacado en esta disciplina en su recorrido por el Atlético. Numerosas han sido las faltas directas que ha marcado y sus centros también originaron muchos goles. Da la sensación de que el partido de ayer sirve para corroborar esto -casi con nostalgia por su inevitable marcha a Turquía- y también que aquellos que se saben lejos del Calderón se quitan un peso de encima que les hace liberarse. Le pasó a Jurado en su último partido frente al Sporting antes de irse a Alemania y ayer volvió a ocurrir con el portugués. A veces no nos damos cuenta de lo que tenemos hasta perderlo. Y asimilarlo, entonces, escuece el doble.

El perdón es igual de justo que el castigo

En gran medida lo forzaron las lesiones de Aurtenetxe -hombro- y Koikili -sobrecarga-, pero Caparrós y el Athletic lo fiaron todo en el Ciutat de Valencia al hasta hace unos días crucificado Castillo. El lateral zurdo jugó por vez primera tras dar positivo en un control de alcoholemia en la semana previa al derbi vasco, hace ahora un par de semanas. Se rumorea que el Athletic le sancionó por ello con 10.000 euros, una de las mayores multas de su historia, además de la moral por parte de la afición y de la civil de la Ertzaintza. Pero Caparrós, lejos de hacer extensible este castigo al ámbito deportivo, ha seguido contando con él y no dudó en darle la titularidad. Hacía un mes que no jugaba. Los críticos le esperaban con ansias. Pero hubo perdón. Y Castillo cumplió.

El arquero argentino como peculiar icono

Zaragoza está que trina con su equipo y no salva a ningún jugador de la quema. Tampoco a Leo Franco, cuyas paradas se han alternado en muchas ocasiones con los errores. Pero el argentino está tomando forma últimamente en la portería zaragocista y el mejor ejemplo es su gran partido de ayer en Pamplona. Aguirre se ha encontrado en el poco tiempo que lleva en La Romareda con la tesitura de confiar o no en el argentino. Lo ha hecho, sí. Sobre todo porque ya le conocía de su etapa en el Atlético, en la que sacó un gran rendimiento a sus cualidades como portero. Leo representa el espíritu de aquellos guardametas argentinos de los 70 y 80: media melena, espigado, siempre plantado en cruz en los mano a mano, carácter peculiar... Fillol, Gatti, Carrizo, Montoya o Burgos le precedieron. Y él apura ese estilo en el Zaragoza.

Aquel DVD olvidado de la liga israelí

Boateng marcó un golazo en la victoria del Getafe en Almería. Es la segunda vez que el ghanés perfora la portería contraria este año, los dos primeros goles que hace desde que llegará el pasado año. Sin embargo, esta faceta no es nueva para él, que inició su carrera siendo un rápido delantero en el Kalamata de su país. El Getafe lo contrató ya como mediocentro tras horas de vuelo en países dispares como Grecia, Alemania, Suecia y, sobre todo, Israel. Precisamente ahí reside el gran mérito de su fichaje. Localizar un activo así en una liga tan minoritaria es difícil. De hecho, los primeros seguimientos suyos que se hicieron fueron a través de vídeos. El simple hecho de perseguir DVD de partidos de la liga israelí ya es meritorio; verlos, lo es más. Pero a veces esconden valiosísimos tesoros. Y uno de ellos es Boateng.

El personaje: Di María

El Madrid había entrado en un callejón oscuro y sin salida. Su exceso de aceleración, un arbitraje calamitoso y la actitud hostil del Sevilla llenaban de negros nubarrones el Bernabéu. Al público le salía espuma por la boca. Hasta que apareció el argentino Di María. Su gol tuvo la misma dosis de belleza que de importancia. La acción duró pocos segundos, desde que controló un balón largo hasta que lo ubicó en la portería, pero en realidad fue como un tango. Un sensual tango bailado con Palop, al que invitó con dulzura al escenario arrabalero en que convirtió el flanco derecho del área. Allí le sometió a todo tipo de pasos, giros, molinetes y ochos, fugaz homenaje a Carlos Gardel que acabó en el único tanto de la noche. Un detalle precioso para un partido hosco.