La carrera para ser número 1 del ‘draft’
Tras un arranque sensacional con Duke, Cameron Boozer, hijo de Carlos Boozer, se posiciona como uno de los mejores jugadores universitarios del mundo.

Cada temporada, cuando empieza la competición universitaria de baloncesto de mayor nivel, la NCAA, surge la misma pregunta: ¿Quién será el pick número 1 del próximo draft? Hay años en los que la respuesta es obvia y no hay grandes sorpresas; casos como el de Cooper Flagg este último año, o el de Wembanyama hace tres. Pero también existe la otra parte. Temporadas, como la que dará el pistoletazo de salida esta noche, en las que este tema genera amplias ramificaciones de conversación y debate. Quebraderos de cabeza para las franquicias, y posibles arrepentimientos al echar la vista atrás una vez se conocen los resultados. Pero no se puede ganar sin arriesgar. La 2025-26 se prevé como una campaña universitaria muy competida en este sentido, y probablemente no se decida pronto quién es realmente el mejor jugador de la clase de draft del 2026, lo que supone todo un espectáculo para los aficionados.
No siempre pisar primero significa pisar mejor, pero la primera impresión suele ser determinante a la hora de llevar a cabo un juicio inicial. El primer ‘aquí estoy yo’ de la nueva campaña universitaria se lo ha adjudicado un nombre propio que sólo sonará con más fuerza cuanto más tiempo pase: Cameron Boozer. Un apellido reconocible y no por coincidencia; es el hijo del exjugador Carlos Boozer. Elegido número 6 del draft de 2002, el ala-pívot disputó 13 temporadas en la mejor liga del mundo. Grandes años en Utah (hasta 21 puntos por partido) y Chicago junto a un joven Derrick Rose (el MVP más joven de la historia), le han convertido en uno de los interiores más recordados de los 2000. Un tiro clásico a tres metros y mucha dureza en el poste bajo fueron su sello personal. Ahora, su apellido seguirá repitiéndose en una cancha de baloncesto durante muchos años, aunque no lo hará bajo su nombre.
El primero de sus hijos (hermanos gemelos), Cameron Boozer, es uno de los pocos jugadores que apunta a ser número 1 del próximo draft, y se ha posicionado como el primer prospecto que ya ha realizado una fuerte declaración de intenciones. En la mayoría de ocasiones, los partidos de exhibición son un mero trámite y no ocultan más trascendencia que la de ponerse a punto para lo que viene. Sin embargo, a veces, en este tipo de partidos ocurren cosas que llaman la atención, que generan alerta, y ponen el foco sobre un evento. Sus actuaciones individuales han hecho que, en esta ocasión, el evento sea Cameron Boozer. No se puede dar una primera impresión mejor. En su debut en la legendaria universidad de Duke, lugar donde también jugó su padre, firmó 33 puntos y 12 rebotes en un sobresaliente estreno. No contento con una puesta en escena imperial, se superó a sí mismo en el segundo encuentro: 24 puntos y 23 rechaces capturados, lo que recuerda a un joven Kevin Love y tan sólo un número ínfimo de jugadores que han sido capaces de lograr un 20-20 tan rápido. El potencial es infinito, pero el presente está demostrando que a veces la realidad supera las expectativas.
Estos dos primeros partidos han supuesto un inicio eléctrico para el joven nacido en 2007. Las comparaciones más optimistas imaginan a Cameron como una mezcla entre Michael Beasley y Jayson Tatum. Es un jugador con unas condiciones físicas privilegiadas; de alero grande (2,06), y cuenta con un repertorio de movimientos desde el poste que recuerdan de alguna forma a su padre, pero adaptados a la nueva era del baloncesto moderno. Cada vez expande más su rango detrás de la línea de tres, y se está consolidado un jugador con una capacidad anotadora inmensa, tanto en el juego interior como desde el perímetro.
En el baloncesto prima la eficiencia. Existen jugadores, elegidos y únicos, como Lamelo Ball, que prácticamente solo con su talento se convierten en estrellas mundiales. Pero la realidad es que la disciplina, la constancia y la conversión de lo más difícil en algo fácil es lo que hace que un jugador sobresalga sobre el rebaño. Boozer es un jugador que, a pesar de dejar alguna jugada para el recuerdo, cimienta su juego sobre pilares tan sólidos como el hierro, y juega para ganar, con el equipo siempre en la cabeza como prioridad. Una gran lectura de juego, habilidad para anotar, generar, asistir, y la capacidad para imponer su privilegiado físico cuando la situación lo requiere le convierten en un jugador total.
Cameron no es el único Boozer que luchará por un hueco en la NBA este año. Su padre no dejó un único proyecto en la herencia deportiva de su familia, sino dos. Cayden Boozer formó junto a su hermano una pareja en Columbus que se denominó como los ‘Boozer Twins’, toda una sensación viral en el baloncesto de instituto. Cayden es un jugador exterior, de un calibre contrario al de Cameron, lo que les ha complementado de forma ideal dentro de la pista. Se caracteriza por ser una lapa en defensa y por tomar buenas decisiones en ataque, lo que le convierte, al igual que a su hermano, en el sueño de cualquier entrenador. En principio, no sigue una proyección tan importante como la de Cameron, pero el joven escolta será sin duda un jugador a tener muy en cuenta en la primera ronda del próximo draft.
Como se venía adelantando desde un principio, a Cameron Boozer no le faltará competencia, y el camino para alcanzar el soñado puesto número uno no será un paseo por el parque. AJ Dybantsa, calificado por muchos expertos como el mejor prospecto de instituto de la clase de 2026, ha irrumpido con fuerza en el tablero universitario con 30 puntos en su primer partido con BYU. Otro de los nombres que se escucharán a lo largo de esta campaña de la NCAA es Darryn Peterson, que se ha estrenado en Kansas con 26 puntos, 24 de ellos en la primera parte; apenas jugó en la segunda. A falta de alguna sorpresa a lo largo del año, estas son las tres perlas que iniciarán una carrera de fondo de lo más entretenida.
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