Westbrook reina en el averno
El base disfruta del baloncesto en unos Kings desartalados y confirma que su físico sigue siendo inédito en un ocaso en el que no renuncia a sus principios.


A Russell Westbrook se le pueden criticar muchas cosas y, de hecho, es casi deporte internacional dedicarse a darle palos como si no hubiera un mañana. Pero lo que es innegable es que su capacidad de resiliencia y su infatigable poder están fuera de toda duda. Y así, denostado por la opinión pública, ese lugar en el que se ganan y se pierden las batallas que deciden las guerras, el base sigue sin rendición en el ocaso, sin renunciar a los principios que le condenaron y, al mismo tiempo, le convirtieron en leyenda. Una contradicción más que interesante de una de las figuras que más debate ha generado y sigue generando, una de las más apasionantes de analizar y una que sigue fiel a sí mismo, sin adaptarse a una NBA en constante evolución pero que es incapaz de cambiar a un jugador que ya no es susceptible a ello. Si nunca lo ha sido, con 37 años y en su 18ª temporada en activo, menos todavía.
Los Kings rescataron a Westbrook de la clandestinidad cuando parecía que se iba a quedar sin equipo. Fue prácticamente sobre la bocina, con la sensación de que ya nadie le iba a reclamar. Y tenía menos sentido que hace dos temporada, cuando el base acabó su estancia en los Clippers con 6,3 puntos de promedio en unos playoffs en los que se quedó en un 26% en tiros de campo y un 23,5 en triples, acumulando de forma combinada 10 asistencias y 10 pérdidas. Sin embargo, le ficharon los Nuggets de Nikola Jokic, que hicieron buena la incomprensible capacidad del base para encontrar cobijo de forma constante y permanente en grandes equipos y junto a estrellas consolidadas. En Colorado promedió 13,3 puntos, 5 rebotes y 6,1 asistencias, bajando ligeramente sus prestaciones en playoffs (11,7+3,7+2,6), en la que sus porcentajes volvieron a ser bastante malos. Algo suficiente para que le dieran la espalda y se volviera a quedar sin equipo. Por lo que sea.
Pero cuando todo parecía indicar que tendríamos que esperar para volver a ver a Westbrook jugar, los Kings hicieron su aparición. El jugador dejó muy claro que quería seguir y que lo quería hacer en la NBA. Y ha encontrado la aguja del pajar en una situación peculiar: los Kings son un absoluto desastre y van a la deriva, pero el malísimo momento por el que pasan permite al base lucirse. Ha disputado todos los partidos, 8 de ellos como titular, se ha jactado “humildemente” de ser el mejor reboteador que jamás ha pisado una pista de baloncesto y promedia 13,4 puntos, 6,7 rebotes y 7 asistencias, números fabulosos para un hombre de su edad, que hace de la longevidad un argumento a su favor. Tiene espacio para ser explosivo e improvisar y está en, de forma más que sorprendente, el 39% en triples. Algo insólito en su carrera deportiva y que seguramente no mantenga a la larga. Pero ahí está.
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Y el contexto le favorece. Los Kings, inmersos en una crisis de dimensiones épicas (6-17, en el antepenúltimo puesto de la Conferencia Oeste), son una anarquía que es precisamente lo que favorece la mayores virtudes del base, que tiene espacios de tiempo en los que se dedica a hacer lo que más le gusta: campar a sus anchas. El base ha sumados tres triples-dobles más (23+16+10 frente a los Warriors, 13+10+14 contra los Timberwolves y 16+12+14 ante los Jazz, donde además acumuló 4 robos de balón) a una lista interminable que lidera con puño de hierro y vive una relativa segunda juventud en un equipo que, como siga así, va a tener más de un cambio durante la regular season. Es lo que tiene perder un partido tras otro, no mejorar con las modificaciones veraniegas y hundirse en el desastre mientras no tiene respuesta alguna. Un contexto que beneficia, y mucho a un jugador que levanta tanta admiración como resignación y que siempre ha tenido un nivel prácticamente proporcional de fanáticos y de haters. Russell Westbrook reina en el infierno.
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