El ocaso de LeBron: la peor jubilación para un Rey sin corona
Con casi 38 años, LeBron afronta la recta final de su carrera con buenos números, pero un equipo a la deriva, mal rodeado y Kareem como único horizonte.
LeBon James siempre ha sido un hombre que ha ido de la mano de la historia. En su aspecto deportivo y social, con un cuidado casi milimétrico de su cuerpo y de su imagen, la estrella ha luchado incansablemente contra el tiempo y el destino para conducir siempre por una dirección cuya carretera llega a lo más alto del Olimpo del baloncesto. Récords, distinciones individuales, actuaciones que parecían de un pasado muy lejano, anillos esperados, otros imposibles y muchos baches que supera con una capacidad innata para imponerse al mayor de todos ellos: la opinión pública, ese lugar en el que se ganan y se pierden las batallas que deciden las guerras; y que el alero ha volteado en más de 10 años en los que ha pasado de ser el deportista más odiado del planeta, a un jugador al que ya sólo se puede comparar con Michael Jordan y Kareem Abdul-Jabbar, Ahí está su sitio, en el pódium de una NBA que no espera a nadie, tampoco a un LeBron que está inmerso en la recta final de una carrera inabarcable e inacabable que da sus últimos coletazos en el peor plan de jubilación posible: un equipo a la deriva, una franquicia estructuralmente rota y cero posibilidades de conseguir un nuevo anillo con el que acallaría a los detractores que todavía, como toda gran leyenda que amenaza ese pasado que algunos añoraran para siempre, tiene.
El 2 de julio de 2018, LeBron James cambió el mercado más pequeño por el más grande. El trabajo estaba hecho y ya nadie le reprochó nada en Cleveland, lugar del que ya había salido en 2010 para fichar por los Heat en una decisión que le puso en el blanco de unos aficionados siempre dispuestos a criticarlo todo. Tras acabar con la tortura del no ganar, James volvió su casa: Ohio, más concretamente Akron. Y logró el anillo prometido en la misión más difícil a la que se ha enfrentado: un 3-1 abajo contra los Warriors del 73-9, dos de tres partidos en Oakland, incluido ese séptimo que ya forma parte de los anales de la historia. El tremendo esfuerzo para llevar a unos Cavaliers rotos a unas Finales inopinadas, en 2018, terminó de fraguar su leyenda, y el Rocket Mortgage FieldHouse le despidió con una ovación cerrada cuando abandonó la pista rumbo al banquillo. Saludó a los jugadores de los Warriors y puso rumbo al banquillo sabiendo que el trabajo estaba hecho, que cuatro Finales y un campeonato eran más que suficiente para reconciliarlo con su gente. Ahí, en ese punto, LeBron James podía tomar la decisión que quisiese. Nadie se lo iba a reprochar esta vez. Había cumplido su palabra.
Los Lakers son, en teoría, la última parada de una leyenda todavía en activo. Su llegada representó también el mayor (y casi único) acierto que tuvo Magic Johnson como directivo y otorgaba a los angelinos la nomenclatura de contender, una que no tenían desde los dos últimos anillos de Kobe Bryant y que jamás recuperaron tras la rotura del tendón de Aquiles de la Mamba Negra en 2013 y la retirada eternamente postergada que hizo efectiva en 2016. Luke Walton entrenaba a un equipo de jóvenes talentos que salieron en su mayoría rumbo a Nueva Orleans a cambio de Anthony Davis. También salió Walton, incapaz de ser algo más que un entrenador con carencias que no pudo levantar a un equipo que se vino abajo cuando LeBron se lesionó: 20-14 cuando esto ocurrió, 37-45 al final con 17 ausencias consecutivas del Rey, 27 en total. Con 34 años a sus espaldas, muchos minutos en sus piernas y demasiados golpes en sus hombros, la estrella demostró que no era inmortal, que el tiempo pasaba fuera incluso en la desigual pelea que mantenía con un LeBron empeñado en demostrar que envejecer no era una palabra que manejara en su vocabulario. Era un aviso de lo que estaba por venir o una situación que podía ser reconducida, esa era la duda entonces. Pero fue el preludio de la peor etapa de la carrera de un jugador que jamás fue parte de una crisis de resultados tan grande.
El anillo de 2020 parece hoy un accidente. Y, camino a 2023, LeBron está en un limbo que le sigue reportando mucho dinero, en el que sigue batiendo récords, pero sin que tenga la posibilidad de disfrutar de la posibilidad del anillo. Muy lejano queda por la mala gestión de los Lakers: Rob Pelinka, que sustituyó a Magic cuando este salió por la puerta de atrás, consiguió que llegara Anthony Davis y ganar con él y James el campeonato de la burbuja... pero nada más. Desde entonces, los desmanes han sido la tónica general de una franquicia endogámica, enquistada en el pasado, con demasiada palabrería barata y Jeannie Buss demasiado influenciada por la gente equivocada: un Magic que no se termina de ir, el eterno matrimonio Rambis y sus apariciones cada vez que van mal las cosas, o un Phil Jackson que sale para decir cosas que nadie entiende. La esencia de la defensa exterior que ganó el anillo (Alex Caruso, Kentavious Caldwell-Pope, Danny Green, un Avery Bradley que no estuvo en la burbuja pero sí el resto del año...) ha desaparecido, a Frank Vogel le echaron de la peor manera posible tras darle una plantilla con la que no se sentía cómodo, el fichaje de Russell Westbrook, auspiciado por el propio LeBron, ha sido un desmán absoluto por mucho que el base haya aceptado su rol de sexto hombre; mientras tanto, la ausencia de pívots del perfil del título (Dwight Howard, JaVale McGee...) obligan a Davis a jugar en una posición que no quiere ocupar de forma tan permanente, pero en la que ha sido verdaderamente efectivo hasta que se ha lesionado.
El ocaso dentro del desastre
Los Lakers tienen, en estos momentos, a un entrenador con ideas pero que se lía mucho con las rotaciones y a una plantilla, la que ellos han querido montar, incapaz de ser competitiva sea cual sea el sistema. La oportunidad veraniega de sacar a Westbrook y sus 47 millones de Los Ángeles no tuvo lugar porque la directiva no quiso poner a esa segunda primera ronda sobre la mesa, y quedó así un equipo sin especialistas, tiradores o poderío interior. Y, para redondear, la franquicia ha renovado a Rob Pelinka en su puesto, confiando en la continuidad de un modelo condenado al fracaso. LeBron ya habló de la carencia de tiro de tres nada más iniciar el curso y las filtraciones se han sucedido con apenas un puñado de partidos disputados: los jugadores no quieren desaprovechar el que puede ser el último año competitivo del Rey, y la propia estrella ya ha dejado caer, siempre a través de su entorno (una tónica muy típica en la NBA actual) que está descontento con la situación actual y que quiere algún movimiento inmediato que pueda hacer a los Lakers mínimamente competitivos. Recordemos: 3-10 en los primeros 13 partidos disputados (13-18 tras una ligera mejora), un ataque que va a tirones y el cuarto peor equipo en porcentaje de triples de toda la NBA y la cuarta peor defensa del Oeste
Dentro de todo esto, LeBron sigue acusando los problemas asociados a la edad. Los problemas en la ingle, esos que aparecieron para quedarse en la 2018-19, han vuelto a magullar a una estrella que ha tenido que parar a las primeras de cambio; y el juego se resiente, algo imperceptible en una estadística que sigue siendo magnífica: 27 puntos , 8,4 rebotes y 6,7 asistencias. Las cifras son espectaculares para un jugador que se encuentra inmerso en su 20ª temporada en la NBA, pero en la forma de jugar se observan situaciones que demuestran una ligera decadencia física: intenta 7 triples por partido, su segunda cifra más alta tras los 8 del año pasado, un curso en el que aprovechó la deriva de los Lakers para promediar 30,3 puntos por noche y luchar, sin suerte, por el premio a Máximo Anotador. Pero tan solo anota 2,1, un triste 30% en la que es la segunda peor cifra de su carrera, la más mala desde su año rookie. También promedia un 48,6% en tiros de campo en casi 22 lanzamientos, una cifra inferior al 50,4% que tiene de media en su carrera deportiva.
LeBron ha empeorado sus porcentajes en el lanzamiento, penetra menos, postea menos y, por ende, acude menos a la línea de personal, algo de lo que se ha quejado públicamente por la poca cantidad de faltas que le pitan. Lanza 5,1 tiros libres, menos que nunca, y con menos del 72% de acierto. Y no tiene a su alrededor esos tiradores que aprovechaban sus asistencias en sus años en Heat, Cavs o incluso en el anillo de los Lakers en 2020. Las dificultades del equipo para anotar de tres obligan a LeBron a tomar más riesgos y la aparición de Westbrook en segunda línea, si bien la mejora del base es palpable, le quita el balón de las manos ante la imposibilidad que tiene su compañero de jugar sin él en las manos. Los Lakers crean espacios, pero no los aprovechan; y las defensas rivales llenan de cuerpos voluminosos la zona para obligarles a lanzar de tres, donde les condenan sin remedio. El desarrollo de los partidos es ya una tónica: compiten casi siempre, no ganan casi nunca. Y así es imposible.
Kareem, ¿la única motivación?
El presente que vive LeBron es muy distinto a su pasado, pero no difiere demasiado, aparentemente, de lo que le espera en el futuro. La estrella ha firmado una extensión con los Lakers de 97,5 millones en dos temporadas que le compromete con la franquicia hasta 2025, camino de los 41 años. Westbrook saldrá, salvo sorpresa, el verano que viene de los Lakers, pero todo dependerá de los movimientos que se puedan hacer en Los Ángeles para formar un proyecto competitivo a corto plazo con el que se pueda luchar por el anillo. Algo que parece bastante improbable dada la situación actual que hay en el mercado más grande de la NBA, condenado al ostracismo por las cuestionables decisiones de la directiva y la imposibilidad para rodear al propio LeBron de piezas adecuadas desde que en 2020 ganaron el anillo y empezaron su camino hacia las cada vez más oscuras zonas del fracaso. James y su entorno están cómodos en la ciudad de la luz, donde tienen sus negocios y desarrollan cómodamente su vida, motivos por los cuales sigue ligado a los Lakers. Pero si el proyecto deportivo no acompaña, no es descabellado pensar que la leyenda, todavía activa, decida disfrutar de sus últimos días en un lugar diferente.
Motivado por poder jugar con su hijo Broony, algo inédito en la mejor Liga del mundo, LeBron podría decidir sus movimientos dependiendo de esta situación. La opción, muy comentada, de retirarse en los Cavaliers parece complicada antes de 2025 por la cantidad de millones que va a cobrar el Rey y la buena situación de la franquicia de Ohio, que por fin ve la luz tras muchos años a la sombra, todo el siglo XXI más bien, de su ídolo y mesías. Pero la conexión que tiene LeBron con Akron es brutal: incluso con su marcha a Florida en 2010 y a pesar del ambiente tóxico que ello provocó en su persona y en su familia, James no renunció a sus raíces, y levantó una fundación en Akron que lleva su nombre y que se encargaba de cubrir las necesidades de los niños sin recursos, con una supervisión del jugador que se mantuvo diaria incluso en la distancia. Su connotación social dentro de Estados Unidos es bestial y se intensifica en Cleveland, donde todavía acude en los descansos veraniegos junto a su familia y donde todavía tiene una de sus muchas residencias. Y la posibilidad de acabar allí sus días, aunque lejana todavía en el tiempo (no se contemplan, de momento, buyouts o acuerdos para salir de los Lakers antes, algo que sería una sorpresa mayúscula), no es descartable.
Más allá de opciones futuras o de que la situación explote antes de tiempo (no es descartable, teniendo en cuenta la situación de los Lakers) a LeBron le quedan cosas por hacer en la NBA, si bien los posibles nuevos anillos sean inequívocamente complicados de plantear en estos momentos. En el horizonte está Kareem Abdul-Jabbar y sus 38.387 puntos. LeBron, ya segundo en el escalafón con 37.311, lo conseguirá aparentemente esta temporada, si todo va bien. Y conseguirá el que probablemente sea su mayor logro individual, escalar a lo más alto de la clasificación de los anotadores, un récord que se pensaba imbatible y que la estrella va a batir como guinda del pastel de una carrera llena de incuestionables éxitos. Es probable que el tope caiga en la segunda parte de la temporada, que lo haga con la misma camiseta, la de los Lakers, que el hombre al que va a sustituir, y que la ovación sea ensordecedora cuando eso ocurra. Algo que llegará en una temporada seguramente aciaga, sin más objetivos colectivos que ese y en un punto de meseta baloncestística, con casi todo ya cerrado y los Lakers, lo más seguro, estén ya pensando en la próxima temporada. Sería lo que tendríamos que pensar, ya que por entonces el mercado de invierno habrá llegado a su fin y la situación de los angelinos, si no es ya definitiva, esté más que clarificada.
Pero Kareem no es el único objetivo que LeBron puede tener de aquí al final de su carrera. Inmerso en su temporada número 20, cuando termine su actual contrato habrá cumplido 22 en la mejor Liga del mundo, igualando el récord de Vince Carter. La extraordinaria longevidad del Rey será más que suficiente, si no hay entre medias desgraciadas lesiones, para que James finiquite también ese récord, que vendrá acompañado de ser el primer jugador de la historia que pasa, otra vez si no hay sorpresas, los 40.000 puntos en regular season, una cifra absolutamente tremenda. Ya es, recordemos, el que más puntos ha convertido en playoffs y ha pisado las Finales hasta 10 veces, 8 de ellas de forma consecutiva. Nadie desde Kareem (otra vez) llegaba a esa ronda en tantas ocasiones durante su carrera deportiva; y para ver a un equipo que aterrizó en la misma sin fallo, tenemos que irnos a los Celtics de Bill Russell. Otra vez, un jugador generacional, atemporal, de otra era pero capaz de jugar en todas ellas. Un jugador único, uno de los mejores de siempre. Pero una leyenda condenada, de momento, al peor plan de jubilación posible. Ironías del destino.