Baloncesto femenino: revolución o crisis
La WNBA agota plazos sin un acuerdo que evite el temido ‘lockout’. Mientras, surgen nuevos proyectos que también amenazan a las competiciones europeas. El último, Project B.


El 10 de octubre acabaron las primeras Finales de la WNBA al mejor de siete partidos. Solo hicieron falta cuatro: Las Vegas Aces, que pasó de equipo desahuciado a mitad de temporada a dinastía (tres títulos en cuatro años) solo unas semanas después, arrasó (4-0) a Phoenix Mercury. Sobre todo, porque tiene a Aj’a Wilson. A veces, no hay que dar más vueltas a las cosas. La pívot de Carolina del Sur (29 años), añadió otro tomo triunfal a un currículum que no se acaba nunca y que la situará, cuando se retire, de lleno en el debate inacabable sobre quién es la mejor de siempre. Sus argumentos serán, como mínimo, tan buenos como los de cualquiera: esta temporada ha logrado un combo hasta ahora inédito tanto en NBA como en WNBA y ha sido MVP de la fase regular, MVP de las Finales, Mejor Defensora (compartido) y Máxima Anotadora.
La temporada 2025 ha confirmado el crecimiento exponencial de la WNBA… a pesar de que Caitlin Clark, la gallina de los huevos de oro, solo jugó 13 de los 52 partidos -regular season y playoffs- de su equipo, Indiana Fever. Una suma de problemas físicos (ingle, tobillo…) apartaron de los focos a la jugadora más mediática de la historia, pero no se notó tanto como habrían imaginado los más pesimistas. No hay que olvidar que un estudio señaló que en la temporada 2024, Clark generó un 26% de toda la actividad económica de una WNBA que ha sobrevivido bien a sus lesiones: casi 11.000 personas de media en los pabellones, los playoffs más vistos en televisión de la historia (más de 1,1 millones de espectadores de media por partido), apariciones excepcionales como la de Golden State Valkyries en la Bahía de San Francisco (un éxito atronador en lo deportivo y en lo social a golpe de sellout diario), un 600% más de ventas de merchandising…
Ahora, cada franquicia de la WNBA tiene, de media, casi 50 acuerdos de publicidad y patrocinios, un 43% más que hace tres años. Y, en paralelo a los firmados por la NBA (históricos: 76.000 millones de dólares por once años), se han acordados unos nuevos contratos televisivos revolucionarios (Disney, NBC, Amazon) que aportarán en once temporadas 2.200 millones que pueden crecer hasta 3.000 en función de un puñado de variables. Los ingresos anuales por este concepto, el gran pilar de cualquier competición, saltará ahora de unos 50 millones anuales a un mínimo de 200.
La expansión como termómetro
Las franquicias rondan ya los 500 millones de valor, y la liga ha pasado de los doce equipos que tenía en 2024 a los 18, cifra histórica, que sumará en 2030. Las citadas Valkyries, una historia increíble de éxito vinculado a esa mina de oro que han acabado siendo los Warriors en San Francisco, pagaron 50 millones en 2023 para entrar en la competición. Los últimos en llegar han puesto ya 250 millones cada uno: Portland y Toronto en 2026, Cleveland en 2028, Detroit en 2029 y Philadelphia en 2030. Todo debería ir bien… pero todo está punto de ir extraordinariamente mal. Porque las jugadoras siguen en situación precaria y con sueldos lastimosos: el mínimo supera por los pelos los 66.000 dólares; el máximo no llega, de base, a 250.000. Y hace un año, estas ejecutaron su opción para finiquitar ahora, superado este curso 2025, el convenio colectivo y negociar uno nuevo que lleve a su orilla, el de las verdaderas protagonistas, el bocado justo de ese histórico crecimiento.
Quieren, por encima de todo, un reparto más justo de lo que genera la competición. Ahora apenas acceden a un 9,3%, cuando en la NBA el reparto es básicamente al 50% entre jugadores y franquicias. Adam Silver habla en primera persona (“llegaremos a un acuerdo”) porque la WNBA sigue dependiendo, básicamente, de la NBA. Antes con un control del 50% que ahora se estima que supera el 60. Cuando en 2021 se hizo una ampliación de capital de 75 millones, los nuevos inversores (sobre una valoración de 400 que quedó obsoleta muy rápido, otro error en los despachos) se hicieron con un 16% de la liga, con partes iguales de lo que era de NBA y WNBA.
La NBA pasó así a controlar el 42%, pero en ese grupo inversor había propietarios de la competición masculina, de cuyos equipos dependen seis de las trece franquicias actuales y cuatro de los cinco que entrarán en el próximo lustro. De ahí esa estimación del 60%. Por eso también depende en esencia de Silver la comisionada, una Cathy Engelbert, gestora de su confianza, a la que defiende por ser la cabeza visible de estos tiempos de bonanza pero a la que pide cambios, y otro talante, en un conflicto laboral que ha saltado a lo personal hasta unos niveles que invitan a pensar que no hay vuelta atrás. Que Engelbert está sentenciada y que, tal vez, no ha salido todavía porque alguien tiene que ensuciarse en esa batalla del nuevo convenio que sigue muy lejos de solucionarse superada una fecha límite (31 de octubre) que ambas partes acordaron (lo único en lo que han coincidido) alargar un mes, hasta el último día de noviembre. Al fondo, y aunque los plazos se pueden dilatar todavía más si hay voluntad de entenderse, está el temido lockout, el cierre patronal que pondría en peligro la celebración (como mínimo, con normalidad) de la próxima temporada y podría atacar a la yugular de estos obvios pero todavía inestables buenos tiempos.
Napheesa Collier, una de las pocas que puede discutir a Wilson el trono de mejor jugadora del mundo y, además, vicepresidenta del sindicato de jugadoras (WNBPA) quemó, en una de las comparecencias más duras de la historia moderna del deporte estadounidense, cualquier puente que pudiera conducir a un arreglo con Engelbert. Lo que dijo, un ataque directo, planificado y perfectamente estructurado y expuesto, se resume en una frase que seguramente pasará a la historia de la WNBA: “Tenemos las mejores jugadoras y los mejores aficionados del mundo; pero, ahora también tenemos el peor liderazgo del mundo”.
Posturas todavía muy distanciadas
Ahora, y ya en tiempo de prórroga, las jugadoras acusan a la patronal (la comisionada al frente de las franquicias) de no implicarse con la urgencia que requiere la situación; los jefes contraatacan pidiéndoles a ellas que pasen “menos tiempo diseminando desinformaciones y más sentadas en la mesa de negociación”. La única buena noticia, en lo que es un conflicto profundamente retorcido y absolutamente público, es que si ambas partes han aceptado alargar el plazo de negociación es porque todavía creen que un acuerdo es posible. Las malas son muchas, una de las principales que el tiempo de verdad se agota. Cuando se negoció el convenio que ahora caduca, en 2019 (ratificado en enero de 2020), se llegó a estirar una negociación también peliaguda hasta 60 días. Pero, ahora, los plazos son más exigentes. Hay que encajar un draft de expansión para dos franquicias nuevas, las que se incorporan la próxima temporada, y una agencia libre de trascendencia masiva porque muchísimas jugadoras, incluida buena parte de las grandes estrellas, echaron cuentas con sus contratos para llegar libres a este verano en el que nuevos acuerdos de televisión y el nuevo convenio deberían disparar las nuevas tablas salariales. En condiciones normales, en abril se debería celebrar el draft de 2026 y en mayo comenzaría la nueva temporada.
Si finalmente no hay acuerdo tampoco en estos próximos días, decisivos, el parón será de una manera u otra inevitable, por huelga de las jugadoras o por el cierre patronal de la Liga, el lockout. Es obvio que habrá más dinero para repartir, pero las jugadoras quieren cambiar el modelo, no solo las cantidades, y pasar a un sistema en el que sus beneficios también crezcan cuando lo hagan los de la competición. Es, sin ir más lejos, lo que sucede en la NBA: el salary cap depende del volumen de negocio (BRI: basketball related income) que generan directamente los partidos, el juego. El sindicato (WNBPA) acusa a la Liga de intentar frenar esos cambios: “Lo que hacen es poner pintalabios a un cerdo para aferrarse a un modelo que no vincula nuestros sueldos al negocio y que infravalora a las jugadoras de forma intencionada”. La Liga contrataca diciendo que sí han avanzado en esa línea y que las propuestas que, en cambio, hacen las jugadoras son “inviables” y no encajan con “la sostenibilidad en el largo plazo de la Liga”.
Lo último que se ha filtrado es que la propuesta más reciente de la patronal incluía un salario tope (el súper máximo) de unos 850.000 dólares y un mínimo de veterana de unos 300.000. Hay que recordar que en esta temporada 2025, y con el convenio ya finiquitado, esas cifras no llegaron a 250.000 y 67.000 dólares. Las jugadoras quieren más dinero y mejores condiciones de reparto (porque está entrando mucho más) pero también unos estándares más altos en cuanto a instalaciones, staff, vuelos y desplazamientos, planes de jubilación y maternidad... Y se ha discutido mucho sobre la norma de priorización, establecida en el último convenio para dificultar que las jugadoras hagan doblete en competiciones de Europa o Asia. Ahora, hay multas y suspensiones que pueden ser por toda la temporada si se llega tarde al training camp, que suele solaparse con el momento cumbre de otras competiciones del mundo. Las jugadoras querrían aparcar o al menos flexibilizar esta regla, pero los equipos no parecen por la labor, y menos ahora que los sueldos van a ser mucho más altos y se va a reducir la necesidad, dicen, de que las jugadoras los complementen con otros de unas ligas foráneas que, conviene recordarlo durante años (sobre todo en China, Rusia, Turquía...) pagaban muchísimo más que la raquítica WNBA.
La aparición de nuevas ideas
Un escenario extraordinariamente complejo se enreda ahora todavía más con una realidad adelantada por Front Office Sports. No una menor: Project B, la nueva competición de baloncesto femenino en formato start-up internacional, ya es una realidad que se va a unir a un panorama en el que a las clásicas WNBA y Euroliga se han sumado, también en los últimos años, conceptos nuevos como Athletes United (2022) y Unrivaled (2025). Project B sitúa su tramo de influencia entre noviembre (arrancará en un año, 2026) y abril, por lo que no competirá de forma totalmente directa con la WNBA pero sí con la Euroliga y el resto de competiciones europeas. Y con Unrivaled, el nuevo concepto de 3x3 en el que están metidas hasta el fondo (en la propiedad) algunas de las mejores jugadoras del mundo.
Project B (fundada por Gardy Burnett de Facebook y Geoff Prentice de Skype) tendrá sedes en Asia, Europa y Latinoamérica, y ya ha hecho su primer fichaje. Uno de mucho impacto, además: Nneka Ogwumike, una diez veces all star que, esto no es un detalle menor, es también la presidenta del sindicato de jugadoras WNBA. Caza mayor para los nuevos… y una obvia (y nueva) fuente de presión para la Liga principal. Además de Ogwumike, siempre según Front Office Sports, otras jugadoras WNBA ya han firmado también sus contratos con Project B. No hay datos oficiales pero se habla, para las principales estrellas, de contratos de siete cifras que empezarían en dos millones anuales con la posibilidad de llegar en total a las ocho cifras (más de diez millones) en su recorrido completo. Además, y como en Unrivaled, las que firmen pasarán a tener también acciones de la competición como propietarias minoritarias.
El plan de Project B es empezar con seis equipos de once jugadoras cada uno. En la WNBA los ejecutivos miran con curiosidad e inquietud: aunque los calendarios no se pisen, existe la posibilidad que una jugadora que se embolsa millones en esa nueva competición decida saltarse las temporadas de la otra Liga, la que debería ser la principal pero en la que su salario sería menor. Así que, sí, este nuevo proyecto mete presión extra a la WNBA en la negociación del nuevo convenio mientras regresa el fantasma de uno de los eventos más significativos de la historia del baloncesto femenino profesional en Estados Unidos: en 2015, Diana Taurasi, una de las mejores de la historia, se saltó la temporada WNBA porque le compensaba más lo que le daba el Ekaterimburgo por hacerlo que jugar con Phoenix Mercury. Entonces, hace una década, la legendaria guard californiana tenía un salario anual de un millón y medio de dólares en Rusia… por uno de solo 107.000 en Estados Unidos. Fue cuando dejó una de sus frases más célebres: “Tuve que ir a un país comunista para que me pagaran como a una capitalista”. Con la regla de la priorización, y en los últimos años, estrellas como Gabby Williams (americano-francesa) y Emma Meesseman (belga) han renunciado a temporadas WNBA por compromisos con sus selecciones y sus clubes en Europa.
La WNBA puede sentirse acorralada: si una estrella como Ogwumike ha firmado con Project B, otras del primer rango (presente e histórico) como Collier y Breanna Stewart están en el grupo fundador de Unrivaled, que nació cuando estaban comenzando, al menos planteándose, estas negociaciones del nuevo convenio de la WNBA. En todo caso, ambas ideas, Project B y Unrivaled, son también una amenaza clara y directa para las ligas y competiciones de fuera de Estados Unidos, sobre todo en Europa. Los calendarios entran en conflicto directo. La segunda, de hecho, tenía entre sus objetivos fundacionales que las jugadoras no tuvieran que hacer ese doblete WNBA/Europa (o China).
Unrivaled, la nueva competición de 3x3, disputó su primera temporada con salarios que se situaron de media en 220.000 dólares. Y ha filtrado que estos han subido, sin más datos, para la próxima. Unas treinta jugadoras tienen cerrados vínculos multianuales con exclusividad durante los meses de competición, por lo que en principio no podrían estar ahí y en Project B, aunque hay partes de la temporada de esta que no se pisan con la ya existente, así que se podrían negociar excepciones. Con la Euroliga el choque sí es frontal, y se volverá a sentir en enero cuando algunas jugadoras regresen a Estados Unidos para ese segundo asalto de Unrivaled, cuya fuerza es esa: una competición pensada para la comodidad y el brillo de las jugadoras, a las que se incluye en el negocio y que pueden así pasar todo el año en Estados Unidos.
Financiación, estructura y partidos
Detrás de Project B hay un grupo inversor que incluye a leyendas ya retiradas como Candace Parker, Alana Beard y Lauren Jackson además de a otras personalidades como los tenistas Novak Djokovic y Sloane Stephens. Beard es, también, la jefa de operaciones de baloncesto de una idea que, según anunció en su día Bloomberg, quería recaudar unos 5.000 millones de capital para un arranque en el que, aunque no hay datos concretos, parece difícil que se haya llegado a esa cifra.
La gran pregunta que se hacen muchos, sobre todo los que quieren que también haya focos puestos sobre este nuevo proyecto, es de dónde viene el dinero. Otra vez según Front Office Sports, a la cabeza en toda la información relacionada con Project B, sus cabezas visibles han negado que Arabia Saudí sea, como apuntó el Financial Times, uno de los soportes económicos del proyecto: “Queremos ser una liga global y diversificada también en cuanto a una financiación que no incluye ni un dólar de Arabia Saudí”, ha asegurado Burnett. Sin embargo, sí hay una conexión: Sela, subsidiaria de los fondos públicos de inversión saudíes, es partner de la competición, algo que el cofundador asume: “Tenemos como socias a compañías de todo el mundo. Sela es un partner al que pagamos nosotros, no nos entra nada de dinero de ellos. Además, son socios de muchísima gente en todo el mundo, están afincados en Londres y han organizado muchísimos eventos a nivel global”. Estas conexiones, desde luego, tendrían un efecto negativo en la imagen de unas jugadoras que han destacado -y han hecho marca, algo que también importa mucho en este contexto- por su posicionamiento vocal y muchas veces radical, en el mejor de los sentidos, en causas sociales vinculadas con la igualdad, la diversidad, la justicia social...
Así que el tablero añade un nuevo jugador que trae otras ideas y nuevas fórmulas para pagar y compensar a unas jugadoras que, precisamente, se quejan de los modos anquilosados de la WNBA. Además de hacerlo por la racanería con los sueldos, claro. Pero hay más: Collier, en su diatriba contra la comisionada y el entorno laboral de la liga, aseguró que su marido, que forma parte de la dirección de Unrivaled, se preocupa por las jugadoras lesionadas de una forma impensable en la WNBA actual: “Eso es liderazgo. El elemento humano, la integridad mínima que debería tener un líder. La WNBA deja claro que para ella esto no va de innovación ni de colaboración, solo de control y poder”.
La cuestión es que ahora, efectivamente, se multiplican las alternativas a la gran Liga. Aj’a Wilson y Caitlin Clark son dos joyas obvias de la corona que todavía no han firmado con Unrivaled, así que es de suponer que Project B estará poniendo toda la carne en el asador para contar con ellaa. Collier sí es uno de los rostros más visibles del proyecto de 3x3, que comenzó en su primera temporada con 36 jugadoras (la WNBA tiene 143) y saltará a 48 en una segunda que arrancará el próximo enero. Y que tenía un fondo de 8 millones para salarios que puso la citada media de algo más de 220.000, por encima del actual salario máximo de una WNBA arrinconada, y señalada, por datos como ese.
Unrivaled ya celebró se segundo draft con su particular estilo: las jugadoras no forman parte de un equipo concreto (habrá dos nuevos) porque estos van cambiando de integrantes. Es, en todo, un modo de operar distinto, disruptivo y que quiere aportar frescura y algo nuevo, sobre todo para el público joven, sin miedo a pisar terrenos que parecen ahora mismo anatema para las grandes competiciones tradicionales. Irrumpen Paige Bueckers (Rookie del Año en la WNBA y otra súper estrella en ciernes), Rickea Jackson, Kate Martin, Aari McDonalds, la mediática Cameron Brink o Dominique Malonga, la nueva sensación francesa de solo 19 años.
El escenario se completa con Athletes Unlimited, un marco de competiciones femeninas (baloncesto, voleibol, softball y un lacrosse que estuvo en la primera edición pero no cuajó) fundado en 2020 y que (en baloncesto es 5x5, como la WNBA y la nueva Project B) eleva como ganadoras a jugadoras de forma individual, no a equipos. Estas están implicadas en la toma de decisiones ejecutivas (no hay propietarios en los equipos) y sus ganancias salen en buena parte de las de la competición. Se hacen drafts semanales y las jugadoras cambian así constantemente de bando y van acumulando puntos de forma individual en función de su rendimiento (y el de sus equipos). Después de cada jornada, las cuatro que más han conseguido se convierten en capitanas y forman los nuevos equipos. Cuando acaba la temporada, la jugadora que más puntos ha acumulado se proclama campeona.
En baloncesto, la competición se completa en invierno (la temporada 2025 se cubrió entre el 5 de febrero y el 2 de marzo). Comenzó con 44 jugadoras y en la última edición tenía 40 y 24 partidos totales. No hay datos muy claros sobre los salarios pero se considera que llegan a estar entre 30.000 y 40.000 dólares, con una base inicial de 20.000, por ese mes de competición. A eso hay que sumar otros ingresos e incentivos en función de los beneficios de la competición, que tiene entre sus apoyos a ESPN. Y bonus por los puntos obtenidos a lo largo de las semanas. Athletes Unlimited también nació para ofrecer una alternativa profesional distinta a doblar competiciones dentro y fuera de Estados Unidos. Y para 2026, otro dato que puede dar pistas importantes, ha recibido muchas solicitudes de jugadoras de la WNBA que temen que esté en camino un lockout que las deje sin salarios: según el CEO, Jon Patricof, el número de participantes llegadas desde la principal competición rondará, en la que será la quinta temporada, por primera vez el 70% del total de la liga. Que volverá a completarse en unas cuatro semanas con arranque en febrero, sede en Nashville y, en este caso, una buena relación con una WNBA que incluso retransmite los partidos en su app.
Athletes Unlimited primero, con un sistema que corona a jugadoras y no a equipos; Unrivaled después con un 3x3 que no es idéntico en normativa al de FIBA, al olímpico; ahora Project B con un punto de partida internacional… Un nuevo mapa para el baloncesto femenino que impacta de lleno en las competiciones europeas, que cada vez van a tener más difícil contar con las jugadoras estadounidenses y el resto de estrellas que estén en el radio de acción de todas estas ligas y nuevos formatos con epicentro en el otro lado del Atlántico. Y también en una WNBA a la que le salen alternativas que o bien quieren competir de forma directa o, como mínimo, demuestran que existen otras, y nuevas, formas de relacionarse con las jugadoras. Unas que no dejan de girar en torno al dinero, pero que también intentan ir más allá. Y, mientras, el tiempo para acordar un nuevo convenio selectivo se agota…
Noticias relacionadas
¡Tus opiniones importan!
Comenta en los artículos y suscríbete gratis a nuestra newsletter y a las alertas informativas en la App o el canal de WhatsApp. ¿Buscas licenciar contenido? Haz clic aquí.






Rellene su nombre y apellidos para comentar