Liga de campeones | Hamburgo 0 - Osasuna 0
Ricardo apura el sueño
Osasuna logró un buen empate y decidirá el Reyno
El sueño de Osasuna sigue vivo. El Reyno de Navarra, el próximo día 22, dictará sentencia después de que ayer los rojillos desplegaran todo un manual de lucha y concentración para arrancar un empate valiosísimo del AOL Arena. Un marcador favorable, pero traicionero. Para hacerlo bueno únicamente falta que el ambiente de Pamplona sea insoportable, el de las grandes fechas, el que se les atraganta incluso a los más grandes. Sólo así valdrá el inmenso esfuerzo llevado a cabo en tierras alemanas.
El caso es que Osasuna saboreó el empate final. Lógico, viendo lo mucho que costó lograrlo. Les acompañó a los navarros también la fortuna, porque en los primeros compases de partido Kompany y Guerrero bien pudieron echar por tierra todas las ilusiones. No hubiese sido justo. Los sueños, el aliento de una afición entera, evitaron que el balón entrase y a partir de ahí el conjunto que dirige Ziganda fue rehaciéndose hasta el final.
Puñal tomó la batuta en el centro del campo, Raúl García se animó y fue sacando a relucir su repertorio de clase y Milosevic dejó muestras de su veteranía cada vez que cogió el balón. Mientras, los centrales tenían que pelearse una y otra vez con los potentes Guerrero y Sanogo. Sin problema. Otra cosa no, pero por garra y pundonor a los rojillos hace tiempo que no les supera nadie. Con el paso de los minutos, Osasuna comenzó a sentirse cada vez más cómodo. Cada cierto tiempo notaba que estaba jugando la previa de una Liga de Campeones, sobre todo por el riguroso arbitraje, pero esa timidez inicial fue dejando paso a un buen conjunto, ordenado atrás, incordioso en la punta de ataque.
Ocasiones. En uno de esos coletazos, Soldado le robó la cartera a la defensa contraria y se plantó solo ante Kirschtein. Su disparo raso lo despejó el alemán, pero sirvió para airear sobre el ambiente que para ganar el choque, para llevarse la eliminatoria, habría que hacer algo más que enseñar el título de campeón de Europa. Más sangrante incluso pudo ser la indirecta cuando Cuéllar remató a las redes una falta. El estadio enmudeció, pero el dichoso Henning Ovebro indicó un dudoso fuera de juego para indignación de los rojillos. Había partido y posibilidades, pero quedaba trabajo por hacer.
El encuentro fue marchitándose y las tácticas abrieron paso al corazón. El del Hamburgo, incombustible, recio y directo. El fútbol lo dejaron para otra ocasión los alemanes. Esa secuencia de pelotazos hizo daño a los rojillos, mejor plantados que nunca, aunque sufridores hasta la médula. Un sufrimiento con sentido. Un mal trago que acabó siendo dulce, sobre todo gracias a un imperial Ricardo, muro inderribable y a la vez fuente de ilusión de una afición que ya tiene el sueño un poco más cerca.