Los Lakers deciden inmolarse
La ya casi segura continuidad de Russell Westbrook pone en jaque, antes de empezar, el proyecto del nuevo curso de los Lakers.
Parecía que todavía quedaba una vida, la última: que los Lakers estaban tirándose el último farol para exprimir a los posibles socios del traspaso que tendría que sacar a Russell Westbrook de Los Ángeles. Pero lo cierto es que parece definitivamente un hecho consumado que realmente va a suceder lo que hace unos meses parecía inimaginable y Westbrook va a comenzar la temporada 2022-23 en los Lakers. Eso equivale, básicamente, a una rendición de la franquicia, despejar con un punterazo un curso en el que teóricamente debería estar montando un equipo que pueda exprimir al último LeBron James, que en diciembre cumplirá 38 años y que en algún momento de los próximos meses adelantará a Kareem Abdul-Jabbar y se convertirá en el máximo anotador de la historia. Y ver si se puede revitalizar a Anthony Davis. Y dar una oportunidad justa al nuevo entrenador, ese Darvin Ham que parece una apuesta excelente pero al que no se le va a dar, o eso parece, una baraja sin marcar para su primera temporada en un asiento muy caliente.
Los Lakers acabaron undécimos la pasada temporada, por sensaciones una de las peores en la historia de la franquicia. El traspaso por Russell Westbrook, que había pintado mal desde el principio, acabó siendo todavía peor. Peor que lo peor que se pudiera imaginar. Peor que lo más desastroso que pudieran haber imaginado los más pesimistas del vagón de los más agoreros. No se trata de volver, que ya se habló suficiente, al desinterés defensivo, los fallos groseros en canastas sencillas o las desconexiones en el flujo de los ataques del equipo. Bastaría, o debería bastar, la rueda de prensa de final de temporada, la actitud y los disparos a todo lo que se movía, para que cualquier franquicia sensata, sana, entendiera que aquello había terminado ahí y que no quedaba otra que solventar un error terrible, camino de histórico, casi a cualquier precio.
A vueltas con los picks de draft
El mercado siempre está ahí. Los 47 millones de dólares de la player option que (obviamente) ejecutó Westbrook eran una baza para equipos en reconstrucción, imanes de activos tóxicos si se endulza la propuesta. Westbrook no tiene valor de mercado, deportivamente. Ninguno: cero. Ni siquiera parecía haber pretendientes a precio de saldo si era traspasado y acordaba un buyout en destino. Pero su contrato, por números y duración, sí tenía un valor. Y los Lakers sumaban a la primera ronda de 2027, que ya tenían en febrero y no usaron, la de 2029. Las cuentas parecían sencillas, una vez que estaban donde estaban: una para borrar del mapa a Westbrook, que debería haber sido objetivo prioritario e innegociable, otra para meter en la operación un retorno positivo en lo deportivo. Las opciones existían y eran buenas, alguna óptima si se considera dónde se habían metido (por su mala cabeza) los Lakers. ¿Era Kyrie Irving una apuesta arriesgada y con opciones de acabar en desastre? Sí, pero tal y como estaba el tema Westbrook, era también un billete de lotería celestial: el contexto importa. La opción de los Pacers (ya se sabe, la defensa de Myles Turner y el tiro de Buddy Hield) tenía obvios riesgos pero permitía deshacerse de Westbrook (un valor supremo en sí mismo: menos es más) y sacar buenos jugadores, titulares con recorrido (upside) para ser muy buenos por encaje. Antes se había hablado de las cuentas con los Hornets, después de cómo meterse en el traspaso de Donovan Mitchell a Nueva York (acabó en Cleveland); por último, de pescar en la posible venta al por mayor de Utah Jazz, una franquicia en reconstrucción a partir de los traspasos de Rudy Gobert y Mitchell.
Pero nada: Brian Windhorst fue el último en apuntar que los Lakers no iban a hacer nada. Primero se dijo que dudaban de desprenderse de esas dos primeras rondas. Finalmente parece que no han querido soltar ni una, que por ahora se quedan a Westbrook, aunque suponga alargar una sombra ominosa sobre la nueva temporada que ni ha empezado; que dejarán a Ham que se apañe, a LeBron que se busque la vida una vez que se ató su extensión de contrato... y al equipo que se afane con un nivel que huele a play-in, con la llegada Patrick Beverley como gran movimiento. O ni eso, otra vez: recuerdo, undécimo de un Oeste muy barato la temporada pasada. Finalmente, el hecho de que Bojan Bogdanovic (uno de los que encajaba en una teórica operación con los Jazz haya salido en dirección Detroit Pistons parece confirmar, casi ya oficialmente, que Westbrook no se mueve. Los Lakers han preferido mimar sus primeras rondas, no sumar contratos largos, sobrepagar para tapar el agujero negro que ellos mismos crearon.
Teóricamente podría tener sentido: los Lakers venden que nada de lo que hay sobre la mesa les convierte en (¿más?) aspirantes al anillo. No mueve la aguja lo suficiente para soltar unos activos (esas rondas de 2027 y 2029) que algunos ejecutivos consideran de valor premium. Con ellas se pueden hacer operaciones durante la temporada. Y en verano, cuando también van a tener para su uso la primera de 2023, ya después del draft (como el número 4 que acabó en Atlanta vía Nueva Orleans en 2019). Además, los Lakers no absorben otros contratos y al acabar curso se librarán del de Westbrook y tendrán, o eso proyectan ahora, unos 30 millones de dólares. Para ir a por todas en la temporada 2023-24. Ahí sí que sí. Vaya que sí. Menudos somos. No parece que vaya a ser, por cierto, una agencia libre de perfil especialmente alto.
Todos los planes pueden salir mal, hasta los mejor diseñados. Y bien, hasta los más cuestionables. Pero la realidad suele ser tozuda con quien no entiende que, y más con un LeBron camino de los 38 años, el futuro es el presente y el presente se convierte muy rápido en el pasado. A Jeanie Buss, que en 1979 tuvo que dar conversación en vestíbulo de su casa a Magic Johnson en la primera visita del base a su padre, el Doctor Buss, no le vamos a dar lecciones de qué significa ser los Lakers. Pero ese credo, que ella despliega hasta lo endogámico (Pelinka, el matrimonio Rambis…) suele recomendar todo lo contrario: ir a por ello ahora. Apostar, como se apostó (mal) por Westbrook. Esperar a ver qué pasa con Kyrie Irving puede ser tan frustrante y complejo como suele ser esperar a ver qué pasa con cualquier estrella en el mercado… con el extra que supone Kyrie, el individuo. Y, bueno, parece obvio que si los demás dan tanto valor a tus futuras primeras rondas es porque asumen que vas a ser un desastre en movimiento en cuanto pase la era LeBron. Que no te da para más. Y quizá tengan razón.
Deportivamente, parece ridículo que los Lakers traten de convencerse de que LeBron y Davis sanos, bien entrenados y con un buen puñado de secundarios que encajen (y defiendan, y tiren), no dan para por lo menos intentarlo. Demonios, fueron campeones así hace dos años. Se habla mucho de que de ese equipo, del que se llevó el anillo 2020, solo quedan ellos, las dos megaestrellas. Es un síntoma de inestabilidad, si se quiere. Pero lo cierto es que no se trata tanto de cambiar sino de cómo cambias. El proyecto 2020-21 tenía muy buena pinta hasta que se apilaron las lesiones. El de la 2021-22, en cambio, tenía muy mala pinta, y peor resultó, desde que se racaneó con Caruso y se saltó al vacío con Westbrook. Y en esas, después de ir de gran apuesta en gran apuesta, los Lakers deciden esperar a ver qué pasa y mirar al próximo verano en el peor momento posible. Y todo por aferrarse a un puñado de primeras rondas. Si no es un farol y como parece es el plan, veremos en qué resulta. Pero no tiene buena pinta, no se parece a lo que los Lakers suelen hacer en virtud de su teórica excepcionalidad y, desde luego, obliga a iniciar la temporada con Russell Westbrook en el roster. Y eso ya es una derrota estruendosa, mucho antes de ponerse a jugar.