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La Euroliga es el refugio del desdichado André Roberson

Las lesiones le hicieron dejar la NBA y busca otras opciones. André Roberson ha llegado a la Euroliga este año para seguir su camino.

André Roberson -

La entrada de los Thunder en el universo americano como franquicia de baloncesto supuso un choque. Después del reguero de pena que dejó Seattle Supersonics, y que hoy aún se mantiene a la espera de que esa marca vuelva gracias a una expansión de equipos, el legado del equipo verde pasó a manos de Oklahoma City. De jugadores como Sikma, Gary Payton, Schrempf o Shawn Kemp a una nueva camada de chicos. Kevin Durant y Russell Westbrook, principalmente, llegaron para comerse el mundo y lo hicieron en un mercado pequeño, menor que el del estado de Washington, y en el que había que construir un palmarés para dejar atrás los recuerdos.

En los inicios de la década de años 10 irrumpieron con fuerza. No sólo estaban los dos principales, Durant y Westbrook; Serge Ibaka aterrizaba desde Manresa sin mucha experiencia, la ganó toda allí a golpe de tapón; James Harden era un sexto hombre de lujo; Collison y Perkins, estandartes en la pintura; Thabo Sefolosha era el encargado de frenar a los anotadores más salvajes que los contrarios ponían en liza. El suizo era un contrapeso fundamental en aquella plantilla, que rozó el título de la NBA en 2012. Sólo el primer Anillo de LeBron, con aquellos Heat molones, les impidió la gloria. Tras ello hubo remodelaciones: Harden voló solo ese año, estaba para hacerlo; Sefolosha lo hizo un par de veranos después. Ellos tenían ya en casa un nuevo stopper con el que los mejores del equipo podrían cubrirse espaldas. Se llamaba André Roberson.

La llegada de Roberson se anunció como uno de esos fichajes que llegan para aportar desde el principio pese a ser la primera experiencia profesional. Venía de estar tres años en la Universidad de Colorado. Fue elegido como primera ronda con informes muy positivos sobre la defensa que practicaba. Lo que les hacía falta a los de Oklahoma. Desde el Oeste seguirían buscando el campeonato ante unos Spurs aún en el más alto grado de juego, los resilientes Grizzlies o los espectaculares Clippers. Le costó entrar, pasó un año en desarrollo, pero llegó donde anhelaba.

Nada hacía presagiar en qué se convertiría la carrera de este chico nacido en Las Cruces en 1991. Se convirtió en un símbolo de aquellos Thunder. Los puntos eran para otros, a él los números le daban igual. Convicción cada vez mayor de que era uno de los defensores más aguerridos de la NBA. Se movía bien en el uno contra uno y era inteligente para llegar a lugares insospechados, buen salto, gran intuición, cualidades que querría cualquiera. Hasta que algo se rompió en el equipo en 2016: después de una eliminatoria trepidante en la que tuvieron 3-1 a los Warriors, a aquellos que venían del mejor récord en fase regular de la historia (73-9) y que más tarde claudicarían ante los Cavs, y perdieron, se fue uno de los grandes, Kevin Durant, y precisamente al conjunto que les había eliminado. Un shock como ha habido pocos. En Oklahoma le recibieron como un traidor la primera vez que les visitó, donde Roberson se encargó de recordarle con un choque de cabezas que ahora les tenía enfrente. Ese curso, el 2016/17, Westbrook mostró toda su rabia promediando un triple-doble y siendo elegido MVP y Roberson acabó su contrato de novato -cuatro años- en lo alto, incluido en el segundo mejor quinteto defensivo de la Liga. Se ganó un acuerdo de 30 millones para los próximos tres. Ahí llegó su enorme desdicha.

La campaña siguiente prometía. Había asegurado un buen dinero y estaba en plena madurez deportiva, instalado en un conjunto al que acababa de llegar Paul George y que continuaba en la picota. Pero el físico le abandonó. El tendón rotuliano de la rodilla izquierda le dio avisos hasta que, sin estar preparado del todo, regresó a las canchas y en la de Detroit, una noche de enero, se lo desgarró en un salto sin contacto. Las imágenes arrastrando su cuerpo por el parqué con la articulación encogida dieron la vuelta al planeta. Una vida al traste y sin retorno.

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La reparación de la rodilla fue bien hasta cierto punto. En octubre de 2018 la baja se prolongó dos meses más por una segunda intervención ante las molestias del jugador. Llegando a diciembre, en plena recta final, sintió un pinchazo al caer de un impulso aéreo; era una fractura por avulsión en la articulación. Estaba gafado. Pasaron los meses, incluso Russell Westbrook salió de la franquicia, y no volvía, y no volvía. Incluso se desligó de la organización para centrar el tiro de la recuperación.

Llegó la pandemia de COVID-19 y continuaba apartado. Durante el confinamiento se vio capacitado para el regreso, que se produjo en la anómala situación que la NBA provocó con su burbuja de Florida. Habían pasado 909 partidos sin que Roberson pisara un parqué para disputar uno oficial. 5:12 minutos de ansiedad feliz, como definió sus emociones. No anotó, pero precisamente a él eso le traía sin cuidado. Volvía a la rueda. Aunque no era el mismo. Tuvo que buscar un sitio en el que ejercer y los Nets le ofrecieron su roster. Aquel choque de muflones con Durant no se cargó el afecto que se tenían. Llegó la ayuda. André, sin embargo, no pudo dar lo que tenía dentro: en febrero fichó, disputó dos encuentros, fue cortado y nunca más se supo.

La forma de agarrarse al baloncesto norteamericano se le ocurrió en 2023 con un fichaje experimental por el afiliado de los Thunder en la liga de desarrollo. Era rememorar recuerdos poco estimados. Estuvo en catorce citas y rozó los veinte minutos de media. Quería exposición para ver si alguien le reclamaba en la liga mayor. No esperaba que aquello serviría como rampa de lanzamiento a Europa, donde podía ser de utilidad si sabía andar el camino correcto. Así recuperó su vida.

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Tras otra temporada en blanco, la 2023/24, sin saber qué sería de él, recibió la llamada del Cholet. Con cinco pruebas bastó. Dentro de la plantilla se colocó con los mejores números, los que nunca le habían importado, y aún se mantienen sin que nadie los rebase. 12,2 puntos, junto a 5,4 rebotes y 2,8 asistencias, en 21,6 minutos. Y ayudó a ganar: cuatro de cinco. Alguien lo vio en el ASVEL y asumió que estaba para más. El club de Villeurbanne, uno de los dos galos que disputa la Euroliga (el otro es el sorprendente París) le fichó en noviembre. Fue protagonista la semana pasada por el tapón que supuestamente le colocó a Campazzo en el cierre contra el Madrid, ajustado y polémico. En el último encuentro, una caída en Milán, se quedó con 13 puntos, la mejor marca de esta nueva etapa. A las órdenes de Pierric Poupet promedia 9,7 de valoración, medida empírica no sólo de que puede aportar al baloncesto sino de que lo hace, como siempre, en distintas áreas desde las que sumar al grupo. A sus 33 años no es ni la segunda ni la tercera intentona de volver, ¿pero qué importa? Puede hacer lo que sabe a pesar de que el cuerpo le haya machacado la mente. “No estaba necesariamente en contra de jugar fuera de mi país. Pero mi objetivo final obviamente es volver a la NBA, el pináculo del baloncesto. Cuando estaba aún allí había muchas cosas que me aterrorizaba hacer, como jugar otra vez en la cancha de los Pistons. Era como revivir aquella acción en la que volqué”, admitía este otoño en una entrevista con HoopsHype. Ya no hay por qué fustigarse con historias del pasado: la Euroliga es su refugio.

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