Shaq por Nowitzki: el traspaso que pudo cambiar la historia
En 2004, tras la guerra entre Kobe y Shaq, los Lakers intentaron traspasar al pívot a los Mavericks a cambio de Nowitzki. Mark Cuban lo tuvo claro.
La narrativa inherente a la NBA está llena de condicionantes, de esas cosas que nunca han pasado pero que generan un debate intenso y a veces incluso interesante sobre lo que podría haber ocurrido. Muchas veces se vive de eso. Da para discusiones eternas sin fundamento ni funcionalidad, que nada van a resolver y todo lo van a complicar. No valen para nada, pero cómo molan. De ahí se originan luego clasificaciones inmisericordes que permiten a todo el mundo hacer su top 10 de según qué situación, comentar cosas con o sin sentido y poner como argumentos cosas que jamás han tenido lugar para convencer al prójimo de que la razón pertenece a uno mismo. Eso de modificar los hechos para demostrar las teorías que dijo Sherlock Holmes nunca ha tenido tanto significado. Y nunca ha alimentado tanto, con ayuda de las redes sociales (y sus cosas), la expansión de una competición que llega hoy a prácticamente todos los rincones del planeta.
En esas arenas movedizas nos movemos también cuando hablamos de los traspasos que nunca han ocurrido, pero que bien cerca se quedaron de hacerlo. Y, a la vez, tan lejos. En el verano de 2004, un terremoto que llevaba tiempo gestándose sacudió de forma clara y rotunda a la NBA: los Lakers habían perdido las Finales ante los Pistons, certificando así el fin de una era. La derrota fue dura, sin paliativos (4-1) y tuvo muchos significados. Supuso el primer anillo para la ciudad de Detroit desde 1990, cuando los Bad Boys liderados por Isiah Thomas ganaron el segundo título de su particular proyecto. También el primero de la carrera de Larry Brown, que con 63 años y 25 temporadas en los banquillos (4 en la ABA, el resto en la NBA) lograba el máximo premio antes de alargar su carrera en la mejor Liga del mundo hasta las 30 campañas (2011), 27 de ellas de forma ininterrumpida. El trofeo de Chauncey Billups, de Rasheed Wallace, de Ben Wallace, de Tyshaun Prince o de Chauncey Billups. El éxito rotundo. Y el primer anillo de un equipo de la Conferencia Este desde la retirada de Michael Jordan en 1998 y el fin, con título incluido, de la dinastía de los Bulls.
Pero también hubo consecuencias en el otro lado. Para lo que perecieron, cayeron, se fueron. Se acababa toda una era. La de los Lakers: con un Karl Malone que decía adiós tras 19 temporadas en activo sin, claro, su anillo. La de, parecía, Gary Payton, que logró luego en 2006 el escurridizo título con los Heat. El que nunca pudo conseguir en los añorados Sonics. Pero, sobre todo, la de Kobe Bryant y Shaquille O’Neal, que separaban sus caminos de la peor manera posible y se decían adiós sin darse la mano. Las discusiones constantes que tuvieron lugar durante el curso fueron una variable que ya había ocurrido anteriormente, pero no de forma tan sostenida como entonces, en una temporada que empezó con una acusación de violación a Kobe y un carácter, el suyo, que pasó de pasivo-agresivo a agresivo-agresivo. La situación era insostenible y no ayudó que Shaq pidiera una renovación de 60 millones de dólares, una cifra demasiado grande para una estrella que empezaba a perder luz. Jerry Buss se negó. Y todo se vino a pique.
Phil Jackson, el encargado de mantener la paz entre ambas estrellas, se dedicó a hacer lo que pudo desde que llegó a la entidad en 1999 y, mientras Kobe y Shaq mantuvieron la paz, la cosa se tradujo en anillos: tres consecutivos (1999, 2001 y 2002), el último three-peat que ha visto la NBA en su larga historia, una gesta que ni los Warriors han conseguido igualar. En la 2002-03, un año sin títulos por un triple fallado por Robert Horry que pudo cambiar el curso de las cosas y el destino de los Spurs, Kobe ya era mejor que Shaq, cuya escasa ética de trabajo y cuidado de la alimentación empezaba a hacer mella en un cada vez más castigado físico. Eso se tradujo en una intensificación de ambos egos, luchando constantemente por estar encima del otro.
Todo explotó entonces y la situación se convirtió incluso en ridícula. Se llegó a un punto en el que, si Shaq hablaba con un periodista Kobe no lo hacía y viceversa. Phil Jackson siempre tiró más hacia el pívot, mientras que Jerry Buss quería hacer un proyecto en torno a Kobe. Al final, el dueño le dijo al entrenador que no continuaría. El fracaso en las Finales hizo efectivo el final: Kobe firmó un contrato con los Lakers de más de 136 millones que le ataba a la entidad para las próximas siete temporadas. Phil Jackson puso rumbo a una clandestinidad que al final fue temporal. Y Shaq fue traspasado a los Heat. Se certificaba, por lo tanto, el fin de una era. Y ambas estrellas separaban sus caminos tras ocho años juntos, tres anillos y cuatro Finales.
Eso sí, el destino de Shaq pudo haber sido bien distinto. En un inicio, Jerry Buss intentó un imposible: llevar al pívot a los Mavericks a cambio de su estrella de entonces, un Dirk Nowitzki que cada vez era mejor jugador y ya estaba consolidado como estrella. Mark Cuban, dueño de la franquicia texana, se negó a hacer el intercambio: el alemán era su protegido y el nivel de O’Neal estaba en declive. Los Mavs cayeron ante los Heat en las Finales de 2006, pero ganaron el anillo en 2011 y confirmaron el acierto en su decisión. Sin embargo, un día más, nos movemos ante una de esas cosas que pudieron ser y no fueron. En la que hay que imaginar a O’Neal con la camiseta de los Mavericks y a Nowitzki jugando al lado de Kobe Bryant. En realidad, da igual: el pívot sumó otro anillo y, a la larga, se reconcilió con la Mamba Negra. Que volvió a juntarse con Phil Jackson para conquistar los anillos de 2009 y 2010. Esa es la realidad. El resto, meros condicionantes.