Embiid y el día que nunca llega
Los Sixers afrontan, después de otro batacazo, un verano clave: los pesimistas creen que se acaba el ‘prime’ de su gran estrella.
La temporada de Joel Embiid acabó en primera ronda. Es la séptima seguida de los Sixers en playoffs: cinco semifinales del Este, dos derrotas a la primera. Ni una sola final de Conferencia, algo que jamás le ha sucedido a ningún MVP en toda la historia de la NBA. El camerunés tiene carrera por delante para corregir ese dato horrible, pero es inevitable preguntarse cuánta… y en qué condiciones. Llegó a la NBA (pick 3) en el draft de 2014: ha pasado una década. Como no jugó en sus dos primeros años, son ocho de baloncesto profesional… pero diez en su calendario vital: el próximo marzo cumplirá 31.
En estos años en los que los Sixers siempre han caído antes, han jugado la final del Este Cavaliers, Celtics, Raptors, Bucks, Heat y Hawks. Seis equipos distintos, así que no se podrá decir que no ha habido ocasiones, puertas abiertas por las que colarse. Pero ninguno acaba siendo el año de los Sixers, nunca llegan los playoffs de Joel Embiid. Hace más de una década desde que se puso en marcha el maltraído Proceso, esos años de tanking industrializado en los que, con Sam Hinkie (borrado después de todos los mapas NBA) como profeta, los Sixers arrastraron por el barro su ilustre historia (47 victorias totales en tres temporadas, 2013-16) como paso acelerado hacia un Valhalla de éxitos y gloria que todavía no se ha materializado. Y ya va lloviendo. Desde entonces, los Sixers solo puede agarrarse a eso: siete años en playoffs. Sin ningún otro titular lustroso.
El Proceso, finalmente, era esto. Un futuro que siempre estaba un poquito más allá, a un año de estar a un año. Ja. Como el asunto evolucionó de la ciencia del salary cap y los assets de draft a una cuestión de fe en formato culto, llevamos años asistiendo a debates sobre dónde y cuándo acabó el Proceso y comenzó el post-Proceso. Quienes siguen creyendo en Hinkie y esperando algo parecido a una segunda venida de ese profeta de las heridas autoinfligidas, siempre se agarrarán a que otros lo hicieron mal con todas esas bazas (draft, espacio salarial…) arrancadas del cuerpo de un ejecutivo que murió para salvar a una franquicia que, para empezar, podría haber optado por salvarse de otra manera. El caso es que los resultados siguen sin llegar y la moraleja seguramente sea que nadie puede gobernar el destino de las reconstrucciones deportivas a tantos años vista y con tantas variables en los mapas. Mejor no planificar las derrotas, no en planes trianuales al menos, porque nadie ha demostrado que a estas les sigan las victorias. Desde luego, no necesariamente.
Joel Embiid vuelve a quedarse muy lejos
El caso es que otra temporada de los Sixers acaba sin pena ni gloria, con Embiid jugando crujido en playoffs, de nuevo más parecido a ese Caballero Negro de Monty Python que seguía luchando desmembrado que al jugador dominante, ganador, que debería ser. Recién recuperado de una operación de menisco que (visiblemente) le ha impedido jugar al 100%, con problemas en un ojo y migrañas, a Embiid le han vuelto a caer las plagas bíblicas en playoffs. En su caso, la salud no es una cuestión de mala suerte: es un problema estructural, y más ahora que se mete de lleno en la otra parte de su carrera, la del pívot veterano. Como, además, ha vuelto a dejar momentos de abandono competitivo imperdonable (el cuarto partido, buena parte del quinto) en la serie contra los Knicks, todas las narrativas sobre él regresarán, con nuevo armamento y desde luego cargadas de razones, sean más o menos justas. En casi una cuarta parte de todos los partidos de su vida en playoffs, se ha quedado sin anotar canastas en juego en los últimos cuartos. En esos seis periodos finales de esta última serie, ha promediado 23% en tiros totales y un 11% en triples.
Incluso así, los Sixers (ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio) no se han sostenido en pista sin él. Hasta Tyrese Maxey, un jugador en crecida y el héroe del milagro (finalmente inservible) del quinto partido, se ha quedado en un 29% en tiros de campo en los minutos en los que no ha compartido pista con un Embiid que esta temporada ha sido el primero desde Wilt Chamberlain que acaba una regular season con más puntos (34,7 de media) que minutos en pista (33,6). Y que en su vida en playoffs, la otra cara de la moneda, acumula más tiros libres (8 por noche) que tiros de campo (7,9) anotados. Cuando llega la hora de la verdad, un jugador superlativo con trazas de pívot histórico se convierte en un pasajero asustado, sin carácter competitivo y sin recursos técnicos (parece increíble) ni más jugada de seguridad que forzar viajes a la línea de personal con unas faltas personales que, además, no se pitan en playoffs con la misma alegría que en la fase regular. Ha vuelto a pasar, y llueve sobre mojado.
Hace un año, antes de empezar los playoffs 2023, Embiid despejó la presión con esa forma extraña que tiene de decir las cosas a veces, una que no le hace mucho bien: “La gente me menciona cuando se habla de los jugadores que tienen más presión por ganar. Pero yo no estoy entre los primeros de esa lista. Yo no me he llevado dos MVP, no he estado nunca en el Primer Quinteto de una temporada (lo logró después), no he ganado nada. ¿Por qué se me cita a mí cuando hay tíos que han sido dos veces MVP y tampoco han ganado nada?”. A veces, cuando arrecian esos problemas de los playoffs que los grandes jugadores aprenden a solucionar, es ese Embiid conformista, harto de recibir críticas, el que asoma.
Su legado como jugador de rango histórico está absolutamente cuestionado, en una quiebra muy fea si se analizan las eliminatorias por el título y se comparan con su MVP y sus siete all star (todo, también, perfectamente merecido). Los años pasan y su mejor oportunidad sigue pareciendo aquella de 2019, cuando el tiro de Kawhi Leonard que rebotó en el aro hasta entrar decidió una maravillosa serie entre los Raptors, a la postre campeones, y unos Sixers que no parecían saber cómo de bueno era aquel equipo que desmontaron por la vía rápida: Joel Embiid, Ben Simmons, Jimmy Butler, JJ Redick, Tobias Harris, Robert Covington; Dario Saric… Demonios, Embiid ha ganado con mejor porcentaje en playoffs junto a Ben Simmons (53,3%) que sin el australiano (44,8), sentenciado en 2021 tras la derrota contra los Hawks. Decir eso no es tanto hablar bien de Simmons como mal de todos los dados que han tirado al tablero los Sixers en el último lustro.
Los pasos necesarios en un verano crucial
Es legítimo preguntarse cuánto queda del prime de Embiid, un jugador devastado por las lesiones y que pelea contra sí mismo, contra su físico y su capacidad mental, solo para poder intentarlo. Pelea para poder pelear y no sale del bucle que le impide dar la zancada a pelear por ganar. Estancado, el tiempo pasa. Y tanto él como los Sixers rumian una derrota temprana y que lanza al equipo a uno de los veranos más importantes de su historia. La reconstrucción de la reconstrucción llevó a Philadelphia a Daryl Morey, otro de esos genios de los despachos que no siempre lo parecen. Su primer proyecto, por ejemplo, se obsesionó con recuperar para su bando a James Harden, sobre cuyos stepback construyó un aspirante que no llegó a reinar y que empezaba a parecer un rey desnudo, una estrella en decadencia.
Una cuestión, al menos en febrero de 2022 (a esas alturas), más de amor irreflexivo que de esas matemáticas que han sido la razón existencial de Morey, los números que solían justificarlo todo. El experimento Harden fracasó a lo grande. Los Sixers fueron incapaces de saltar, por fin, a la final del Este cuando ganaban 3-2 a los Celtics y estaban por delante en el último cuarto del sexto partido, en Philadelphia. Ni Harden ni Embiid supieron qué hacer, ni en el final del sexto ni en el séptimo, en Boston. La cosa acabó mal, el verano fue árido y la pretemporada amaneció con Harden llamando mentiroso a Morey y asegurando que no volvería a jugar con los Sixers. No lo hizo, y otra temporada de Embiid comenzó torcida, entre líos y preguntas mientras los Celtics se hacían con Jrue Holiday y Kristaps Porzingis y los Bucks se lanzaban a por Damian Lillard.
Morey acabó mandando a Harden a los Clippers el día de Halloween, pero no tocó nada más. Tampoco hizo ninguna apuesta arriesgada en el cierre de mercado invernal. Por difícil de digerir que parezca, este era un año de transición, de regeneración y reinicio. Un trance difícil de justificar cuando se cuenta con un MVP de 30 años, pero uno que ahora, este verano, pasa su examen definitivo. Morey tiene un lienzo en blanco en el que volcar su visión. Si ahora, en estos meses cruciales de 2024, las cosas no salen como tienen que salir, todo saltará por los aires. Esta temporada 2023-24 habrá sido tiempo perdido, no habrá forma de comprar más paciencia para Morey (ni, por extensión, para Nick Nurse) y tampoco cuesta imaginar a un Embiid más fuera que dentro de la franquicia, desde luego más cansado que nunca. Pero ¿y si sale bien? Eso es lo que vuelve a quedar, otra vez: la fe.
Los Sixers, el lienzo en blanco, solo tienen asegurado ahora mismo el salario de Embiid para la próxima temporada (51,4 millones de dólares). Nada más. Paul Reed tiene firmados pero no garantizados 7,7 millones y Tyrese Maxey, que ha ejercido de casi jugador franquicia en esta serie contra los Knicks que ha vivido en la histeria de seis partidos (4-2) saldados con un 650-649 en puntos, acaba de ser all star y Jugador Más Mejorado y va a firmar una extensión máxima de contrato rookie que lo mandará por encima de los 200 millones los próximos cinco años. Un acuerdo cantado pero que se paró el otoño pasado para diseñar este asalto al mercado de 2024: mientras sea agente libre restringido, Maxey solo sumará a las cuentas de la próxima temporada un cap hold (una provisión) de 13 millones. Más margen salarial para unos Sixers que esperarán a completar el resto de puzle para, con el empujón de sus full Bird rights, ir por encima del cap y asegurar a Maxey.
Los Sixers tendrán unos 55 millones en espacio salarial, algo insólito para un teórico aspirante perenne al anillo. Pero si renuncian a Reed y traspasan su primera ronda del draft 2024, pueden llegar hasta los 69. El mercado no ofrece muchas estrellas, pero sí podría (veremos) poner a tiro a LeBron James, que en principio seguirá en los Lakers, y a Paul George, que en principio seguirá en los Clippers… pero que no ha firmado todavía su extensión con un equipo que puede tener zozobra seria si pierde (está a un paso) en primera ronda contra los Mavericks. En L.A., George puede firmar por cuatro años y 221 millones. Los Sixers pueden llegar a 211x4, con un panorama fiscal mucho más favorable que el de California. Si en Philadelphia creen que el alero, que va a cumplir 34, merece un contrato que le dará más de 57 millones en la temporada que comenzará camino de los 38, tienen una manera obvia de montar un big three Maxey-George-Embiid. Y les sobraría dinero al que sumar, para rematar, la bala de la midlevel exception (otro contrato de ocho millones), los contratos mínimos…
Morey también puede optar, o verse obligado a optar si LeBron y George siguen en L.A., por buscar un traspaso en verano… o cuanto la temporada que viene (suele suceder) ilumine una oportunidad. Jugadores como Donovan Mitchell pueden ser piezas en un tablero al que Morey ha sumado un lote de rondas de draft que no tenía hace poco más de un año. El freno de mano de los últimos meses hace que pueda tener en la próxima noche del draft de 2024, una vez elegido un pick que podría apalabrar antes de enviarlo a otro equipo, hasta cinco primeras rondas y siete segundas con las que negociar. Suficiente para un gran golpe, también por esa vía, en equipo en el que acaban contrato Lowry, Tobias Harris, Hield, Batum, Melton, Payne, Oubre… todos.
Hay quienes dicen en Philadelphia que es el trance más importante en la historia de los Sixers. Un órdago que puede salir muy bien… o rematadamente mal. Hay un gigantesco espacio salarial y rondas con las que jugar sobre una base que tiene a un MVP como Embiid y al último Jugador Más Mejorado, un proyecto de estrella de 23 años como Tyrese Maxey. Pero muchas veces un billete de lotería, en cuanto pasa el día X, es solo un papel con números. LeBron seguramente seguirá en los Lakers, y en todo caso es un jugador que va a cumplir 40 años durante la próxima temporada. Paul George seguramente seguirá en los Clippers, y en todo caso es una estrella imperfecta, con problemas en playoffs y camino de los 34 años. Donovan Mitchell puede saltar al mercado de traspasos, pero también puede no hacerlo… o acabar en un rival directo, y muy íntimo, como los vecinos Knicks. Tanto a nivel de traspasos como en la agencia libre, el descenso al segundo escalón de nombres (Zach LaVine en un caso, DeMar DeRozan o Pascal Siakam en el otro…) rebaja el vuelo que se le puede imaginar a un proyecto cuya piedra angular ha vuelto a ser un jugador lesionado y enfrentado a sus demonios cuando ha llegado la hora de la verdad. A partir de ahí, imagino que es mejor ser optimista. Por si acaso. Y que te quiten lo bailado.
Sigue el canal de Diario AS en WhatsApp, donde encontrarás todo el deporte en un solo espacio: la actualidad del día, la agenda con la última hora de los eventos deportivos más importantes, las imágenes más destacadas, la opinión de las mejores firmas de AS, reportajes, vídeos, y algo de humor de vez en cuando.