“El día que llegó la COVID, nos emborrachamos en el vestuario”
Donovan Mitchell cuenta, en el podcast de J.J. Redick, cómo fueron las horas más difíciles de la NBA con la gran irrupción de la pandemia.
El positivo de Rudy Gobert fue el primero en la NBA, que plegó velas en una reacción rápida que pronto siguió el resto del deporte profesional. Fue un caso que quedó como mascarón de proa de la llegada de la COVID y su impacto devastador también en el deporte, que quedó congelado, en suspenso. Gobert, ya se sabe, había hecho bromas de mal gusto apenas días antes, cuando tocó los micrófonos ya alejados en el primer amago de distancia social que probó la Liga. Después, llegó el positivo de Donovan Mitchell, la amargura entre las dos estrellas de Utah Jazz, hoy en destinos diferentes. Gobert en los Timberwolves, Mitchell en los Cavaliers. Aquel día, 11 de marzo, fue el comienzo del confinamiento de la NBA. Aquel partido, un Thunder-Jazz en OKC, una gestión de emergencia cuando todo eran incógnitas. Básicamente, cuando nadie sabía nada. Todavía no.
La NBA paró hasta el reinicio en la burbuja de Florida, su primer partido oficial el 30 de julio. Ahora, mucho después, Donovan Mitchell ha recordado cómo fue esa noche de caos en Oklahoma City, cuando los Jazz se vieron encerrados en un vestuario del pabellón de los Thunder sin una información que, en realidad, ni existía por entonces. El escolta lo ha contado en el podcast de JJ Redick, The Old Man & The Three: “Era un partido importante por la clasificación de la fase regular. Y no teníamo, obviamente, a Rudy por una enfermedad que todavía no sabíamos que era COVID. Pero íbamos a jugar hasta que apareció toda esa gente de traje... pensé que había un tipo armado, un tirador en el pabellón. Ni me daba cuenta de lo que estaba pasando en realidad. Le pregunté a Chris Paul (estaba en su temporada en los Thunder) que qué pasaba, no me dijo nada, solo sabíamos que se suspendía el partido”.
Las cosas no mejoraron precisamente a partir de ahí: “Quin Snyder, el entrenador, nos dijo que la enfermedad que había dejado a Gobert fuera del partido era COVID. Y nos quedamos... hay que recordar que era cuando todavía no se sabía nada. Nos tuvimos que quedar nueve horas encerrados en ese vestuario. Nadie allí en Oklahoma City quería que nos moviéramos de allí, que fuéramos a ninguna parte por el riesgo que había de contagio. No querían que volviéramos a nuestros hotel. Era, claro, cuando todavía ni se usaban mascarillas. Era cuando solo te decían que te lavaras bien las manos. Fue demasiado todo... nos hicieron aquellos test primeros que había, los que parecían que te tocaban directamente el cráneo. No diré que nos entró el pánico... pero no sabíamos que hacer”.
Entonces llegó una solución aportada por la estrella del equipo rival: “Chris Paul, y le doy las gracias desde aquí, nos mandó quince botellas de vino. Así que al menos teníamos comida y bebida. Y no voy a mentir, nos emborrachamos. Sabíamos que no iba a haber partido, estábamos allí encerrados... Sabíamos que no jugaríamos en una temporadita, a todos nos estaban llamando, estaba todo el mundo en Facetime, estábamos allí sentados sin saber que iba a pasar, así que bebíamos e intentábamos no estar asustados. Después de esas nueve horas, nos llevaron en el autobús al hotel, el conductor con un traje especial y nosotros 53, porque la comitiva era de 53 personas: el equipo, todos los técnicos, la prensa... Al llegar al hotel fue muy extraño también. Estaba completamente vacío, solo había policía, y no nos dejaban ni tocar comida. Teníamos que esperar al día siguiente así, hasta coger el vuelo para salir de allí. Yo llamé a todos los conocidos que tienen avión privado, a ver si al menos los jugadores podíamos salir de ese hotel. Y todos me dijeron que ni hablar. Así que nos quedamos allí, sin poder hacer nada. Charlando, tomando cervezas... la experiencia más loca que habíamos pasado. Ed Davis, por ejemplo, estaba acatarrado. Tosía todo el rato y le decíamos que se alejara de nosotros (risas) y se quedara apartado. Era como una película. Nunca olvidaré esa noche, tengo fotos en el móvil de esas horas que algún día enmarcaré y colgaré en las paredes de mi casa. Y les diré a mis hijos que es uno de los momentos más trascendentales de la historia del deporte en Estados Unidos”.