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Padilla brindó el cuarto, de más cuajo y menos duración a Cano, para llevar a cabo una obra de mucha conexión con el tendido en la que a base de desplantes puso la emoción que al toro le faltaba. Salió rebotado de la suerte suprema y la emoción del trance animó a demandar un segundo trofeo que no fue concedido.Talavante se hizo con otra oreja del tercero, otro toro manejable y con muchas virtudes. Ya se apretó con el capote a la espalda el extremeño para luego diseñar una labor vistosa y agradable, iniciada con estatuarios en los medios y aderezada con remates clásicos en su repertorio como una conseguida arrucina o las bernadinas de remate. Con todo, sus naturales fueron lo más relevante, pues de su zurda brotaron los muletazos de mayor peso del espectáculo.

Igualmente dócil y obediente, el segundo también contribuyó al espectáculo pese a que se vino un tanto abajo en el último tercio. Fandi se hizo presente en todos los tercios, quitó por lopecinas, levantó al personal con su par al violín y con la muleta exprimió al astado hasta los adornos de rodillas que cerraron una labor atlética y versátil.

Bueno y noble, con calidad y recorrido, el Zalduendo que abrió plaza resultó un colaborador ideal. Padilla, vistoso con el capote, se lució con los palos y dispuso una faena alegre y comunicativa, en la que sobresalió del conjunto una notable serie con la mano zurda, enganchando la embestida y tirando con limpieza y despaciosidad de la misma.