El exilio de Anthony Davis
La estrella es el principal daño colateral del traspaso que ha llevado a Doncic a los Lakers. Abandona el equipo angelino por la puerta de atrás, llegando a un mercado pequeño y lesionándose en su debut. Una condena al exilio en la otra cara de la historia.
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Los daños colaterales son parte de un todo, de ese multiverso que conforma el cosmos y en el que todo o nada es insignificante. Decir que todo el mundo es especial es como decir que nadie lo es, de la misma forma que hay palabras preciosas que duran un segundo y otras dolorosas que se quedan para siempre. Nada vale para los inconformistas, que nunca alcanzan la felicidad plena. Pero el hedonismo siempre es el camino fácil para el placer, a la vez que el cinismo es una forma de sobrevivir en un mundo cruel. La alegría más absoluta no es comparable a los momentos más duros y el pesimismo es el nuevo realismo mientras el optimismo empedernido es parte de un romanticismo que ha quedado en el pasado, con gente hecha de otra pasta y pavesas con sabores a fresas. En toda esa vorágine de cosas magníficas y otras que no tanto, Anthony Davis ha recibido un revés sideral a su dilatada carrera deportiva. Y ya veremos si ha sido el mayor perjudicado (de momento, sí) o el máximo beneficiado (parece poco probable) de un traspaso histórico que ha terminado con Luka Doncic en Los Angeles Lakers y con la etapa de Davis en Los Angeles Lakers. Las leyes de la física dicen que cuando dos objetos colisionan siempre hay consecuencias. Y al ya exjugador angelino le ha tocado llevarse una parte del pastel complicada de gestionar. Y que le deja en una posición extraña, cuestionable. Y de difícil análisis.
Cuentan las malas lenguas que Davis se enfadó cuando se enteró de un traspaso en el que parece que todo el mundo se ha enfadado cuando se ha enterado. La “esclavitud moderna” con la que la NBA controla a los jugadores según Dennis Schröder (que después de muchas carambolas ha acabado en los Pistons) ha tenido como consecuencia que ni siquiera una estrella del nivel de Doncic se entere de que le van a mandar a otro lugar. La era de los jugadores empoderados sufre un golpe por parte de los propietarios, por muy inexplicable que sea la decisión de los Mavericks, con la familia Adelson, turbiamente ligada a las casas de apuestas, liderando un traspaso con Nico Harrison y sus torpes justificaciones como herramienta. Davis, en medio de todo el meollo, recaló en una ciudad en la que no quería estar y viste ya la camiseta de un equipo al que no quería pertenecer. Pero el desdibujamiento que ha sufrido su figura, mancillada por los vaivenes de las llamaradas que siempre brillan en la ciudad de la luz, puede ser incluso beneficioso para una estrella que la gente ha olvidado a la vuelta de la esquina. Pero que brilla con mucha intensidad a pesar de que sea Doncic el que se lleva los focos en los Lakers, que tienen una narrativa que Davis conoce muy bien, pero a la que ya no pertenece.
La carrera de la estrella ha ido dando tumbos, sin ser nunca el mejor de la NBA pero tampoco un fraude que tanto gusta coleccionar a las opinión pública. Estrella universitaria en Kentucky, fue invitado por el Dream Team de 2012 a los Juegos Olímpicos para conquistar el oro antes de iniciar una carrera que, ligada a los Pelicans hasta 2019, fue progresando de forma paulatina, pero nunca exponencial. Perdido en un mercado pequeño y sin más compañía que todo el que iba pasando por allí, Davis confirmó entonces lo que luego certificaría en los Lakers: que se lesiona mucho y que cuando no lo hace es uno de los cinco mejores jugadores de la NBA. Las batallas de entonces entre Warriors y Cavaliers (reducidas a un Warriors contra LeBron) desdibujaron la figura de un hombre que cuadró muy bien con Jrue Holiday (que cuadra bien con todo el mundo) y que vio su posición ideal al lado de DeMarcus Cousins para insistir desde entonces en un argumento que ha repetido hasta la saciedad: prefiere jugar de cuatro que de cinco. El problema es que siempre se le ha dado mejor jugar de pívot. Y precisamente ese año, con la lesión de Cousins, se acercó más al aro, voló con los pases de Rajon Rondo y llevó a su equipo a segunda ronda de los playoffs tras pasar por encima de los Blazers. Incluso rascaron una victoria a los mejores Warriors de siempre. Los Pelicans nunca han vuelto a llegar tan lejos. Y no parece que vayan a hacerlo a corto plazo.
Davis, que promedió 33 puntos y 11,8 rebotes en esa primera ronda, fue ese año tercero en las votaciones para el MVP y para el premio a Mejor Defensor. Pero se lesionó el curso siguiente y el proyecto no tuvo continuidad. Por lo que el jugador, irónicamente, se dedicó a ejercer el empoderamiento del jugador que ahora le ha sido esquivo, sin que nadie le pregunte por una salida a Dallas para la que no ha tenido ni voz ni voto. Al final, Rob Pelinka consiguió lo que no pudo hacer Magic Johnson y formó una dupla que dio como resultado un anillo de campeón, el de 2020. Davis promedió esa temporada más de 26 puntos y 9 rebotes por noche, quedando segundo al trofeo a Mejor Defensor, uno para el que siempre ha estado curiosamente vetado. En playoffs se fue a 27,7 y 9,7, además de un 57% en tiros de campo. En las Finales contra los Heat se fue a 25+10,7+3,2, con 1,4 robos y 2 tapones. El mundo era suyo, con LeBron James ejerciendo de mesías pero con una edad que hacía presagiar que lo lógico era un cambio de liderazgo a corto plazo. No fue así: las lesiones acecharon al interior mientras el Rey bebía de la fuente de la eterna juventud y postergaba su bajón físico hasta Dios sabe cuándo. Sigue siendo un portento y uno de los mejores jugadores de la competición en la actualidad. Y con 40 años y 22 temporadas a sus espaldas. Decirlo es casi más fácil que pensar que es la pura verdad.
Los Lakers entraron después de eso en una vorágine de mala suerte primero y de malas decisiones después, con el fichaje de Russell Westbrook como piedra angular y madre patria de los errores y horrores acumulados entonces. Davis, peleado consigo mismo, disputó 76 de los 154 partidos siguientes al anillo y mejoró un poco en la temporada siguiente para estar con LeBron en la remontada que les llevó al séptimo puesto primero y a las finales del Oeste después. Ante los Warriors en semifinales, en el contexto del fin de una era, secundó bien a un James que reinó entonces por los siglos de los siglos. De nuevo jugando de pívot, algo que evitó durante muchos minutos en 2020 por la presencia de JaVala MCGee y Dwight Howard, la estrella ejerció de intimidador y se fue a 21,5 puntos, 14,5 rebotes, 3,3 asistencias y 2,2 tapones en esos seis partidos. La temporada pasada volvió a contar con regularidad para irse a los 76 partidos, el tope de su carrera, además de quedar cuarto para el premio a Mejor Defensor, sumar un nuevo All Star y entrar en el Segundo Mejor Quinteto. Pero los Lakers perdieron, igual que el año anterior, contra los Nuggets, esta vez en primera ronda. Y la derrota en el duelo individual ante Nikola Jokic hacían pensar que era muy complicado que un nuevo anillo llegara a los angelinos con este formato. De una forma u otra, la buena relación del jugador con LeBron y su excelente nivel, además de su recuperación física, ya en plenitud, hacían pensar que su camino iría en consonancia con los Lakers. Hasta ahora.
Pasado, Mavericks y futuro
Anthony Davis es un extraordinario jugador de baloncesto que tiene un currículum envidiable a pesar de tanta lesión. Campeón también del oro olímpico en París, ha sido 10 veces All Star, ha estado en cuatro ocasiones en el Mejor Quinteto de la temporada, tres en el Mejor Quinteto Defensivo, ha liderado la mejor Liga del mundo en rebotes en tres ocasiones y ha sido campeón de la NCAA y del In Season Tournament en su primera edición. Un portento físico, quizá no ha llegado a ser lo generacional que prometía, pero sus habilidades cuando está sano son propias de un candidato perenne a MVP y a Mejor Defensor que no tiene prácticamente rival. Además, es también una delicia para los puristas, ya que si bien puede anotar triples, es mejor en la zona: de espaldas al aro, consiguiendo rebotes ofensivos, intimidando en defensa y con buenas manos y poder vertical. Muy bueno en el uno contra uno, tiene también grandes capacidades para el pase. Y esta temporada promediaba 25,7 puntos, 11,9 rebotes y 3,4 asistencias, además de 2,1 tapones, antes de ser traspasado. Con esos datos y esa carrera, sólo podría haber estado involucrado en un movimiento imposible. Que es el que ha tenido lugar, claro.
Con los cimientos de la NBA zarandeados y Doncic haciéndose ya dueño de los focos de Hollywood, la narrativa ha ignorado a Davis, que cambia el mercado más grande con uno bastante pequeño y que debía su trascendencia precisamente a la estancia de la estrella eslovena en sus filas. Más allá de los juicios que puedan emanar de semejante locura, los Mavericks se llevan en este proceso a un jugador de 208 centímetros que se encuentra en un gran momento, con una edad (cumplirá 32 años en un mes) que es perfecta para que el equipo se aproveche de él. Un ejercicio de optimismo si tenemos en cuenta que nada más debutar, Davis se lesionó. Que tiene por delante mínimo un mes de baja. Y que las distintas informaciones que han aparecido sobre el tema, especialmente si nos fijamos en las que no se han dicho nunca, indican que le vamos a ver poco o nada esta temporada. Y esto, recordemos, también es Anthony Davis: un jugador que se lesiona mucho y muy fácilmente. De hecho, tras arrasar en los primeros minutos de un estreno efímero se tuvo que ir al vestuario por algo que se había hecho él solo. No necesita la ayuda de nadie para poner rumbo a la enfermería. Lo ha hecho tantas veces que ya se conoce el camino.
Toda esa situación destroza las aspiraciones, fueran las que fuesen, de unos Mavericks que se quedan tocados y hundidos. Incluso si Davis regresa esta temporada lo haría a partir de marzo y el 28-26 que ahora mismo tienen los texanos de balance hace presagiar una recta final de curso bastante complicada. Por detrás, Kings, lo que queda de la dinastía de los Warriors y Suns aprietan con los Spurs como invitados a la fiesta. Y por delante, Wolves, Clippers y Lakers (sí, otra vez ellos) están cada vez más lejos. Eso deja al equipo de Jason Kidd, atónito ante lo inédito, en muy mala situación. Les ha costado muchísimo sumar victorias desde la lesión de Doncic y en el traspaso se han quedado sin la estrella y lo único tangible que han recibido a cambio ha sido un Max Christie que no deja de ser un jugador menor dentro de un movimiento semejante. Davis ha vuelto a las andadas, a la peor cara del deporte, en ese desfalco que supone perder a lo único teóricamente bueno que habías conseguido cuando se tomó una decisión con la que siempre se iba a acabar perdiendo. Todo un drama en Dallas, que va 5-5 en los últimos 10 partidos y deja la sensación de que eso es incluso una buena noticia. Como si estar en el 50% unos meses después de quedarte a tres victorias del anillo fuera algo positivo. En fin...
Lo que queda es lo que hay, mucho más de lo que había y mucho menos de lo que habrá. Siempre, claro, dependiendo del punto de vista y recordando que el otro lado del río cambia en función del lado del río en el que tú estés. Todo lo que tienen los Lakers es lo que han regalado los Mavs, que están inmersos en una campaña particular de desprestigio contra Doncic para justificar torpemente lo torpes que son. Nada ni nadie es capaz de explicar qué ha pasado por la limitada cabeza de una franquicia que selló su destino cuando a finales de 2023 la familia Adelson y Patrick Dumont (relacionados con el turbio negocio de las casas de apuestas) compraron la mayoría de las acciones a Mark Cuban, un directivo con un modus operandi que siempre ha dejado ojipláticos a los boquiabiertos y bostezando a los clásicos, siempre imperecederos. Pero que jamás (él mismo lo ha dicho) habría hecho algo así con su jugador fetiche, uno que vino para rellenar el hueco que dejó Dirk Nowitzki, con el que coincidió una temporada (la última del alemán, la primera del esloveno) y que ha preferido ir al Crypto Arena para apoyar a Doncic que quedarse en Dallas para ver a su equipo de toda la vida perder con una canasta de DeMar DeRozan en la prórroga. Como si el karma escribiera el guion de un equipo que se ha llevado la peor parte de un pastel caducado. Sin quererlo, ni comerlo, ni beberlo. Vivir para ver.
Al final, Nico Harrison ha pasado de ser un directivo extraordinario al enemigo público número 1 de la ciudad de Dallas, del estado de Texas y de tantos y tantos seguidores que antes eran de los Mavericks por Doncic y que ahora no tienen más remedio que mudarse a Los Ángeles para aplaudir a un jugador que encima no tiene culpa de nada de cara a la opinión pública. Se estima que en las 24 horas posteriores al traspaso, la franquicia perdió 700.000 seguidores en Instagram. A saber cuántos habrán llegado a los Lakers, que viven como si los necesitaran pero como si al mismo tiempo les sobraran. Y ahí, en medio de semejante fregado, aparece un exilio: el de Anthony Davis. La estrella es el principal damnificado de una historia que para él ha tornado en histeria. Se lesiona en su debut y parece que ya nadie se acuerda de él en Los Ángeles, pendientes en cuerpo y alma de Doncic. Y dice adiós por la puerta de atrás a la franquicia con la que fue campeón en 2020. Una condena al exilio, alejado de los focos de Hollywood y muy cercano a un lugar neta y completamente distinto al que estaba acostumbrado a abrazar. Porque los daños colaterales son parte de un todo, de ese multiverso que conforma el cosmos y en el que todo o nada es insignificante. Porque decir que todo el mundo es especial es como decir que nadie lo es. Porque un te quiero puede durar un segundo y un hasta nunca puede durar para siempre. Goodbye, Anthony Davis. La otra cara del movimiento. Y esa otra parte de la historia en la que nadie quiere estar. Por lo que sea.
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