Zion, la estrella de las dudas
Se fue a 70 partidos la temporada pasada antes de caer lesionado en el play in, después de una exhibición sin premio ante los Lakers. El físico de Zion sigue generando dudas mientras los Pelicans se encomiendan a una estrella renqueante.
La historia de Zion Williamson es la misma que la de los demás, pero con un capítulo de retraso. En realidad, el jugador que nadie sabe si catalogar o no de estrella siempre ha ido por detrás. Legendaria estrella del instituto y de la NCAA, su paso por la NBA ha estado lleno de altibajos, con más caídas que resurrecciones, más desgracias que invitaciones al optimismo. Y, sobre todo, mucho menos de lo que debería haber sido, al menos hasta ahora. El ala-pívot llegó como promesa generacional a la altura de LeBron James, pero sus constantes escarceos con las lesiones han minado su capacidad atlética y su inequívoco talento. Siempre que emerge, vuelve a caer. Y no hay quien sostenga su narrativa, una que con todavía 24 años puede cambiar mucho, pero que se encuentra estancada en la ciudad perdida (baloncestísticamente hablando) de Nueva Orleans, donde muchos infructuosos intentos han impedido que se consiga lo que nunca han conseguido: avanzar.
Zion llegó a los 70 partidos la temporada pasada, su tope en la mejor Liga del mundo. Antes de eso, había disputado 114 de los 308 posibles, con un año en blanco en su totalidad (2021-22). Los problemas en las piernas, motivados por su peso, le han impedido tener una regularidad, eso que ya se temía en su etapa universitaria y que ha terminado por explotar en la principal competición norteamericana. Como rookie no debutó hasta el 22 de enero, en su segunda campaña se fracturó un dedo y en el año sophomore le pasó lo mismo en el pie, una lesión que se fue alargando sin que nadie supiera que le pasara y desmadejó a los Pelicans, que accedieron sin su estrella a sus primeros playoffs desde 2018. Entonces, Anthony Davis era el mesías de una de las dos únicas franquicias que jamás han pisado unas finales de Conferencia (la otra son los Hornets). Su traspaso a los Lakers para conseguir talento joven con el que rodean a Zion fue una idea que no tuvo resultados positivos. Ni los tiene actualmente.
La estrella, como nunca y como siempre, estaba jugando el partido de su vida contra los Lakers en el primer asalto de los dos que los Pelicans podían jugar en el play in del curso pasado. Estaba en 40 puntos y 11 rebotes cuando, en plena remontada y a 3:13 del final, se hizo daño en los isquiotibiales. Tuvo que irse al túnel de vestuarios y los angelinos ganaron (106-110) para poner rumbo a una titánica primera ronda ante los Nuggets. Los Pelicans vencieron a los Kings en el segundo asalto, pero sin su jugador fetiche, que tampoco estuvo en la primera ronda contra los Thunder, donde vio desde el banquillo y vestido de calle (una imagen que hemos visto por desgracia muchas veces) como su equipo recibía un severo sweep (4-0) y ponía rumbo a las vacaciones adelantadas. Un nuevo fracaso para una plantilla que tiene un techo muy concreto sin Zion, que todavía no ha disputado ningún partido de playoffs en su carrera y se ha pasado más tiempo viendo los partidos que jugándolos. La historia de nunca acabar. La tortura de las lesiones.
Un jugador muy particular
Zion no es una estrella al uso. En la NBA cuentan mucho las relaciones con los compañeros, los rivales, los entrenadores y la prensa. El ala-pívot, como alguno que otro antes que él (Kawhi Leonard a la cabeza), se ha abonado al poder del entorno y a las filtraciones, mostrándose distante con la prensa y basándose siempre en un modo de hacer las cosas que provoca que el equipo no sepa muy bien cuál es su estado físico y que anuncie su retorno varias veces en la misma temporada para luego no verle ni en pintura (como pasó en la 2021-22). Han sido varias las ocasiones, especialmente en tramos en los que se ha encontrado lesionado, en las que se decía que Williamson quería salir de Nueva Orleans y buscar un mercado más grande (sonó mucho Nueva York). Los Pelicans se encargaron de atarle, pero también hipotecaron los posibles movimientos que podrían hacer, y en 2023 le firmaron la millonaria extensión del contrato rookie: casi 200 millones en cinco temporadas.
El ala-pívot cobrará ese dinero hasta 2027 esté donde esté, pero la situación es compleja. Si los Pelicans (ahora mismo no hay rumores del tema) deciden traspasarle lo tienen muy complicado: son pocos los equipos que quieran atarse a semejante contrato por un jugador de demostrado talento, pero también de cuestionable físico, que pasa más tiempo en el dique seco que en activo. Y su forma de jugar, con mucho tiempo de bote pero escasa visión periférica, haciendo de su fuerza su mayor valor para ir de fuera adentro, provoca que la cuestión táctica se reduzca a su persona. Zion está sano y empezará la temporada con los Pelicans (el 23 de octubre, ante los Bulls en Nueva Orleans), mientras todo el mundo espera a ver qué pasa con su compañero Brandon Ingram, que no ha acudido con sus compañeros a los entrenamientos voluntarios pero no tiene ofertas de extensión por parte del equipo ni de fichajes por parte de otros. Con la duda de Ingram, la necesidad de mantener a Zion es más grande que nunca. Pero, ¿a qué precio?
Una temporada clave
El sexto año de Zion en la NBA (quinto si contamos la temporada que estuvo en blanco) se antoja esencial para su futuro, sea el que sea. Los Pelicans han fichado a Dejounte Murray procedente de los Hawks, un base que necesita mucho balón, tiene poco lanzamiento exterior y que veremos como cuadra con su compañero en pista, además de otro contrato abusivo que cobrará casi 30 millones de dólares el próximo curso. Y, al margen de lo que pueda ocurrir con Ingram, mantienen la plana mayor de la plantilla: CJ McCollum, a punto de cumplir los 33 años, aportará sapiencia, versatilidad y tranquilidad. José Alvarado seguirá haciendo de las suyas, Trey Murphy continúa en pleno desarrollo y Daniel Theis aportará físico en una zona en la que ya no estará Jonas Valanciunas, que puso rumbo a los Wizards para quitar problemas de compatibilidad debajo de la canasta, donde más influencia tiene Zion.
Parece una apuesta clara por ese jugador que con tan solo 24 partidos (22,5 puntos de media) consiguió entrar en el Mejor Quinteto de Rookie en su primera temporada. La fugaz aparición de Stan Van Gundy, un entrenador a la antigua usanza, no permitió al equipo dar el salto que pretendía, pero sí encontrar la mejor manera de jugar con Williamson, que se fue a 27 puntos por noche y disputó el All Star en su año sophomore. El ala-pívot se fue a 26 tantos en 29 partidos en la 2022-23, con lo que consiguió ser seleccionado de nuevo para un All Star que no disputó y pudimos ver por primera vez el potencial real de unos Pelicans que en diciembre de ese año llegaron a liderar la Conferencia Oeste, un espejismo para luego quedarse sin playoffs en ausencia de su estrella. Y una demostración de lo necesario que es para el organigrama de un equipo que lo apuesta todo por él y que confía en que los baches físicos de los últimos tiempos sean solo eso.
Ahora, es el turno de Zion. Un jugador que no llega a los 2 metros pero sí a los 130 kilos de peso, que tiene una fuerza descomunal y una forma de moverse en la pista que permite un estilo muy determinado, afilado por un Willie Green muchas veces sin soluciones, especialmente cuando no puede contar con su estrella. Un ala-pívot con el que no todos pueden desarrollarse correctamente, especialmente un Ingram que es un baloncestista radicalmente distinto cuando está su compañero y cuando no. Un hombre tendente a lo lesivo, que ha pedido entre murmullos el traspaso pero que afronta un año clave en su carrera para descubrir si es un mero juguete roto y un condicional perpetuo o que, sin embargo, puede conseguir una regularidad concreta y liderar un proyecto que pueda aspirar a algo más que al play in en una Conferencia Oeste más abierta que nunca. Es su momento. Y los Pelicans se encomiendan a una estrella renqueante. Una llena de dudas.
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