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HISTORIA DE LA NBA

La caída en desgracia de los Lakers de Shaq y Kobe

Una acusación por violación de Kobe supuso el inicio de un curso fatídico, que empezó con un equipo de Play Station y terminó con el fin de una dinastía histórica.

La relación entre Shaquille O'Neal y Kobe Bryant se rompió definitivamente en la temporada 2003-04
LUCY NICHOLSONREUTERS

Si hay una verdad tan dolorosa como innegable, es que todo se acaba. Nada es para siempre en un mundo en el que han llegado a perecer incluso aquellos personajes que parecían eternizarse, acostumbrándonos a verles siempre en el mismo sitio, inamovibles, como si nada ni nadie pudiera variar un ápice lo que sea que representen. Sin embargo, hay finales y finales, y el modo de decir adiós a aquello que habíamos convertido en costumbre no siempre tiene por qué ser malo... ni bueno, claro. De hecho, son innumerables las veces en las que la moneda sale cruz, sin poder hacer nada para cambiar el curso de las cosas y despidiéndote de la peor manera, por la puerta de atrás, de aquel lugar en el que tantos éxitos has experimentado.

Eso les pasó a los Lakers de Shaq y Kobe, cuyo matrimonio imposible dejó grandes réditos a sus espaldas para tratarse de dos personalidades tan distintas. La unión duró ocho largos años, una cifra alta para haber tantos amagos de divorcio a sus espaldas, consumado finalmente en el último de esos años, cuando fue inevitable el fin de una dinastía histórica que se despedía con tres anillos a sus espaldas y el primer gran legado del siglo XXI, con el primer dominio importante tras la retirada de Jordan y el ascenso al Olimpo de una franquicia que dominó los 80 y volvió a hacerlo tras pasar una década en blanco, con muchas dificultades y un fichaje estrella en 1996 (Shaq) que vino acompañado vía draft de un Kobe que marcaría un antes y un después en una Liga que, recordemos, no espera a nadie.

En julio de 2003, cuando Phil Jackson acababa de entrar en Dakota del Sur tras pasar por Deadwood con un amigo y un primo, sonó el teléfono. Mitch Kupchak, General Manager de los Lakers, llamaba para informar de que habían detenido a Kobe por una presunta agresión sexual. El episodio ocurrió en la noche del 1 de julio en Eagle, Colorado, por donde había pasado el propio Jackson apenas unos días antes. La policía detuvo al escolta, que negó vehementemente las acusaciones y aseguró que el el encuentro había sido consensuado. Las alarmas sonaron y los periódicos de todo Estados Unidos empezaron a llenar titulares, con la consiguiente repercusión en un Kobe de apenas 24 años. La denuncia marcó la temporada de los Lakers y la del propio Bryant, desmadejado por las noticias y un asiduo de los tribunales durante varios meses, siempre sin poder focalizarse en el baloncesto y mostrando una ira incontrolable y su peor cara dentro de la dinámica del equipo.

No sería justo decir que ese era el principio del fin de los Lakers. Las rencillas entre Shaq y Kobe venían de lejos, y si bien su entendimiento en pista era inversamente proporcional al que tenían fuera de ella, el rencor acumulado explotó en la 2003-04, cuando el escolta acababa contrato y el pívot pedía una extensión y se disputaban, una vez más, el puesto de macho alfa. La añadidura de esa campaña eran las llegadas de Karl Malone y Gary Payton, que redujeron considerablemente sus salarios para intentar ir a por el anillo, algo que no habían conseguido en Jazz y Sonics respectivamente. Ninguno de ellos, veteranos curtidos, estaba para aguantar las disputas entre los dos líderes, algo que se repitió durante toda la temporada dando lugar a numerosos enfrentamientos, como si la bomba hubiera esperado siete largos años para explotar. Y, a todo esto, Phil Jackson también finalizaba ese contrato por 8 millones anuales que había firmado en 1999, cuando Jerry Buss fichó al Maestro Zen y trasladó a su equipo del Forum al Staples para ser pionero en una estela posteriormente seguida, esa de pabellones que son mucho más que pabellones y forjar celebrities en pista a base de acumularlas en las gradas, capitalizando la vida social de Los Ángeles.

Entre tanto, todos los ojos estaban puestos en Kobe. Es difícil entrar en la cabeza de esos jugadores, pero no sería descabellado decir que fueron uno meses muy complicados para él. El 18 de julio, tras ser acusado formalmente por el Fiscal del Distrito del Condado de Eagle, hizo una comparecencia pública junto a su mujer, Vanessa, en la que negó las acusaciones, reconociendo, con lágrimas en los ojos, su adulterio. Con solo 24 años y en una época alejada de la educación actual, el escolta arrastraba una acusación de violación y una amenaza de divorcio, los anunciantes le daban la espalda y su reputación se vio manchada para siempre tras jactarse de ser monógamo delante de sus compañeros. Y con la vista puesta en la agencia libre del año siguiente y las dudas que pudiera tener cualquier equipo en firma a alguien con una resolución judicial pendiente que además le podía llevar a la cárcel durante años. Kobe, increíblemente meticuloso con su vida pública, se convirtió en la comidilla de la prensa sensacionalista y de los cómicos de los programas nocturnos.

Finalmente, las cosas se resolvieron de aquella manera. La víctima no se presentó a los tribunales y los abogados arreglaron entre bambalinas un acuerdo que Los Angeles Times tasaron en 2,5 millones de dólares, mientras que otros medios elevan la cifra hasta los 5 millones. El pacto incluyó una disculpa pública de Kobe: “Aunque realmente creo que este encuentro entre nosotros fue consensual, ahora reconozco que ella no vio y no ve este incidente de la misma manera que yo”, dijo entonces, en un sainete que no se resolvió hasta 2005 y del que el propio Kobe no consiguió salir hasta años después, idas y venidas mediante. También afectó a su relación con Vanessa, a la que le regaló un anillo tasado en otros 5 millones, de la que se separó tiempo después y con la que regresó tras mucho trabajo para convertirse en sus últimos años de vida en un ejemplo de marido y padre. Eso sí, el episodio que sigue suponiendo la mayor mancha de un currículum casi impoluto pero que no escapa de juicios eternos que se hacen de un personaje muy querido a su muerte, pero también odiado en el pasado, sobre todo durante el curso baloncestístico 2003-04. Y con un innegable manchón que se habría juzgado (especialmente desde el punto de vista de la opinión pública) de una forma radicalmente distinta en la actualidad.

Una temporada que nunca empezó

El final de la temporada es de sobra conocido, pero el transcurso de la misma fue el viaje a ninguna parte que los Lakers vivieron esa temporada. El 1 de junio, los Pistons ganaron el quinto partido de las Finales en el recientemente demolido Palace of Auburn Hills, poniendo punto y final a una campaña que, para los Lakers, nunca empezó. Y eso que se prometía en un inicio, antes incluso de la denuncia a de Kobe. Las llegas de Malone y Payton conformaban uno de los mejores quintetos jamás vistos en la historia del baloncesto, ya que se unían a Shaq y el propio Bryant (el Devean George, el quinto en discordia). Y todo con Phil Jackson en el banquillo de juez e instructor en la batalla entre sus dos gallos, en la que siempre tiró más hacia el pívot (sin disimulo), pidiendo durante la temporada el traspaso del propio Bryant. “No puedo entrenar a Kobe. No hace caso a nadie”, le dijo a Mitch Kupchak un día en el que mandó correr a Kobe, que contestó afirmativamente, pero no lo hizo. “Estaba siendo irónico”, le dijo a su entrenador cuando éste le reprochó su comportamiento.

Un asalto sexual a Booker, la hija del Maestro Zen, años antes, había abierto viejas heridas en técnico, que desarrolló un rencor hacia Kobe que posteriormente reconoció. El escolta pasó de una actitud pasivo-agresiva a una agresiva-agresiva y dejó claro a su entrenador que no estaba dispuesto a aguantar más tonterías de Shaq. Además, añadió que la decisión de someterse a una cirugía en el dedo del pie por parte del pívot a inicios de la 2002-03, había menguado las posibilidades de hacerse con el cuarto campeonato seguido. Fue cuando los Lakers cayeron por primera vez en cuatro años, al ser derrotados en semifinales por los Spurs y acabar con 25 series de playoffs consecutivas ganadas por Jackson como entrenador, desde 1996 hasta entonces.

La temporada fue un continuo sainete que llegó a puntos realmente preocupantes. Shaq y Kobe discutieron acaloradamente durante una charla, y el escolta concedió luego una entrevista a Jim Gray, de la ESPN, en la que dijo que Shaq tenía que dar ejemplo si quería que los Lakers fuesen “su equipo”. El center se enfureció y le dijo a Mitch Kupchak que la próxima vez que viera a su compañero le iba a dar una paliza; el directivo y Phil Jackson tuvieron que separarles cuando llegaron al entrenamiento. El ridículo llegó a un punto en el que, si uno veía al otro hablar con un periodista, lo vetaba y si concedía una entrevista, daba otra en el medio rival. Cosas preocupantes de las que nada querían saber Payton y Malone, que habían ido a Los Ángeles a ganar el anillo y no a vivir trifulcas adolescentes.

La situación la resolvió el Doctor Buss, que se negó en rotundo a la petición de extensión de contrato de un Shaq que exigió 60 millones en dos temporadas, un precio excesivo para un hombre que se había vuelto a presentar en el training camp pasado de peso y ya era, camino de los 32 años, una estrella que empezaba a perder luz. El magnate de los Lakers era favorable a Kobe, al igual que Tex Winter (el ideólogo a la sombra del triángulo ofensivo) y al contrario que un Phil Jackson, que definió al escolta como el niño mimado del Doctor Buss. Y, lejos de la era de los jugadores empoderados en la que nos encontramos, Kobe llegó a acaparar tanto que en un viaje en autobús le dijo a Derek Fisher: “Tu hombre no vendrá el año que viene”, en referencia a un Phil Jackson que se lo tomó con estoicismo y dijo en ese momento que ya podía centrarse en conseguir el campeonato. El que sería el décimo en su cuenta particular, que le desempataría con Red Auerbach (de la dinastía de los Celtics de Bill Russell) y que no llegaría entonces, pero sí años después.

El final de la fiebre amarilla

Ni que decir tiene que la temporada no acabó en campeonato. El sueño acabó con la derrota ante la última versión competitiva de los Pistons (que se alargó hasta 2008) y tras una temporada en la que el ruido en torno al equipo fue más importante que el propio juego. Los Lakers empezaron 19-5, pero Karl Malone se lesionó en un partido en el Staples ante los Suns y estuvo de baja casi toda el curso. Sin un sustituto fiable para Malone (que se volvió a lesionar en las Finales) en la pintura y un Payton que fue perdiendo minutos en favor de Fisher por sus dificultades con el triángulo ofensivo, el juego quedó relegado a la monotonía del triángulo. Kobe y Shaq bajaron sus estadísticas, pero llegaron al All Star y al Mejor Quinteto. Parecía que el bochorno se resolvería en unos playoffs en los que se vivió la magia de la fiebre amarilla con un tiro de Fisher a cuatro décimas del final en semifinales ante los Spurs. Los Lakers partían como favoritos en las Finales... y el resto ya nos lo sabemos.

Las intenciones de la directiva quedaron claras cuando se traspasó a Shaq a los Heat y se dejó marchar a Phil Jackson a la clandestinidad después de que éste recomendara a Jerry Buss quedarse con Shaq y deshacerse de Kobe, algo que a la larga le acabó costando un puesto que recuperaría al año siguiente. Unos días después, Kobe firmaba una extensión de 136 millones por siete años, unas cifras extraordinarias que enterraban una denuncia, la de inicios de temporada, que no le llegó a repercutir económicamente en futuros contratos y lo que se gastó en el silencio de la víctima para salir del meollo y en el mencionado regalo a su esposa. El perdón tiene su precio, y el propio Kobe entonó el mea culpa e inició su transformación en esa Mamba Negra que ganó dos anillos (2009 y 2010) lejos de Shaq y la tortura china que supuso su presencia, su ausencia y todas las voces que decían que no podía ganar sin el pívot. O’Neal, por su parte, se llevó el campeonato del 2006 con Miami, haciendo buena la predicción con la que se advirtió a Buss, cuando le dijo que dejarle marchar era entregar en bandeja un anillo al equipo que se lo quedara. Lo hizo como lugarteniente de Dwayne Wade, una posición que jamás aceptó al lado e Kobe, ironías al margen. Ah, y luego estaban Payton y Malone; el primero acabó ganando el anillo de 2006, también con los Heat, mientras que el segundo dijo adiós con muchos puntos (tercer máximo anotador de la historia) y muy pocos anillos (ninguno). Por culpa, entre otras cosas, de un tal Michael Jordan.

Otra vez, todo se acaba. Que se lo digan a Popovich, que vio como su racha de 22 temporadas consecutivas en playoffs se vio truncada cuando iba a batir el récord de todo el deporte estadounidense. También a los Bulls de Jordan o a la dinastía de los Warriors Por mucho que (nos) pese, nada es para siempre, y la NBA no iba a ser menos, aunque la manera de acabar, arreglada luego con los años y con Bill Russell y Phil Jackson mediando entre una de las mejores parejas de la historia, no fuera la mejor por aquel entonces. Eso sí, al final, lo que mejor definió esa relación ocurrió en el segundo partido de las Finales, el único ganado por los Lakers cuando ya estaban al borde de un 0-2 que nadie había remontado en la ronda final. Shaq atrapó un balón y los Lakers tenían posesión para empatar con un triple, algo que hizo Kobe tras tiempo muerto. Antes, el propio O’Neal le había pasado el balón, algo que no pasó desapercibido para un Antoni Daimiel que veía el partido junto a Andrés Montes: “El instinto le ha hecho a O’Neal darle el balón a Bryant. Era el que más lejos estaba, pero él le quería dar el balón a Bryant”. Desde luego, es la mejor definición para una pareja que vio el fin de su reinado y que tuvieron años después una reconciliación eternamente postergada. Una pareja que se odiaba, se quería... y, sobre todo, se necesitaba.

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