Los Lakers redefinen la miseria
Los Pacers remontan 17 puntos en el último cuarto y ganan sobre la bocina a unos Lakers incapaces de sostener un triunfo que parecía asegurado.
Es imposible, no hay manera y no puede ser. Hay equipos que, además de todo lo demás, no tienen suerte. El tiro definitivo nunca lo van a meter ellos y siempre lo anotará el rival. Es así. Se puede pensar que es el karma, pero en realidad son los propios errores, que normalmente siempre regresan para morderle a uno los tobillos. O, cuando son tan gigantescos como los que apilan los Lakers, para agarrarte del gaznate y dejarte sin respiración. Después de una buena racha fundamentada en un calendario dócil, la ocasión para mantener algo parecido al optimismo se había presentado estupenda. Pero hasta eso, un atisbo de cierta esperanza por muy difusa que sea, se acaba convirtiendo en dolor para estos Lakers. La energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Y en estos Lakers siempre se transforma en algo peor. Algo que sería muy doloroso si las terminaciones nerviosas no estuvieran básicamente muertas a estas alturas.
La derrota contra Indiana Pacers (115-116) es de esas definitorias y puede que definitivas. Si es que había algo que resolver en un equipo que es un galimatías por diseño. Era un rival en back to back tras perder con claridad contra los Clippers. Y era el equipo del traspaso fantasma, del que se lleva meses hablando por esa opción de cambiar a Russell Westbrook y su contrato maligno por Myles Turner y Buddy Hield. Simbólico también en eso, el colapso de los Lakers absorbió cualquier buena noticia, dejó en anécdota sarcástica un rato de diversión y bastante buen baloncesto para una grada tan sufrida. Y seguramente cansada. Los Lakers, con una imagen muy digna, ganaban 101-84 a 9:30 del final. Un +17, contra un equipo en segunda noche de back to back, en tu pista y con Anthony Davis y LeBron James en tu equipo. En inercia ya negativa, con el susto metiéndose por debajo de la camisa, todavía mandaban con holgura a falta de tres minutos (110-101). Desde ahí, encajaron 15 puntos. Un intercambio de aciertos y errores dramáticos acabó con una canasta de LeBron a 20 segundos del final y un 115-113. Myles Turner falló un triple, pero los Lakers no cerraron el rebote y Andrew Nembhard, un héroe inesperado, anotó el triple definitivo sobre la bocina.
Un final sádico que demostró que a estos Lakers les va a salir mal todo lo que pueda ir de entrada mal. De hecho, les saldrá peor. Pero también demostró, más que cualquier otra cosa, que esas heridas pueden sonar a mal fario pero son producto de que no son un buen equipo, no están bien gestionados y no tienen un nivel fiable. No hay más. La cuestión no es por qué salió cruz esa última posesión, es por qué se llegó a esa situación con un partido que parecía abrochado, totalmente bajo control. Según los cálculos de ESPN, los Lakers tenían un 99,1% de probabilidades de ganar a 9:59 del final. Pero una franquicia que es histórica por hacer cosas increíbles lleva tiempo haciéndolas también… pero para mal. Muy, muy, muy mal. Cuando menos te lo esperas, se inventa una nueva desgracia, una derrota más fea, dolorosa y ridículo que la anterior. Otra muesca, un palmo por debajo en un pozo que, el deporte es así, nunca tiene fondo. Todo puede empeorar, por difícil que parezca.
Los Pacers se van felices con el regalo y 12-8, cuartos del Este. Es una temporada brillante para un equipo al que se esperaba en las cloacas, esperando a Victor Wembanyama. Una vez más, la pareja joven atómica que forman Tyrese Haliburton (24 puntos, 7 rebotes, 14 asistencias, ni una pérdida) y Bennedict Mathurin (23 puntos, 8 rebotes) dirigó a un equipo compacto, con 15 puntos y 13 rebotes de Turner y otros 15 de Hield, para el que en L.A. quiera, todavía a estas alturas, trazar sus what if. Nembhard anotó otros tres triples además del de la victoria y acabó con 12 puntos.
Pero los Pacers, sin restarles mérito, no habrían ganado esta vez a un equipo serio, digno, mínimamente estructurado para sostenerse en un último cuarto con todo a favor. Al que le bastaba con no tirarse por el barranco cuando este estaba a un buen trecho del peligro. Pero los Lakers, otra vez, decidieron esprintar hacia el vacío, ir a buscar el caos cuando el caos parecía haberse tomado la noche libre. Westbrook tuvo bueno tramos (24 puntos, 6 asistencias), Davis acabó con 25 puntos, 13 rebotes, 6 asistencias y 4 tapones y LeBron necesitó 22 puntos para meter 21 puntos. Pero, en realidad, ¿qué más da? Esa es la cuestión un día después de que Pelinka, a través de la prensa, moviera la fecha para hacer algo de mediados de diciembre a enero. Ese momento, la zanahoria delante del palo, nunca llega. Nunca viene bien. Y aunque no hay certezas de que acabe sucediendo, cada vez parece más claro y para colmo que sería, en todo caso, ya demasiado tarde.