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NBA

Jerry West y los Lakers: una herida que nunca se cerró

Pocas estrellas han terminado de forma tan amarga su relación con el equipo en el que se convirtieron en legendarias: West nunca se reconcilió con lo Lakers.

Jerry West y los Lakers: una herida que nunca se cerró

En prácticamente cualquier otra franquicia que no sea Los Angeles Lakers, el equipo de las estrellas, Jerry West sería la gran referencia histórica, el punto de partida. En los Lakers no es el primero ni el segundo, pero no está mucho más atrás en el panteón dorado y púrpura. De hecho, puede que sea su cuarto jugador más importante solo por detrás de Magic Johnson, Kobe Bryant y Kareem Abdul-Jabbar. Tiene, desde luego, su estatua fuera del Staples (ahora Crypto.com Arena) y sigue siendo, desde 1969 y sin visos de que vaya a cambiar, el logo de la NBA, esa silueta que todo le mundo reconoce en cualquier parte. Los Lakers no son cualquier otra franquicia, y seguramente por eso resulta especialmente difícil de entender por qué las rencillas personales, años de toxicidad y malas palabras, hicieron que la forma en que trataron y reaccionaron al fallecimiento de West, el pasado 12 de junio, fuera fría, un primer impulso que no pareció tener más interés que seguir la corriente. Cumplir.

Después, y azotados por las críticas, fueron virando y enmendando, más o menos, esa postura inicial. Los jugadores llevarán durante toda la temporada una banda con el número 44, el de West, en sus camisetas, a la altura del hombro izquierdo, durante todos los partidos. En el primero de la regular season, el día 22 contra los Timberwolves, habrá homenaje, dedicatorias y camisetas con el número 44 para todos los que asistan al Crypto.com Arena. Y la franquicia tendrá presencia y actividad en la ceremonia del Hall of Fame en la que West ingresará (también Michael Cooper, otro laker inolvidable) por tercera vez: ya está en Springfield como jugador y como miembro de los campeones olímpicos de Roma 1960. Ahora, lo hará como contribuidor.

Jerry West no es el laker más grande de la historia, aunque pudo serlo, pero su marca está en los dos que seguramente están más indiscutiblemente por delante: como ejecutivo (1979-2000) drafteó a Magic Johnson y orquestó la llegada de Kobe Bryant, además en el mismo verano en el que se firmó como agente libre a Shaquille O’Neal. En L.A. perdió como jugador seis Finales contra los Celtics, algo que le obsesionó y le hizo odiar el color verde. Pero ganó el título en 1972, con un equipo (en el que compartió liderazgo con Wilt Chamberlain) que sigue siendo uno de los mejores de la historia. Después del oro de Roma, pasó sus 14 años como jugador (1960-74) en unos Lakers a los que también entrenó (1976-79). Después, como ejecutivo, fue fundamental en los cinco anillos del Showtime (1980, 82, 85, 87 y 88) y preparó el terreno para el threepeat de Kobe y Shaquille: consiguió que jugaran juntos y en 1999 convenció a Jerry Buss de que fichara como entrenador a Phil Jackson. Su rastro como ejecutivo se sintió también en los Grizzlies (Ejecutivo del Año en 2004) y, sobre todo, en los Warriors. Acabó en los Clippers como asesor, labor que desempeñó prácticamente hasta su muerte, con 86 años.

Una vida complicada, un carácter difícil

West fue un jugador único, un escolta con una capacidad anotadora voraz y una visión de juego privilegiado. Un elegido (catorce años en la NBA, catorce veces all star) que es el único jugador que ha sido MVP de unas Finales que perdió su equipo (1969, el último gran desastre de sus Lakers contra los odiados Celtics).

También fue un personaje muy complicado, marcado siempre por su infancia, la de un niño criado en una familia pobre de West Virginia y que, algo que condicionó para siempre su vida, perdió a los 13 años a su adorado hermano mayor David, asesinado en la guerra de Corea. Y que sufría, como una de sus hermanas, la violencia de su padre, con palizas que a veces incluían un martillo: “Una vez fue especialmente dura. Habíamos comida la misma sopa de la misma olla durante seis días. Cuando le dije a mi madre que ya no podía más, él me dio la mayor paliza que me había pegado hasta entonces. Eso me encerró más en mí mismo. Nunca le perdoné, todavía no lo he hecho. Pero me prometí que haría todo lo posible para que no pasara de nuevo. Reuní valor y se lo dije: que mejor no me volviera a poner una mano encima porque dormía con una pistola debajo de la almohada y estaba dispuesto a usarla. Crecí sin escuchar a nadie decirme que me quería, y por eso siempre me costó muchísimo decirlo, o comprenderlo del todo. Son tres malditas palabras, y sufría muchísimo para decirlas. Cuando recibes palizas de tu padre, como me pasó a mí por razones que nunca conseguí comprender, es imposible que te acabas sintiendo especial, digno de admiración”. Ni que decir tiene que uno de los grandes libros de la historia del baloncesto estadounidense es la autobiografía que escribió con Jonathan Coleman: West By West; My charmed, tortured life.

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Heinz KluetmeierSports Illustrated via Getty Ima

Obsesionado con el baloncesto y competitivo hasta un nivel enfermizo, autodestructivo, West dedicó su vida a los Lakers pero acabó muriendo totalmente distanciado de la franquicia, enfrentado a una institución en el que, llegó a decir, preferiría “no haber jugado nunca”. Baxter Holmes profundiza, en un extenso artículo de ESPN para el que nadie de la actual cúpula de los Lakers ha contribuido, en las razones de ese divorcio tan cruel, tan duro y tan perjudicial, finalmente, para las dos partes. Desde luego, para un West mortificado por este asunto y, en la etapa final de su vida, por la muerte de un Kobe Bryant al que consideraba prácticamente un hijo. Él planeó y ejecutó su llegada, en 1996, después de verlo cuando tenía solo 17 años en un entrenamiento privado. Entendió al momento que estaba ante un chico especial: “Al infierno, parad esto ya, ya he visto suficiente”. Mucho después, West se maravillaba con la carrera que Kobe estaba haciendo fuera de las pistas, tras su retirada y en negocios no siempre relacionados con el baloncesto. Algo que él nunca puedo hacer, siempre pegado a un deporte que fue su alimento y su maldición.

En 2019, West verbalizó por primera vez la amargura que le producía la situación con los Lakers, una que hasta el final de sus días pensó que se acabaría arreglando: “Casi deseo no haber estado nunca involucrado con ellos”. En 2017, pasó a colaborar con los Clippers, el vecino en 2019 le quitó a los Lakers a un Kawhi Leonard que buscaba un regreso a su California natal tras ser campeón con los Raptors. Era la primera vez que una gran estrella elegía a los Clippers por delante de unos Lakers que por el camino, despidieron a Ryan, hijo de West. Más allá de las razones oficiales, el padre siempre tuvo claro que era un recado para él. Un ejecutivo de los Lakers lo confirmó de forma anónima: “Es como un culebrón malo. Y Ryan ha pagado el precio de tantos rencores”.

Otra de las cosas que Jerry West nunca superó fue que los Lakers le quitaran los abonos de temporadas que él y su familia habían tenido durante casi dos décadas, un regado del fallecido Jerry Buss. La hija de este, Jeanie, es la propietaria ahora, y la persona a la que todos miran para buscar las razones de esta guerra: cuando West empujó para que se fichara a Phil Jackson, se descartó para hacerlo a Kurt Rambis, el exjugador que había dirigido al equipo de forma interina, y con buen resultado (24-13 y billete para segunda ronda del Oeste), en el tramo final de la temporada anterior. Eso se le quedó clavado a un Rambis que hoy es consejero de Jeanie. La mejor amiga del que fuera ala-pívot/obrero al servicio del Showtime, Linda, también trabaja para la franquicia y es íntima de Jeanie. Para colmo, a Jerry West le enfureció que esta iniciara después una relación sentimental con Phil Jackson. Sus críticas permanentes llegaron a los oídos de Jeanie: el final definitivo, seguramente, de una relación que nunca tendría que haber acabado mal. En 2000, después del primer título de Kobe, Shaq y Jackson, el sexto para él como ejecutivo, dejó los Lakers.

Desde dentro, creen que al padre de Jeanie, fallecido en 2013, ni le habría gustado nada la situación: “El Doctor Buss siempre quería que se cuidara a Jerry”. Los Lakers, después del lío con los abonos, ofrecieron a West entradas para los partidos que quisiera, gestionadas día a día y sin un lugar fijo en el que sentarse. Al logo de la NBA eso no le gustó, claro: “Es lo más bajo que se puede caer”. Pero eso no hizo que siempre pensara en la reconciliación, en el regreso. Incluso cuando estaba trabajando para los Warriors que construían una dinastía casi invencible en la Bahía de San Francisco: “Siempre lo veo como algo que podría cambiar, o que ellos podrían querer cambiar. Pero no sucedió. Y eso me mandó un mensaje claro”. Desde su entorno, entonces, no se ocultaba que soñaba con volver, pero fueron los Lakers los que jamás abrieron esa puerta. El último tren pasó en 2017, cuando Jeanie se hizo definitivamente con el control de la familia tras una fuerte marejada familiar y contrató para dirigir los designios deportivos del equipo a Rob Pelinka, antiguo agente de Kobe, y Magic Johnson. West acabó en los Clippers, otra vez con recado a Jeanie Buss y su entorno: “Esta es la última parada en mi camino, y quiero estar vinculado a personas que sean gente del baloncesto, a las que pueda respetar”.

La reconciliación no solo no llegó nunca, es que ni siquiera estuvo cerca. En diciembre de 2020, salió a la luz un audio de West llamando a los Lakers “un lío de mierda”. En abril de 2021, Jeanie Buss eligió, en el podcast de Matt Barnes y Stephen Jackson, a los cinco Lakers más importantes: Kareem Abdul-Jabbar, Kobe Bryant, Magic Johnson, LeBron James y Phil Jackson. No hubo mención para West, que no se lo tomó precisamente bien (“es una de las cosas más ofensivas que he tenido que escuchar en toda mi vida”) aunque muchos prefirieron no darle mucha importancia porque Jeanie, en tono distendido, ni siquiera había nombrado a su padre.

En 2022, West le explicó a The Athletic qué era lo más decepcionante de su carrera: “Seguramente, que mi relación con los Lakers es horrible. Y sigo sin saber por qué. Y ahora miro hacia atrás y pienso que igual tendría que haber jugado para otro equipo, no en los Lakers, algún lado en el que apreciaran todo lo que habías dado, cuánto te habían importado las cosas”. Ni siquiera hubo acercamiento, el tiempo se acabó el pasado 12 de junio y la historia de Jerry West y los Lakers se cerró, definitivamente, de la peor manera posible después de tanto años, tantos éxitos y tantas historias sin las que sería imposible entender la historia de la NBA.

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