Fabio Aru es leyenda en la Vuelta
El Astana, encabezado por Landa, tumbó Dumoulin (maillot rojo) en la Morcuera, a 49 km de la meta. Purito (2º) y Majka (3º) completan el podio. Rubén Plaza ganó la etapa.
Cuesta asimilar una etapa tan cargada de acontecimientos formidables. Cuesta encontrar el tono adecuado y alcanzar la solemnidad que exige una jornada histórica. La etapa de ayer estará para siempre entre las mejores de la Vuelta a España, junto a Serranillos, el ‘Pericazo’ o la exhibición de Contador en Fuente Dé. Como en aquellas ocasiones, todo parecía a favor del líder. Igual que entonces, rebelarse era un acto de valentía, de digna desobediencia profesional. Había otras posibilidades (la inacción, entre ellas), pero Fabio Aru siguió la hoja de ruta de los campeones: atacar desde lejos y apoyarse en la superioridad de su equipo. Por fin una táctica impecable, deliciosamente clásica.
Al tiempo que celebramos la proeza de Aru, ganador con merecimientos, debemos rendir homenaje al destronado, Tom Dumoulin. Sobre él recayó el drama que precisa toda jornada épica. Durante 49 kilómetros, los que disputó en solitario, no encontró ningún compañero, compatriota o amigo de la infancia. Sólo Mikel Nieve le ofreció un relevo. Los corredores que se pegaron a su rueda durante el resto de la etapa no hicieron más que formar parte del cortejo fúnebre.
Al holandés sólo le sobraron los dos últimos kilómetros de la Morcuera, en el segundo paso, un poco más de erosión milenaria. Fue en ese punto donde Fabio Aru, con la fundamental colaboración de Mikel Landa, descolgó al maillot rojo. Para lograrlo había sido necesario una escalada salvaje, interrumpida para tomar aire o para cortar el ritmo del gigante impasible. Dumoulin no tuvo respuesta para el siguiente arreón.
El líder perdió sólo 15 segundos en la cumbre de la Morcuera. Sin embargo, su rostro, habitualmente impenetrable, nos mostró a un ciclista abatido, consciente del desastre. Dumoulin no se engañó, y quizá hubiera debido: fue capaz de visualizar lo que iba a ocurrir antes de que sucediera. No se rindió, pese a todo. En el descenso mantuvo la diferencia e incluso recortó algún segundo; en los tramos menos revirados podía divisar a los seis ciclistas que le desafiaban (Aru, Landa, Purito, Majka, Chaves y Nairo). Hay pesadillas más amables.
La intriga terminó cuando Luis León y Zeits, fugados con esa intención, contactaron con el grupo de Aru. Astana, de pronto, había ordenado su cosmos particular. Ya no hay rastro de la expulsión de Nibali, ni de la anarquía de Landa, ahora fiel compañero. El equipo azul era un engranaje perfecto camino de la victoria.
Pero la película no había terminado. Nairo demarró en Cotos en busca del tercer puesto del podio y Majka saltó a su rueda para defenderlo. Purito comprendió de inmediato que lo que peligraba era su segunda posición. Al nuevo duelo tampoco le faltó angustia y Joaquín salvó su plaza por doce segundos.
Aru cruzó la meta con los brazos en alto y Dumoulin se presentó a 3:52 del italiano; será sexto en la general.
El ganador. Quien piense que el ciclismo no es justo debe preguntar a Rubén Plaza. Ganó la etapa después de 113 kilómetros escapado y sólo ha encontrado acomodo en el último párrafo. Su heroicidad coincidió con la tormenta perfecta y ahora sólo se habla de la lluvia. Por fortuna volverá a vencer cuando se lo proponga. Querido Rubén, querido Tom, el talento se abre camino.