Guillermo Jiménez: “Cada tres días recibías presiones del duque”
Hace 20 años, el ex director general del CSD dejó la politíca. O, como dice él, le obligaron a dejarla, después de negarse a cerrar la investigación del ‘caso Manzano’. Hoy repasa en AS aquella turbulenta etapa.
Guillermo Jiménez salió de la política hace 20 años. Y no ha vuelto. Así de largo ha sido el castigo por no aceptar las presiones de un alto cargo del PP, que le instó a cerrar la investigación del ‘caso Manzano’, tras las descarnadas denuncias de dopaje del exciclista del equipo Comunitat Valenciana, cuando era director general del CSD. Luego recondujo su vida como consultor. Y preside la Maratón de Madrid. A sus 67 años, con la conciencia tranquila, siente “sana envidia” de las herramientas de las que dispone hoy la lucha antidopaje, que él no tuvo durante el turbulento arranque del siglo. Su entrevista mira atrás, con ideas para el futuro.
Se cumplen 20 años desde que dejó la política...
Más que dejarla, me obligaron a dejarla.
¿Cómo fue aquello?
Hace unos días, cuando leí en AS la entrevista de Jesús Manzano, se me removieron cosas de mi salida del CSD. Para mí fue una obligación moral escucharle, después de las barbaridades que demostró que se hacían. Entonces recibí una llamada de un ministro (se refiere a Eduardo Zaplana). Empezó muy amable. Me recordó que habíamos perdido las elecciones, que estábamos en funciones. Me dijo que yo era un tío con futuro, que había posibilidades de recolocarme. Pero me advirtió que el tema de Manzano había que cerrarlo, que hacía daño a su comunidad, al partido... Me debió de coger el día tonto, y le dije: “Mira, no... No lo cierro”. Me creí más de lo que era. Entonces la conversación pasó a ser agria...
Y le cesaron...
No hubo un cese como tal. Tras anunciarse en los medios, llamé a Juan Antonio (Gómez Angulo, expresidente del CSD) para preguntárselo. Estaba cabreado, pero me dijo que no me había cesado. Luego los papeles empezaron a no llegarme. Sentí una situación incómoda. La comisión de Manzano se traspasó a la Federación de Ciclismo sin que yo interviniera. No sé quién. Una entelequia. Como había ese vacío, se la pasaron a la RFEC. La nuestra dejó de funcionar.
Rebobinemos al inicio de la legislatura. ¿Qué encuentran?
Por un lado, el problema del dopaje. Entonces no existía la Agencia. El director general presidía la Comisión Antidopaje, pero con menos competencias.
Estamos en el año 2000.
Justo antes de los Juegos. Ahí nos encontramos con un COE de marqueses, condes y duques... Sobre todo, de un duque. Estábamos sin credencial para Sídney. Logramos ir una semana, pero recuerdo reuniones en un parking, porque no podíamos entrar. El COE nos recibió a cara de perro. Nos vieron del mundo municipal y debieron pensar: “A qué aspiran estos pardillos”. Los Juegos acabaron con solo once medallas, los peores de la historia moderna. Una basura, pero como venía del mismo partido, no podíamos criticar y encima recibíamos bofetadas.
Volvemos al dopaje. Decía que había un gran problema.
Sí, dentro de la casa, del CSD, captamos el quijotismo de la época: “Nosotros no, los de fuera sí”. Esas cosas. Notabas que estaba todo amordazado.
Eso ha cambiado.
Ha desaparecido el quijotismo. El dopaje conlleva un tema económico, es una estafa, al que está limpio le robas la beca, el trofeo, los patrocinios... Por eso nunca entendí a los deportistas de mi época. Había solidaridad de ellos con los dopados. Yo me he encontrado una manifestación en la puerta del CSD, después de que un atleta me confesara que iba hasta el culo.
Alberto García...
Sí, me dijo: “Dame diez horas para que se lo diga a mis padres”. Estaba dispuesto a colaborar. Y al día siguiente me encuentro a todos los de la Blume delante de mi despacho.
De esa época también vienen los escándalos de Muehlegg, de Gurpegi...
Claro. Nos encontramos con el caso Muehlegg. Un dopado con homenajes. Ahí aprendimos algo importante. Igual que llevas fisios o médicos a las competiciones, hay que rodearse de un equipo jurídico. En Salt Lake City se montó la de Dios es Cristo.
En estos 20 años, ¿no piensa que algún ladrillo del cambio lo puso Guillermo Jiménez?
Yo puedo mirar a mis dos hijos a la cara y decirles: “Hice lo que tenía que hacer”. Pero los partidos no tienen memoria.
¿Y qué hicieron frente a aquel COE con aquel CSD?
-Tuvimos la suerte de que en esa etapa se empezó a mover la asociación de federaciones olímpicas, COFEDE, con Alejandro Blanco, que era supernecesaria. Ahí ayudamos para que el COE lo llevara gente del deporte. La situación era increíble. Cada tres días tenías una presión de alguien que te llamaba de parte del duque. Yo creo que he sido el único que me he salvado del Ayuntamiento y del CSD de estar en el banquillo. Iñaki (Urdangarín) era dios allí. Te llamaban y te decían: “Hazlo”. Una locura. Blanco construyó aquello muy bien, pero nosotros cooperamos. Juan Antonio, que se vendió muy mal, fue un magnífico secretario de Estado.
Más allá del dopaje, ¿cómo ve el futuro del deporte?
Hay que sacar el deporte de la política, soy de esa teoría.
¿Cómo se hace eso?
Llevándolo al COE.
¿Y darle el dinero público a una entidad privada?
Sí, con todo el control que sea necesario. Pero se está viendo que el deporte se está utilizando mucho en política. Yo creo que Blanco podría hacer una gran transición. No está adscrito a nada. Los del PSOE dicen que es del PP, los del PP que es socialista. Se faja y es valiente. El deporte no debería ser de unos o de otros, tiene que unir y generar consenso.
Si en su época hubiera habido una Agencia, ¿qué podría haber hecho que no pudo hacer?
Todo. Siento una sana envidia. Tuve muy claro que había que acabar con el dopaje, pero me faltaron medios y tiempo.
¿Y si un futuro Gobierno le ofreciera ese cargo?
Sé que no... Pero diría sí, antes de respirar. Primero digo sí y luego pienso en las consecuencias. Es un caramelo. Pagaría por ello. Pero reconozco que cuando la persona en cuestión me puso la proa, me la puso bien. Se me ha valorado más fuera de la política, que dentro.
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