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BROOKLYN NETS

Del escándalo a la luz: la resurrección de Durant y Kyrie

Tras copar portadas por escándalos extradeportivos y ser el blanco de todas las críticas, Durant y Kyrie resucitan y los Nets pasan de siniestro a aspirantes.

NEW YORK, NEW YORK - APRIL 10: Kevin Durant #7 reacts with Kyrie Irving #11 of the Brooklyn Nets during the second half against the Indiana Pacers at Barclays Center on April 10, 2022 in the Brooklyn borough of New York City. The Nets won 134-126. NOTE TO USER: User expressly acknowledges and agrees that, by downloading and or using this photograph, User is consenting to the terms and conditions of the Getty Images License Agreement. (Photo by Sarah Stier/Getty Images)
Sarah StierGetty Images

Kyrie Irving y Kevin Durant son unos funambulistas de la ambigüedad. Dos estrellas con un talento innato que son capaces de poner en su contra la opinión pública de una forma pocas veces vista. De destrozar su reputación con hechos casi imperdonables (más en un caso que en otro), pero de mostrar un talento generacional en pista. Que tan pronto van de la mano de la gloria, como de la destrucción moral. Con una calidad para jugar al baloncesto que solo es directamente proporcional a la habilidad que tienen para que nadie hable de su calidad para jugar al baloncesto. Dos hombres únicos e irrepetibles para bien y para mal. Una pareja que ha convertido en una tónica aplastante el hecho de ser capaces de, en esa frase tan manida en el deporte, hacer lo mejor y lo peor. Ganadores de anillos, baloncestistas totales, protagonistas de gestas imposibles y de ser, al mismo tiempo, un tren sin frenos que avanza directo al abismo ético. Una diligencia en la que han perdido el control de unos caballos que son los que guían, sin riendas, dos mentes absolutamente imposibles de interpretar. Nadie sabe qué pasa en sus cabezas: es un acto de absoluta osadía tratar de adivinarlo. Y, sin embargo, es imposible descartarles para nada, ya que ellos son los únicos capaces de descartarse a sí mismos.

El proyecto de los Nets, ese que crearon ambos jugadores en verano de 2019, parece ver la luz cuando estaba sumido en la oscuridad y se hace hueco en una Conferencia Este que vuelve a tener a los equipos más fuertes, una lista en la que cada vez tiene más derecho a estar el equipo de Brooklyn. Tras una eliminación bochornosa a manos de los Celtics en los últimos playoffs (4-0), tras una temporada marcada por los vaivenes de un Kyrie y sus cosas con la vacuna del coronavirus y el solo de guitarra de un Durant incapaz de sostener sin casi ayuda una nave con muchos problemas en el motor. Tras ello, llegó un verano lleno de rumores, una petición de salida de un Durant harto de que no funcionara eso que él mismo se había empeñado en hacer funcionar con decisiones cuestionables y presiones a la directiva. Ni salió el alero ni tampoco el base, dos productos tóxicos por los que nadie se atrevió a pujar en serio, un golpe mortal para el ego de esa gente que tiene un concepto tan alto, con razón o sin ella, de sí mismo. Nadie quiso arriesgarse por un hombre de 34 años que acaba de renovar por otros cuatro (a razón de 194 millones de dólares), uno de los mejores jugadores del siglo XXI y también, claro, de la historia. Tampoco por ese base que no auguraba nada bueno a la química de absolutamente nadie y que tenía cristalinas unas ideas extradeportivas que causaron un revuelo que nadie quería trasladar a su propio equipo.

Igual que Robert Redford y Paul Newman en Dos hombres y un destino, parecía que el final de la historia de la pareja era acabar en esa lona metafórica que fue real (alerta spoilers) en el caso de la aclamada película. Y no parecía que la cosa fuera a mejorar en un inicio de temporada marcado por un nuevo alboroto, la recomendación de una película basada en un libro antisemita por parte de un Kyrie que protagonizaba así el enésimo escándalo de una carrera marcada más por eso que por su capacidad para anotar, de penetrar ante hombres altos con 1,88, de hacer daño desde cualquier lugar de la pista, de botar el balón como nadie en la historia. El mismo jugador que se fue de los Cavaliers para escapar de la sombra de LeBron y su anillo prometido en 2016, ese que el base aseguró con un triple en el séptimo partido por encima, nada menos, de Stephen Curry. Una estrella a la que Tyronn Lue señaló para jugarse la el tiro del partido, uno de los más importantes de la historia, mandando al mismísimo LeBron, su extraordinaria figura y su inabarcable leyenda a una esquina para que fuera un simple testigo de un hecho histórico. El Rey, MVP de esas Finales, ya había hecho su trabajo y supo ceder el testigo para rematar el partido y cumplir su juramento. Pero ya nadie se acuerda de eso, porque Kyrie se ha empeñado en que la gente lo olvide.

Los claroscuros del poder del jugador

Kyrie pasó de Ohio a Boston para escribir su propio legado lejos de un LeBron que acaparaba todas las miradas. Ahí empezaron los problemas, las artimañas; el desastre. Se cargó la química de un equipo aspirante a un anillo al que sigue optando y dijo eso de que la tierra era plana, la primera de las muchas majaderías que tuvieron mucha más incidencia y mucha menos gracia que la original. Tras ello, Kareem Abdul-Jabbar ha señalado el peligro de tener un discurso así dentro de la población negra estadounidense, mayoritariamente más pobre, más desconfiada con el sistema, con menos accesibilidad a la vacuna. Y las críticas se han redoblado tras su recomendación antisemita, con los Nets apartándolo del equipo temporalmente (estuvo fuera 5 partidos) y poniendo condiciones para un retorno que, para disgusto de muchos, ha tenido lugar. Ya nadie se acuerda de sus buenas obras (filantropía, la compra de una casa a la viuda de George Fliyd), enterradas en un mar de bochornosas decisiones y peligrosas opiniones que tienen incidencia en un país en el que un día fue un referente y más en unas redes sociales, las suyas, que cuentan con 4,7 millones de seguidores en Twitter, una losa muy grande para un hombre que se ha empeñado en autodestruirse.

La llegada de Durant y Kyrie a los Nets tuvo como resultado el desastre: fueron los responsables entre bambalinas (el alero se pasó en blanco todo su primer año en Brooklyn por su lesión en el tendón de Aquiles y el base apenas disputó 20 partidos) del despido de un Kenny Atkinson que había creado una cultura por la que nadie daba un duro (el sonrojante traspaso de 2013, auspiciado por el magnate ruso Mijaíl Prójorov todavía resonaba) y que se desvaneció con la llegada de dos jugadores que colocaron a Steve Nash en el puesto de entrenador porque el equipo, en palabras de Kyrie, se iba a entrenar “entre todos”. La llegada y la temprana despedida de James Harden dejó con las manos atadas a los Nets en el mercado y también fue solicitada por dichas estrellas. Y ese tiro de Durant pisando la línea en las semifinales del Este de 2021 fue lo más cerca que estuvieron los Nets de conseguir un anillo que era el objetivo neto y completo, la idea que todo el mundo tenía en la cabeza cuando esa conglomeración de estrellas se juntó en Manhattan rodeada de una intendencia de contratos mínimos, gente del pasado que apenas tenía presente y que jamás iba a ser ya la cara del futuro: Goran Dragic, Blake Griffin...

Son las incongruencias de la era del jugador empoderado: las voces que criticaron a Kyrie con su último escándalo fueron proporcionales a los que pidieron que volviera a las pistas, y ni el hecho de que Nike le diera la espalda inclinó la balanza. Mientras tanto, Durant se ponía de perfil y se dedicaba a mantenerse en un eterno silencio, yendo a la pista de baloncesto como el que va a un trabajo que no le gusta pero le toca fichar. Todo el mundo era infeliz: la locura de Irving y la inacción de Durant condenaron a un equipo que empezó 1-5 y 2-6 la temporada, muy lejos de los mejores, con sensaciones pésimas y con un aura que rodeaba al equipo que era paupérrima, misérrima, horrible. Y Steve Nash, el elegido del dúo dinámico, salió cuando el récord era de 2-5 y las sensaciones estaban muy lejos de lo prometido con esa megallegada a Brooklyn de una cuantía de talento inconmensurable. Hasta ahí llegaron las influencias de Durant y Kyrie: el primero no vio recompensados sus esfuerzos en verano, cuando Joe Tsai se hizo fuerte y quiso demostrar quién mandaba. El segundo supo que podía ser apartado definitivamente, con rumores de que no volvería a jugar en la NBA, y tuvo que dedicarse a jugar al baloncesto y mantener la boca cerrada. Y, de repente, las cosas mejoraron.

De siniestro a... ¿aspirantes?

Todo a cambiado: del 2-6 los Nets han pasado a un 22-12, un récord de 20-6 en los últimos 26 partidos que coloca al equipo de Brooklyn en la tercera posición de una Conferencia Este dominada por los Celtics, que solo cuentan con 2 victorias de ventaja sobre Durant, Kyrie y compañía. Entre medias, los Bucks siguen siendo, de momento, los únicos capaces de hacer sombra a los verdes y viceversa, pero los Nets ya se colocan por delante de Sixers, Cavs o Heat, otros rivales que presuntamente iban a estar arriba pero que andan con sus luchas particulares, lejos de las sensaciones mostradas por los neoyorquinos, aunque cerca en algunos casos (Philadelphia, Cavaliers) en lo referente al balance. La conquista de Ohio en el retorno de Kyrie al lugar que abandonó ha sido más que satisfactoria para unos Nets que han dado un golpe de autoridad y un aviso dentro de la mejor Liga del mundo, con Kevin Love pidiendo la retirada de la camiseta de Irving, una muestra de que la narrativa ya está cambiando. Están ahí. Pueden hacer daño. Y tienen argumentos y dos jugadores, que dentro de su locura, poseen algo que puede inclinar la balanza en una serie de playoffs: una capacidad baloncestística legendaria.

Ahora bien, hay dos preguntas por responder: ¿el momento de los Nets permite que nos olvidemos de las fechorías realizadas por sus dos estrellas, Kyrie a la cabeza? Y la segunda, ¿les valdrá lo que tienen para batir a Celtics o Bucks en una hipotética serie a 7 partidos? La NBA es voluble, cambiante. Dentro de lo plana que es la cúspide de su estructura piramidal, es dueña de una magia inherente a la competición en toda su historia, especialmente desde la llegada de Jerry Buss a los Lakers y la capacidad de convertir al equipo angelino, cuya estrella está hoy apagada en el firmamento, en el mejor de la historia. Uno que fue capaz de permitir que la mejor Liga del mundo presumiera del juego más cautivador del planeta. Y algo que trasladó a la propia competición, que se ha aprovechado a la perfección de cualquier discurso o narrativa para hacerlo suyo, de regenerarse, adaptarse, reponerse. Lo que Kyrie hizo rozó los límites morales de la Liga más progresista y social, una que se nutre de una cantidad ingente de personas jóvenes para subsistir y asegurar su supervivencia, una palabra fea dentro de contratos televisivos absolutamente increíbles y con matices en las negociaciones de convenios en esa lucha reciente, pero no poco importante, entre dueños y jugadores. Pero, más allá de historias relacionadas pero al margen de esta, Kyrie y Durant pueden conseguir, en su proceso de resurrección, una redención eternamente postergada. La opinión pública, ese lugar en el que se ganan y se pierden las batallas que deciden las guerras, puede inclinarse a su favor si el premio es el más grande. Y el proceso es arduo, largo, afanoso: pero puede acabar en victoria. Porque la NBA, justificadamente o no, así lo permite.

Ahora bien, tienen que conseguir más: Durant promedia 30 puntos por partido, con más de 6 rebotes y 5 asistencias. Kyrie 26, rozando el 5 y el 5 en las otras dos estadísticas. Desde el regreso del base de su sanción con los Nets, ambos jugadores promedian 55 puntos por partido, lanzando el base por encima del 50% en tiros de campo y el alero rozando el 60%. Y lo que es más sorprendente: los Nets funcionan. La llegada de Jacque Vaughn ha dado un soplo de aire fresco a un equipo que, sin grandes florituras, se dedica a hacer lo que tiene que hacer. Ser más fiable en defensa y aprovechar a sus dos estrellas en ataque. Nic Claxton está en 11,8 puntos, 8,4 rebotes y 2,3 rebotes por partido y es el mejor protector del aro, un dueño de las intangibles que también hace de finalizador cerca del aro y que se va a casi un 74% en tiros de campo (y menos del 46% en tiros libres, esos detalles...). TJ Warren ha sido un recurso fiable desde el banquillo (más de 10 puntos por noche) y Vaughn gestiona bien los momentos en los que Ben Simmons (8,3+6,8+6,2, algún destello y muchas sombras) está en pista, provocando que su presencia sea lo menos dolosa posible y leyendo perfectamente cuando es necesario y, sobre todo, cuando no. Incluso dejándole fuera de inicio en algún que otro encuentro, una decisión que ha dado potencia a los Nets de inicio en varios encuentros.

Además, los Nets son el mejor equipo de la Liga en porcentaje de triples superando el 39% (Kyrie y Durant doblan bien el balón para Joe Harris, Seth Curry, Patty Mills, Watanabe, O’Neale...), lideran la competición en porcentaje de tiros de campo y son segundos en porcentaje en tiros de dos. Buena selección de tiro y un aprovechamiento objetivo y soberano de las fortalezas del grupo. Y suplen su falta de un center poderoso (los segundos que peor rebotean) con un buen movimiento de balón (octavos en asistencias), algo que contrasta con un inicio de temporada en la que el monopolio de Durant, que se recorría el campo entero y lanzaba, era el pan de cada día. Y la mejora en defensa es palpable: son la sexta mejor del Este y la octava de la Liga, empatada con los Grizzlies. También tienen el séptimo mejor net rating y el quinto mejor récord. Desde luego, estamos hablando de otra cosa que nada tiene que ver con la vergonzosa imagen de inicio de curso. Son mejores, juegan mejor; Durant se implica, Kyrie se calla y las cosas funcionan. ¿Les bastará? Phil Jackson, un hombre lleno de sabiduría, dijo en una ocasión que los playoffs son una mezcla de talento y suerte. Lo segundo no depende de nadie, pero de lo primero andan sobrados los Nets. Del escándalo a la esperanza. Del averno a la luz. Kevin Durant y Kyrie Irving están luchando por conseguir dos cosas que van más allá del anillo, por mucho que ambas estén irremediablemente unidas a la consecución del mismo: la redención y la reivindicación. La posibilidad de dejar atrás al pasado y conquistar el mundo en el futuro. Y parecía imposible... pero esto es la NBA. Un lugar en el que (casi) todo es posible.