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Barcelona 1 - Mallorca 1 | La contracrónica

El Barça juega de reojo

Lo peor que le puede pasar al Barça es jugar de reojo. Ahora ya no depende de sí mismo; la goleada del Madrid al Deportivo, vistas las circunstancias, le cambia el paso, le obliga a mirar de reojo a su eterno rival, algo que no le gusta mucho.

Juan Cruz
El Barça juega de reojo

Impotencia. Este empate es la demostración de una impotencia inesperada que el Madrid agranda. Y eso que nunca pareció un partido más plácido que este, a pesar de que Laudrup estuviera delante. Pero Aouate fue un muro que se fue agigantando. Hasta pareció al final que los delanteros azulgrana tiritaban en su presencia.

¿Goleada? El Barça contaba a remate por minuto. No se recuerda en esa primera media hora aparición alguna de Valdés que asistió al gol de Messi. Ahí Pedro estuvo genial; parecía el preludio de una goleada. Pero la memoria en el fútbol no sirve de nada. El empate es un resultado fatal, otra vez; Guardiola lo puede remontar, pero este empate coloca al equipo en una difícil e inesperada tesitura. Ahora ya el Madrid no titubea, y este es un hecho que empalidece al Barça.

Pedro. Fue la viva imagen de un partido que servía de homenaje para Manchón, una gloria. Y fue eso, gloria, lo que nos dejó esa visión de juego, un pase ciego de espaldas a la portería, pero de frente al gol de Messi que como hace a veces, dio un pase a la red. Fue la única vez que Aouate se quedó sin palabras. Luego al Barcelona le entró la prisa y Pedro se fue yendo del partido con la cabeza gacha, como si adivinara el desastre.

El gol de Messi. Fue el genio otra vez, o al menos lo intentó siempre. Pero le faltó estar en todos los lados ante el desatino de Bojan, que no comprendió el partido. Quizá en su gol fue en la única ocasión que fue reconocible por su manera de hacer fútbol. El gol del Mallorca puso en la cuerda floja a un equipo que contaba con el juego y el balón a su favor. Messi siempre buscó aliados hasta que el minutero dijo basta.

La reflexión de un empate. Un fracaso que sirve para meditar. Santi Giménez contaba el sábado los riesgos de enfrentarse a un equipo de Laudrup, que fue un genio y luego un traidor perdonado. Ayer le empató a su amigo Guardiola. No tiene vuelta de hoja. Ahora se podría decir cualquier cosa para justificar el fracaso, pero lo cierto es que ya el Barça juega de reojo, y eso es fatal porque pone en peligro la alegría que hasta ahora era un arma azulgrana.

Impotencia. Al Barça no le distingue la altanería, al menos este no es uno de sus fallos. No necesitaba estas curas de humildad sucesivas que va sufriendo. Todavía queda mucha Liga por delante, pero ya se sabe lo que pasa cuando uno se cae en los primeros peldaños, que ya sigue cayendo hasta que no queda escalera. Y, como decía Julio Cortázar, las escaleras se hicieron para subir.