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DETROIT PISTONS

El montón de nada de Tobias

Un jugador con talento y puntos, Harris ha ganado muchísimo dinero en la NBA pero salió de mala manera de Philadelphia.

El montón de nada de Tobias
Rhona WiseUSA TODAY Sports via Reuters Con

Tobias Harris debería hacer más competitivos a los Pistons, un equipo que se movió en las cloacas la temporada pasada, cuando perdió 28 partidos seguidos, tope histórico que nadie había alcanzado en una misma temporada. Solo los Sixers del Proceso (iré con ellos más adelante), entre dos consecutivas (2014-15 y 2015-16). Salió Monty Williams, llegó JB Bickerstaff y se invirtió dinero en veteranos como Tim Hardaway Jr, Malik Beasley y, , Tobias Harris, para poner algo de experiencia y conocimiento del trabajo (y puntos) en un equipo demasiado joven, la temporada pasada, para saber qué hacer en cuanto las cosas se torcían. Y siempre se torcían.

Pero la primera semana, aunque ha habido algunos brotes verdes en el backcourt Cade Cunningham-Jaden Ivey que Monty nunca supo enhebrar, se saldó (antes de que llegara el primer triunfo, en el octavo día de competición y contra los Sixers) con un 0-4 para unos Pistons cuyo balance desde el verano de 2019 es 95-294. Tobias Harris ya pasó por los Pistons (2016-18), una de las escalas de una carrera de trece años en la NBA. En la que ha jugado 901 partidos, (781 como titular) en regular season (61, todos como titular, en playoffs), no ha sido nunca all star pero ha ganado, solo en sus contratos con franquicias, más de 300 millones de dólares si se suman los 52 que firmó para esta temporada y la próxima con los depauperados Pistons, que tenían margen salarial para invertir en él a cambio de que la cosa no pasara, para que no se entrometiera en construcciones futuras, de dos años. Garantizados, eso sí, así que ese dinero lo cobrará íntegro.

Muchos traspasos y mucho dinero

Harris fue drafteado con el pick 19 en 2011, por los Bobcats. Había jugado una buena temporada en Tennessee, un alero generador al estilo point forward en el esquema del técnico Bruce Pearl, y parecía un perfil óptimo para la NBA. Fuerte, un 2,03 fino para anotar y con buen feeling general del juego. En la noche del draft fue traspasado a los Bucks. Y después, durante su carrera, ha sido traspasado cuatro veces más: en 2013 a Orlando Magic, en 2016 a los Pistons, en 2018 a Los Angeles Clippers y en 2019 a Philadelphia 76ers. Los Bucks le firmaron su contrato rookie de cuatro años y 6,8 millones; los Magic le dieron en 2015 un contrato de 64x4 y, en 2019, llegó el gran asunto, un acuerdo de cinco años (íntegros, sin condiciones ni player options) y 180 millones (cerca del máximo del momento, unos 190) con los Sixers.

Ahora, Tobias Harris tiene 32 años. Ha vuelto a sacar tajada, esta vez como agente libre y aprovechando las necesidades y márgenes que manejaban los Pistons. Bien por él. Es un buen jugador: sabe jugar al baloncesto. El problema es que alguna vez pareció, al menos con voluntarismo, un proyecto de estrella, capaz de ser mucho más de lo que era, de progresar a partir de unas virtudes obvias pero, finalmente, inamovibles. De un vistazo, parece el prototipo de un gran jugador. Por físico, por cómo se mueve, por cómo lanza. Pero en el microscopio no ha sabido ser una pieza importante de un equipo ganador. Y terminó metido en una relación absolutamente tóxica con los exigidos Sixers, una franquicia cuya base social lleva años obligada a buscar excusas porque las cosas nunca parecen ir bien: lleva desde 2001 sin jugar una final de Conferencia.

Los Sixers, con Elton Brand intentando cambiar, desde los despachos, el paso de ese laberinto que acabó siendo el Proceso de Sam Hinkie, apostaron fuerte en febrero de 2019 por un Harris que estaba metido en su única temporada de 20 puntos por partido (promedia, en su carrera, 16,3 y 6,2 rebotes). Dieron dos primeras rondas (una, la que habían recibido en otra decisión catastrófica: draftear y traspasar al momento a Mikal Bridges), dos segundas y tres jugadores (por entonces, el principal Landry Shamet) por un Harris que en 27 partidos de fase regular, antes de los playoffs, promedió en su nuevo destino más de 18 puntos y casi 8 rebotes.

Ese fue el equipo que, de todos los que han tenido a Joel Embiid como eje, más cerca estuvo de llegar lejos: perdió en siete partidos de una segunda ronda descomunal contra los Raptors, a la postre el campeón, con aquella ya histórica canasta de Kawhi Leonard (talento, suerte: destino) para cerrar la serie. Era un equipo muy bien encajado, con Ben Simmons, JJ Redick, Jimmy Butler, Harris y Embiid. Convencidos de que (tenía 26 años entonces) podía romper en estrella (o casi estrella) y presionados por la necesidad de no dejar que se fuera cambio de nada después de hacer un traspaso fuerte por él, los Sixers le dieron esos 180 millones en el verano en el que no pudieron retener a Redick (se fue a los Pelicans) y en el que Butler acabó marchándose a Miami vía sign and trade. Con el tiempo, algunos han culpado de eso, y de casi todo, a Tobias Harris. En realidad, los Sixers no pusieron el contrato de este por delante del de Butler: pusieron al tándem Brett Brown-Ben Simmons por delante de un Butler que no tenía feeling con ellos.

En el cuarto partido de aquella angustiosa eliminatoria contra los Raptors, los Sixers perdieron la oportunidad de poner el 1-3 a su favor en Phildelphia. En su pista, Harris firmó un 2/13 en triples, incluido un fallo clave en el último minuto. Desde ahí y hasta 2024, ha cumplido sus cinco años de contrato, se ha llevado sus 180 millones y se ha marchado a los Pistons dejando un reguero de críticas y despedidas amargas de los que fueron sus aficionados: a uno que le acusó de robar 180 millones, le contestó así: “dame tu Venmo, que ingreso a ti el dinero”.

Ni un mal jugador... ni un buen jugador

Harris no es un tipo conflictivo ni complicado fuera de las pistas. En eso, rompe con el estereotipo de otros que salen de mala manera de sus equipos. Con él, ha sido una cuestión de hastío y agotamiento, de pereza. Sobre todo, de que nunca ha estado a la altura de un contrato que ha sido una losa para la maniobrabilidad de los Sixers en los despachos. Algo de lo que en todo caso él, que firmó (cómo no) lo que le pusieron delante, no tenía ninguna culpa. Pero la cuestión es que se acabó convirtiendo, también, en el ejemplo claro de cómo un buen jugador no es en realidad un buen jugador. De cómo saber jugar al baloncesto no implica poder formar parte de un equipo de baloncesto ganador.

Es un buen tirador (o un buen anotador, más bien) que no desarrolló su rango y su forma de lanzar a medida que la NBA fue convirtiéndose en una especie de permanente concurso de triples. Demasiadas veces, no lanza el triple liberado, se enzarza en acciones de ataque más masticadas y no abre la pista para Embiid y Tyrese Maxey. Es un buen defensor individual, cuando quiere, pero tiene lagunas en conceptos colectivos, muchas veces por pura falta de comunicación. No es un gran pasador, rebotea pero solo si no supone un gran esfuerzo y, en esencia, no es un jugador de esos que hacen las pequeñas cosas que conducen a las victorias. Así que no es suficientemente bueno para ser segundo o tercer anotador de un gran equipo y tampoco es un especialista en detalles para ser cuarto o quinto. Está… en ninguna parte. En el limbo. Tal vez, simplemente un anotador de equipo mediocre, aunque tampoco lo está siendo ahora con los Pistons.

Tampoco ha sido un jugador peleón, de carácter, de rescatar pelotas divididas o forzar acciones ganadoras: un dato significativo es que en sus cinco años y medio en Philadelphia no ha forzado ni una sola falta en ataque por carga del rival. Además, su consistencia en regular season se fue yendo al traste por su cargante tendencia a desaparecer cuando realmente hacía falta: series de playoffs, tramos de next man up con Embiid lesionado.

En su mejor versión, ha estado muy lejos de su contrato. En la peor, ha sido un valor negativo. El curso pasado, que estaba cantado que iba a ser el último para él en el equipo, fue una última y muy obvia muestra: cuando Embiid faltó dos meses por su lesión de rodilla entre febrero y marzo, jugó 23 partidos en los que no pasó de 16,3 puntos de media (no dio la zancada que alguien tenía que dar). En once no llegó a 20, que en la NBA actual es una cifra templada. Después, en la serie de playoffs contra los Knicks se quedó en nueve puntos de media. En el sexto partido, con su equipo intentando forzar el séptimo a la desesperada, un Embiid (mermadísimo) anotó 39 puntos, Maxey aportó 12 en el último cuarto… y Harris no anotó y se quedó en solo dos tiros de campo (0/2). Era, como si no hubiera otro final posible, su último partido con unos Sixers en los que cargó con demasiadas culpas de esos errores mucho más generales del Proceso pero en los que, desde luego, tuvo una trayectoria muy decepcionante. Sigue, eso sí, en la NBA con contrato de 26 millones al año. Porque en eso sí que le ha ido siempre bien.

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