Baloncesto

James Nnaji provoca un terremoto

El ex del Barça, de 21 años, se compromete con la Universidad de Baylor pese a haber sido drafteado en al NBA y haber jugado como profesional en Europa. Un sistema en jaque.

Álex Abrines intenta frenar a James Nnaji en un entrenamiento del Barça.
FC Barcelona
Juanma Rubio
Nació en Haro (La Rioja) en 1978. Se licenció en periodismo por la Universidad Pontificia de Salamanca. En 2006 llegó a AS a través de AS.com. Por entonces el baloncesto, sobre todo la NBA, ya era su gran pasión y pasó a trabajar en esta área en 2014. Poco después se convirtió en jefe de sección y en 2023 pasó a ser redactor jefe.
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James Nnaji tiene todavía 21 años aunque es un viejo conocido del baloncesto español. El pívot nigeriano, un portento físico de 2,13, debutó en Liga Endesa con el Barcelona cuando solo tenía 17 años. Y lo hizo con sensaciones excelentes, las de un interior todavía por hacer en lo técnico pero de enormes posibilidades. En la temporada 2021-22 incluso jugó ya trece partidos de Euroliga con el equipo azulgrana, a cuyo filial había llegado desde Hungría. En 2023, fue drafteado con el pick 31, elegido por los Pistons y enviado a los Hornets que, en 2024, traspasaron sus derechos a New York Knicks, un equipo en el que no ha podido hacerse hueco a pesar de que este pasado verano lo intentó con firmeza y tras llegar a un acuerdo de desvinculación con el Barça, del que había salido cedido a Girona y al Merkezefendi turco en busca de los minutos que no recibía en el Palau y que tampoco le llegaron, con la continuidad suficiente para crecer en pista, en esos otros destinos.

Desde ese limbo, Nnaji ha dado un paso sorprendente (dejará de serlo pronto, seguramente) y va a jugar en la poderosa Universidad de Baylor, a las órdenes de Scott Drew. Se trata de un movimiento sin precedentes para un jugador que no ha firmado ningún contrato con los Knicks (aunque jugó con ellos la última Liga de Verano) pero sí ha sido profesional ya en Europa, fue drafteado en la NBA hace dos años y medio y, de hecho, sus derechos han sido traspasados ya dos veces.

Baylor, con problemas de lesiones en su juego interior y 9-2 por ahora en la temporada, se ha agarrado a ese vacío legal que genera el hecho de que Nnaji no firmara nunca un contrato en la NBA. Y Drew, técnico de los Bears, lo recibe con los brazos abiertos: “Es un chico joven con mucho talento y muchísimo potencial, así que estamos felices de tenerlo en la familia de Baylor. Habrá un proceso de adaptación, como siempre que llega un jugador en mitad de la temporada, pero sabemos que él hará todo lo posible para agilizarlo”.

Un aluvión incesante de críticas

Este movimiento, sin embargo, no es uno más ni se está tomando con la misma naturalidad que en Baylor en el resto del baloncesto estadounidense, donde la noticia se ha recibido con estupor y donde arrecian las críticas al estado actual del sistema universitario, que algunos creen que tendrá que ser revisado con urgencia por, precisamente, el impacto que está teniendo este paso que han dado Nnaji y Baylor; un salto hacia lo desconocido, uno más, en el espectro de las normas de elegibilidad de unos jugadores universitarios que, con la llegada de los derechos NIL -y con ellos un marco salarial que hasta ahora era anatema- están transformando una filosofía que durante años fue, aunque con sus contradicciones y sus dosis de hipocresía, sacrosanta.

En septiembre, la NCAA permitió a Thierry Darlan jugar en el baloncesto universitario aunque había saltado, antes, del instituto al proyecto Ignite de la G League, la Liga de Desarrollo de la NBA, que solo duró cuatro años (2020-24). Después hizo lo propio, también desde la G League, London Johnson. Pero ninguno, ni Darlan ni Johnson, habían sido drafteados en la NBA. Nnaji sí lo ha sido y ha jugado como profesional en Europa, además de ese paso por la Summer League con los Knicks, la tercera franquicia que ha tenido sus derechos en la liga profesional (una condición que muchos creen que ya es propia de esta nueva NCAA también). Dan Hurley, uno de los entrenadores más importantes del ámbito universitario (campeón en 2023 y 2024 con UConn), reaccionó así a este movimiento: “Santa Claus trae fichajes de invierno… esta mierda es una locura”.

Las reacciones van más allá y han provocado un verdadero terremoto en el ámbito del, ahora mismo muy convulso, baloncesto universitario. En realidad en todo el entorno del baloncesto estadounidense, cuyas normas y escalas hacia la NBA cada vez difieren más de las convencionales hasta el punto de que ahora lo que muchos se preguntan es dónde está el límite y qué va a hacer la NCAA. En Europa, estos nuevos tiempos también han traído un tramo de enorme incertidumbre y obvia transformación con la fuga constante de talento joven a unas universidades que ahora pueden hacer ofertas que van más allá de lo que los clubes europeos pueden pagar (en bastantes casos, mucho más allá) a sus jugadores en categorías de formación.

Cuanto más roto se demuestre que está el sistema, más rápido tendrán que arreglarlo”, ha asegurado, tras el anuncio del fichaje de Nnaji por Baylor, Shannon Terry, CEO de On3Sports, un portal de referencia en el seguimiento de deportistas de instituto y universidad y en los números y movimientos de los derechos NIL y el transfer portal que han creado, en la práctica, un verdadero mercado de fichajes en una NCAA donde ya es casi imposible defender que los deportistas de las grandes universidades tienen condición amateur y donde, por ejemplo, muchos se preguntan cómo de nocivo es un sistema que permite cambios constantes de equipo y que da más fuerza a las mejores universidades, las que tienen más capacidad para atraer talento de primer nivel. También, es el reverso de las monedas, las que durante años no tenían que pagar absolutamente nada a los que generaban con su impacto una verdadera montaña de dinero: los deportistas.

El modelo de profesionalización en el baloncesto universitario es un caos. A la NCAA le han pateado el culo tantas veces cuando ha acudido a los tribunales que ha optado porque no haya reglas para que no haya litigios”, dice Seth Greenberg, analista de ESPN con relación a un Nnaji que ha recibido cuatro años de elegibilidad universitaria. “¿Para qué hacemos todo esto ahora? Es una locura, se ha perdido totalmente el control. ¿Para qué sirve ahora la NCAA?”, se pregunta Tyler Metcalf, de NoCeilingsNBA. “Después de esto, no sé cómo la NCAA va a poder evitar que todos los jugadores que quieran vuelvan a las universidades después de haber sido drafteados en la NBA. Esto es otra prueba clara de que la DIvision I del baloncesto universitario es, ahora, ya una competición profesional”, asegura el abogado Mit Winter. En esta misma temporada, pero con menos ruido, la situación de Nnaji se dio en el baloncesto universitario femenino: la belga Nastja Claessen fue seleccionada con el pick 30 del último draft de la WNBA pero optó por firmar con la Universidad de Kansas State.

Aaron Torres, de Fox, asegura que habló con un asistente de una de las principales universidades y este le aseguró que estaban negociando con un jugador “que había pasado ya por la NBA”. Para muchos, el siguiente paso que vendrá y el que rompería los últimos puentes clásicos en la relación NCAA-NBA.Esto es una liga profesional ya, por si había alguna duda”, concluye el analista Rocco Miller.

La irrupción de los derechos NIL

La gran palanca del cambio radical que está trayendo, por lo tanto, esta revolución, son los derechos NIL: Name, Image, Likeness. Una guerra por los derechos de imagen y explotación a nivel de marcas y patrocinios que los jugadores ganaron en 2021, en los tribunales y contra una NCAA que hasta entonces, y con dosis evidentes de hipocresía, tenía la condición amateur de sus deportistas como un valor incuestionable mientras la propia organización, las universidades y los que trabajan en ellas (entrenadores, managers…) amasaban beneficios y sueldos en muchos casos superiores a los de las ligas profesionales. Ese caso NCAA vs Alston, que llegó a la Corte Suprema, reubicó el estatus de los estudiantes/deportistas: más allá de las becas y la manutención, lo único que oficialmente recibían de sus universidades, iban a poder llevarse un buen bocado de lo que generaba su imagen (en algunos casos, millones: el deporte universitario tiene un descomunal poder social en EE UU), unas cantidades que hasta entonces iban también íntegras al cesto (sin fondo) de las universidades.

Esto, en la práctica, ha ido estableciendo un sistema de salarios, un cobrar por jugar que antes no podía formularse como tal, por mucho que el dinero no emane directamente de unas universidades que, además, también van a empezar a tener que pagar, de su bolsillo, a sus jugadores y deportistas. A los de elite, como mínimo. El año pasado, y tras perder otra trascendental batalla judicial porque finalmente no ha podido seguir poniendo puertas al mar, la NCAA (otro precedente revolucionario) acordó con sus cinco principales Conferencias pagar 2.700 millones de dólares como compensación a deportistas que no se habían llevado ni un dólar por su esfuerzo (y lo que este generaba) en los diez años anteriores.

Fue un acuerdo obligado, el intento de impedir una avalancha de demandas de deportistas y Estados a partir de las reglas antimonopolio que existen a nivel federal. Además, se empezaron a abocetar acuerdos por los que las universidades tendrían hasta 20 millones de dólares para repartir entre esos estudiantes/deportistas que tanto generan para sus alma mater. En un puñado de años, la llegada de los NIL y este tipo de acuerdos han transformado totalmente un sistema anquilosado e injusto. Ahora, los deportistas saltan a través del transfer portal, ya por miles, a una especie de agencia libre en la que cambian de universidad, si hace falta año tras año, en busca de las mejores ofertas, condiciones y oportunidades para explotar los NIL. Las universidades pierden poder a medida que pierden control y reorganizan su filosofía para adaptarse a una ola que ya es tsunami.

La final universitaria del año pasado, que Florida ganó por los pelos a Houston, dejó claro en qué punto están las cosas. Duke, para muchos la gran favorita con el cantadísimo número 1 del último draft (el fenómeno Cooper Flagg) se quedó sin título porque pecó de inexperiencia, con un equipo muy joven, en su semifinal contra los mucho más curtidos Cougars de Houston. Solo unos días antes, el histórico (para lo bueno y, sobre todo, para lo malo) Rick Pitino, que llevó a St Johns a segunda ronda en el cuadro del Oeste que ganó Florida, a la postre el campeón, había asegurado que, tal y como están operando ahora jugadores y universidades, se han acabado los tiempos de llevarse el título con un equipo basado en freshmen, jugadores de primer año. Por mucho talento y mucha proyección NBA que tengan.

Los derechos NIL han producido un verdadero mercado de agentes libres al maridar con esta versión libre del transfer portal. Este, creado en 2018 con constricciones y controles, empezó en 2021 a permitir que los deportistas cambiaran una vez de universidad sin ninguna penalización. Y en 2023, tras otro movimiento en los juzgados, se abrió la mano a la libertad integral a la hora de cambiar, todas las veces que haga falta. En esa final de 2025 no había ni un freshman en los quintetos titulares, y cuatro de los cinco jugadores que puso en pista para el salto inicial el campeón, Florida, habían llegado a los Gators a través del transfer portal.

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Los jugadores que quieran tomar el camino del College tienen, ahora, la opción de esa especie de contratos por obra y servicio que acaban facilitando los derechos NIL; Llegan a las seis cifras con comodidad en el caso de los verdaderamente importantes (y mucho más, a partir de ahí…), ven como las reclamaciones legales van haciendo camino para transformar al estudiante/deportista en estudiante/jugador profesional y, además, tienen ese transfer portal que crea un verdadero mercado de fichajes: oferta y demanda. Las universidades se ven obligadas a moverse en esa nueva marea y están convirtiendo, para ser competitivos en ese transfer portal, los derechos NIL en una forma de encubrir esos citados contratos por obra y servicio. Y el arco de fichajes ya ha saltado a jugadores con experiencia en la G League o, el último paso, drafteados y con un tramo profesional en Europa, como Nnaji. Un escenario en formato jungla ante el que la NCAA, por ahora, no mueve ficha. Veremos a partir de ahora.

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