Los Angeles Lakers

La nueva era de los Lakers

El verano de los angelinos ha dejado claro que las llaves de la franquicia son para Doncic, al que se encomiendan de cara el futuro. Mientras tanto, LeBron pasa a un extraño y sombrío segundo plano.

Los Angeles Lakers' Luka Doncic (C) takes to the court during the first half of the NBA playoffs round one game five between the Minnesota Timberwolves and the Los Angeles Lakers in Los Angeles, California, USA, 30 April 2025.
Alberto Clemente
Alberto Clemente es licenciado en Historia y Periodismo por la Universidad Rey Juan Carlos. Empezó su andadura en el periodismo en Cadena SER, donde estuvo de mayo de 2018 a enero de 2019, desempeñando sus funciones en la web, dentro de la sección de deportes. Tras dicha estancia, pasó a formar parte de As, siendo parte de la sección de baloncesto.
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Los Lakers son lo que son, para la NBA y para el mundo, una de las franquicias deportivas más grandes de todos los tiempos. Y lo son precisamente por haber escrito algunas de las páginas más increíbles del baloncesto, antes y ahora. Y también el día de mañana. Ese es el mandamiento principal de un equipo de ensueño, que genera el mismo jolgorio que rechazo, que es tan grande como lo que ha vivido y por el terror y animadversión que genera en sus incontables enemigos. Sin prisa pero sin pausa, los Lakers siguen construyendo un camino inacabable, con éxitos sonados y fracasos que permiten que se hable todavía más de ellos. Y lo hacen porque pueden y porque no, porque ganan y porque pierden. Porque resurgen de sus cenizas como el ave fénix y vuelven a imponer el puño de hierro en una competición que vive y bebe de su alargada sombra. Y esa es la razón de que la expansión de la competición, hoy absolutamente globalizada, vaya de la mano de la luz que emite una entidad como la angelina.

Esa capacidad para atraer todas las miradas es la misma que tienen para atraer, de una forma u otra, a los mejores jugadores del mundo, de cada época y lugar. Y también, por qué no decirlo, por estar (casi) siempre en el lado bueno de la historia. Es así como el último proyecto, campeón en 2020 pero venido a menos, se encontró un regalo caído del cielo con Luka Doncic. La criticada decisión de Nico Harrison tuvo como beneficio colateral la llegada del mayor activo de la NBA a la franquicia por antonomasia de la NBA. Y así, Rob Pelika, un tío con potra, se hizo sin comerlo ni beberlo con un jugador generacional de apenas 26 años que permitía que confluyeran dos proyectos en uno sólo, pero también iniciar una nueva era de esperanza y opciones a títulos, eso a lo que todo el mundo aspira y que los Lakers conocen muy bien. Un equipo que está entre los fundadores de la NBA (entonces en Minneapolis), prístino. Inequívocamente histórico. Y que vuelve a la palestra con una estrella eslovena acompañada de vientos de promesa.

El verano ha sido movidito, por decirlo suavemente, para los Lakers. Pero positivo, porque tienen la capacidad de sacar algo bueno de casi todo lo que tocan. Jeanie Buss, cuya familia ha estado a cargo de la propiedad del negocio desde 1979, vendió la mayoría de las acciones a Mark Walter, CEO de TWG Global, que será el nuevo propietario de la entidad, aunque la heredera del Doctor seguirá involucrada en las decisiones empresariales. El traspaso se cerró por una cifra récord de 10.000 millones de dólares, algo de lo que se habló mucho entonces pero cuya conversación tampoco se ha mantenido en el tiempo. Al fin y al cabo, la maquinaria seguía avanzando a favor, cómo no, de corriente. Y pronto se hizo patente que la intención del equipo era la de rodear a Luka Doncic lo mejor posible para encarar un nuevo intento de campeonato. La NBA está más abierta que nunca (siete campeones en los últimos siete años), recogiendo las migajas de lo que en su día fue la dinastía de los Warriors. Y como cualquiera puede ganar, los Lakers quieren demostrar que ellos pueden ganar siempre.

Las llaves de la franquicia son, por lo tanto y de forma casi definitiva, para Doncic. La temporada pasada finalizó con 50 victorias por primera vez desde 2020 (año del anillo) y segunda desde 2011 (se dice pronto) en la que ha sido de forma obvia la etapa más oscura de la historia de los Lakers, pero sin que nadie (otra vez) deje de hablar de los Lakers. La derrota en primera ronda frente a los Timberwolves (4-1) dejó en un ligero mal lugar al esloveno, pero su figura ha quedado increíblemente reforzada este verano. Tanta indolencia defensiva y tanta cerveza, que decía el bueno de Nico Harrison, se han transformado en mucho gimnasio, dieta sin gluten, ayuno intermitente y una demostración enorme de fortaleza en un Eurobasket que ha ido de la exhibición al exhibicionismo. La derrota en cuartos frente a Alemania, a la postre campeona, no dañó la reputación del base, que cuajó un torneo excelente para jolgorio de los Lakers, que al ver como su jugador fetiche se despedía antes de las semifinales respiraron aliviados por la posibilidad de lesiones. Un win win en toda regla. El pan de cada día de los angelinos.

Doncic, que no ha parado de hablar (igual que todo el mundo) del histórico traspaso, afrontará su octava temporada en la NBA con un equipo parcialmente renovado (DeAndre Ayton, que fue número 1 en el draft del propio Doncic, Marcus Smart...), que mantiene algunas de las piezas más importantes (Rui Hachimura, Jared Vanderbilt) y a sus otros dos grandes: LeBron James (ahora hablaremos de él) y Austin Reaves. Luka será el capitán-general, el héroe de las hostilidades. Y también será lo que ha sido desde su segunda temporada en la competición norteamericana, la que afrontó tras ganar el Rookie del Año: un asiduo a los Mejores Quintetos, candidato perenne al MVP y un constante en el All Star. No hay mejor jugador para iniciar una nueva era de luz y esplendor, de lucha por los anillos. Y si ya estaban todos los focos puestos sobre él en los Mavs, lo que ocurrirá en los Lakers será todavía más obvio, con el doble rasero habitual. Ese arma de doble filo que permite muchas críticas cuando las cosas no salen bien. Pero con ese aura de inmortalidad que acompaña a una franquicia esencialmente inmortal. Única en su especia. Que trasciende más allá de lo que en la base es una entidad deportiva. Esté quién esté en él. Pero más todavía de la mano de un Doncic que tiene el mundo en sus manos.

¿Qué pasará con LeBron?

Por algo o por lo que sea, la figura de LeBron está extraña y sombríamente desaparecida. Por un lado por los motivos más obvios de que los Lakers quieren iniciar una nueva era y que, por motivos generacionales, la van a hacer con el joven Doncic y no con ese ser celestial que va camino de los 41 años y que está en una dulce rampa de salida: porque sí, todo se acaba, pero no parece que el Rey quiera bajar el pistón. El curso pasado fue elegido en el Segundo Mejor Quinteto de la NBA y promedió 24,4 puntos, 7,8 rebotes y 8,2 asistencias en su 22ª temporada en activo. Ahora va a por la siguiente para dejar atrás a Vince Carter y convertirse en solitario en el que más ha disputado. Por delante le quedan, claro, más récords de esa increíble longevidad que atesora. Pero parece que su figura ya no interesa tanto y que para la opinión pública, ese lugar en el que se ganan y se pierden las batallas que deciden las guerras, es anacrónica. Parte del pasado por mucho que se empeñe en seguir haciendo historia en el presente. Loable, histórico e indiscutiblemente extraordinario. Pero...

Pero parece que los Lakers ya no cuentan demasiado con él. Los rumores sobre su posible salida del equipo rumbo a una última gran aventura no parecieron poner demasiado nerviosos a los miembros de la directiva y Rob Pelinka ha dicho como si se lo hubiera aprendido de memoria eso de que estarían encantado de que se retirara ahí, pero con la entonación del que piensa que si no se da, tampoco pasa nada. Y de paso, se ha filtrado que el jugador buscaba una renovación, pero que los angelinos no se mostraron interesados, por los que se acogió a su player option de más de 50 millones de dólares. Y será, ojo, la primera vez en su carrera que tenga un sólo año de contrato sin noticias sobre lo que pasará después. Algo insólito, pero también acorde con un futuro del que nadie sabe nada. Y que no ha estado, otra cosa que también se ha sabido, en ninguna de las decisiones que los Lakers han tomado en el mercado veraniego. Algo que parece contrario en el caso de Doncic, que se ha encargado de decir un día sí y otro también lo contento y feliz que está con la plantilla y los fichajes realizados.

Es difícil saber y conocer los motivos de LeBron, saber cuánto más va a durar en activo por mucho que ese final que nunca llega esté más cerca que nunca. En el Media Day de los Lakers aseguró que está encantado de jugar al lado de Doncic (qué va a decir) y que la presencia del esloveno no le influye en la decisión de retirarse. También que no le preocupa tener sólo un año de contrato. Y lo poco más que ha revelado del tema es que no va a esperar a que su hijo Bryce (18 años) llegue a la NBA. Con Bronny volverá a compartir equipo en otro suceso verdaderamente histórico, como tantos otros que ha tenido a lo largo de su carrera, el de que un padre y un hijo jueguen en el mismo partido y vistiendo los mismos colores. Y lo último de todo esto ha sido una nueva y pésima gestión de imagen con la que insinuó que se iba a retirar para anunciar luego su asociación con una marca de coñac. Vivir para ver.

El resto ha sido todo un cúmulo de despropósitos que se han ido sabiendo a ramalazos y que no dejan a los Lakers especialmente bien parados. Por un lado y después de todo el lío, se supo que LeBron estaba lesionado por una ciática y que por primera vez en toda su carrera no estaría en la jornada inaugural, algo insólito pero que viene también con eso de la edad que afecta a todo el mundo por mucho que el Rey parezca inmune a sus desagradables efectos. Y por otro, ni DeAndre Ayton, ni Marcus Smart, ni absolutamente ningún miembro de la plantilla había coincidido en las prácticas de entrenamiento con LeBron o Luka Doncic. Una preparación, no sabemos si física o táctica, inequívocamente extraña y que deslizaba la sensación de que los Lakers estaban más preocupados por el final que por el inicio. Pero claro, hay que llegar a las eliminatorias por el título en buena posición para poder tener opciones en el salvaje Oeste. Por eso de no construir la casa por el tejado, vaya.

De una forma u otra, empieza una nueva era en Los Ángeles. Y si ya se dejó atrás la alargada sombra de Kobe Bryant, se está haciendo lo mismo con LeBron James. Ya veremos cómo salen las cosas, el papel de un JJ Redick cuya mayor virtud es que no se hable demasiado de él y la actitud de los secundarios. Ya veremos si la cosa funciona como un todo o se trata de seres individuales haciendo la guerra por su cuenta. Desde luego, no hay ninguna prisa: el entrenador ya ha dicho que el Rey tiene su propio calendario y el jugador ya ha dicho que no tiene la necesidad de estar bien en octubre o noviembre (lo del In-Season Tournament ya, tal). Por lo que los primeros meses serán un soliloquio de un Luka Doncic que buscará su lugar en la historia. Al fin y al cabo, LeBron ya tiene asegurado el suyo, pase lo que pase a partir de ahora. Se inicia una nueva era en los Lakers. O, al menos, esa es la intención.

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