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Séptima etapa

Premio al ciclista rebelde

De Marchi, el ciclista más combativo del Tour venció en Alcaudete. Su compañero de escapada Hesjedal cayó a 14 km. También se accidentó Froome.

HACHAZO FINAL. Chris Froome (a la derecha) se gira para ver dónde entran Alberto Contador y Alejandro Valverde, el líder. Los jueces picaron dos segundos.
Jesús Rubio

Los especialistas en fugas son los románticos del ciclismo. Pierden más de lo que ganan, pero disfrutan de la carretera despejada, de las motos abriéndoles camino. Para ellos son también los aplausos más frescos, los planos más reposados de la televisión. Según se mire, todo son ventajas. Durante kilómetros y kilómetros no ejercen de aguadores y disfrutan de la compañía de un coche, de una esperanza. Su plan es tan simple como suicida: ellos contra el mundo. Suele ganar el mundo, para qué nos vamos a engañar. Sin embargo, de vez en cuando, se produce el milagro y triunfa el romántico. Ayer, por fin, ganó Alessandro De Marchi, poeta pelirrojo de 28 años.

Para De Marchi la fuga no comenzó en los alrededores de Íllora, como señalan las crónicas oficiales, sino en las carreteras de Francia durante el pasado Tour. Ya en julio, el italiano se escapó con fruición. Fue nombrado corredor más combativo de dos etapas y vencedor de la combatividad final, reconocimiento que se acompaña de 20.000 euros.

En la Vuelta ha seguido cultivando su principal afición: largarse. Preferiblemente en las etapas más duras. Y ayer fue una de ellas. Dura por mentirosa. Por inesperadamente dura. Por pestosa y descarnada. Porque no era nada y lo era todo: llana y montañosa, convencional y amenazante. En semejante territorio, y dada la ausencia de ciclistas del Caja Rural (hoy atacarán en masa), no debe extrañarnos la experiencia de los fugados: Hesjedal (ganador de un Giro), Dupont (17 grandes vueltas), Tschopp (vencedor del Tour de Utah y de una etapa del Giro) y De Marchi (ganador de una etapa en la Dauphiné).

Mientras ellos circulaban en cabeza, el pelotón era sacudido por el fuego de morteros. Así ataca de vez en cuando el infortunio. Con artillería ligera. Una de las explosiones afectó a Froome, que tardó un mundo (un minuto) en cambiar de bicicleta. El pelotón le esperó por aquellas galanterías que tiene el deporte. Con la cadera en carne viva, Froome visitó varias veces el coche médico y nos hizo temer lo peor.

Por delante, Hesjedal servía de motor e inspiración para la escapada. Su director (Bingen Fernández) asegura que perseguía la etapa, pero parecía el arrebato de un campeón que quiere reengancharse la general. Da igual. Perdemos el tiempo en levantar teorías porque se cayó en una curva. Sus compañeros dudaron si esperarle, miraron hacia atrás y hasta frenaron su marcha. Acto seguido, rezaron un salmo y picaron espuelas.

En ese instante De Marchi entendió que era su día, que se le abrían los mares (de olivos) para que pasara entre ellos. Y pasó. Los últimos kilómetros los completó con una sonrisa, jaleado por el destino y por el alcalde de Alcaudete, don Valeriano, que braceaba desde el coche del director.

Dos minutos después se presentó el pelotón. La sorpresa llegó cuando Froome aprovechó el impulso de Gilbert para tomar ventaja al resto de aspirantes, que perdieron dos segundos y mascullaron algo que limpio de exabruptos queda así: ni un día de paz.