Los inicios de Instagram se cocinaron en los bares y en las cocinas de muchos universitarios. La mayoría de nosotros testeamos la app a base de subir nuestro enésimo intento de bizcocho o nuestra pasta con tomate del Mercadona.

Al principio la imagen importaba poco. A nadie le extrañaba ver un chupito de hierbas con filtro Valencia. Lo relevante era comunicar que estábamos haciendo con nuestras vidas en ese preciso momento. Poco a poco, con el desarrollo del postureo como concepto, se fueron creando hastags concretos que pretendían predicar con un estilo fotográfico definido.

#foodporn es hoy uno de los mayores dolores de cabeza que tenemos en Instagram junto a las fotos de antes y después de las dietas. El hastag de la "comida placentera" aglutina fotos de todo tipo y la mayor parte de ellas de placenteras y bonitas tienen poco. Estamos tan enganchados a las redes que ahora nuestros padres ven un cartel de menú a 7 euros en la gasolinera, le hacen una foto y lo suben con el hastag #foodporn. Por favor, contención.

Subir comida envuelta en papel de aluminio no cumple con los cánones mínimos del #foodporn. Principalmente porque el papel de plata, hasta donde nosotros sabemos, no reporta placer ninguno.

Tampoco entendemos porque un yogur natural (el lácteo más aburrido del mundo) y un puñado de comida para periquitos está etiquetado bajo este hastag.

En Occidente los gatos no se comen. Son mascotas.

Tampoco nos gusta comer el envoltorio de las chucherías, pero OK. #foodporn

¿A alguien se le hace la boca agua con este morenito falso colocado (¡como no!) sobre papel de aluminio?

Error 404. Elemento comestible no encontrado.

Las fachadas nos parecen poco digestivas. No somos Hansel y Gretel.

No entendemos que hace una foto de Fotolog etiquetada como #foodporn.

Para que todos nos aclaremos.

Esta foto es #foodporn y cumple los cánones del postureo Instagramil

Y esta no. Aunque las semillas de lino puedan pasar por "food", tu pulgar de #porn no tiene nada.